sábado, 12 de julio de 2025

VAN POR NOSOTROS Y NUESTRAS LIBERTADES, LOS INMIGRANTES SON SOLO LA HERRAMIENTA

La sociedad ultra es dictatorial. La única forma de que la gente acepte violencia y falanges organizadas es que haya grupos de los que defenderse. La única forma de aceptar la pérdida de derechos es que haya grupos a los que sea legítimo quitárselos, luego es cuestión de ampliar la onda. Necesitan estimular el odio a grupos. Lo de la inmigración no es una cuestión de solidaridad solo. Van a por nosotros y nuestras libertades, los inmigrantes y otras minorías son solo la herramienta.



Enrique del Teso

En el año 83, la televisión de Felipe González tuvo su primer escándalo. Un sábado por la mañana, con los niños merodeando la tele (no había móviles, ni videoconsolas), Las Vulpes, grupo punk femenino, cantaban Me gusta ser una zorra, en la que transmitían que preferían masturbarse y joder con ejecutivos que milongas de amor y que querían meterle un pico en la polla a Lou Reed. Aquella vaharada sofocó a la carcunda, que empezó a hablar del fin del mundo. Pero me interesa más el recuerdo de progres cuarentones ex–militantes de la época, con los que Rosa Montero se ensañó llamándolos muertos vivientes. Contó una actuación de Las Vulpes en el Rock–Ola, templo de la movida, donde el público era o quería ser punk, llevaban pelos de colores en cresta y se escupían con desgarro. Cuando mucha gente escupe sin parar a la vez, los salivazos llegan a ser una verdadera atmósfera. Mamen, la cantante, se escarbaba la garganta para vomitar en escena. Rosa Montero concentró su mordacidad en los ex–peceros cuarentones y su actitud de estar de vuelta y de que estas niñatas no me asustan, cuando gestionaban muy a duras penas un berrinche comparable al escozor de la carcunda. Aquellos progres cuarentones de los primeros 80 seguramente veían en todo aquello una especie de disolución, un acabóse, como que algo que había costado construir se iba por la alcantarilla. Apenas tres años antes, en la facultad estábamos de cháchara unos cuantos sentados en el suelo de un pasillo. Un bedel pasó y meneó la cabeza mascullando «si no hubiera bancos, hacíeis huelga porque no hay bancos pa sentáse, joder». Aquel señor, sin duda, tenía la sensación de que algo se estaba yendo al garete. Me pasa a mí cuando oigo reguetón o trap latino. No es como si la música fuera peor, sino como si la música estuviera desapareciendo. El impacto de influencers y cutreces virales me hace sentir también que algo que había se disuelve y desaparece, que el mundo se va a la mierda. Me imagino el impacto que debió ser en los 60 el pop, las minifaldas yeyé, las eyecciones hippies o el rock. Me imagino la sensación de oír a un hombre hablar de su marido o de los vaqueros grundge rotos por varios sitios. No dejan de darse situaciones que nos hacen sentir que el mundo en el que vivimos es un terrón de azúcar disolviéndose.

La tropa facha, los voceras que oímos en el chigre, los atontados que le gritan a alguien ¡viva España! creyendo que lo acaban de poner en su sitio, esa tropa, digo, son descerebrados, cada uno con su historia. Marcia Tiburi hace una clasificación muy provechosa de los idiotas, a partir de dos grandes grupos: los idiotas de raíz y los neo–idiotas. Así es esa tropa. Pero no los generales. Los generales no tienen nada de idiotas. No hablo de Abascal o De Meer, que sí son idiotas. Hablo de los que diseñan la propaganda y la estrategia ultra a escala internacional. Tienen que conseguir que la gente apoye a quien les promete quitarles la Seguridad Social y la jubilación, a quien les dice que tener atención médica gratis es una inmoralidad. Para eso tienen que conseguir que la gente centre sus prioridades en algo ajeno a sus intereses y eso no es fácil. Su propaganda siempre intenta aprovechar resortes conductuales, miedos y debilidades normales en la gente normal. Por ejemplo, es normal, como acabo de decir, la sensación de que la sociedad se está yendo al garete, que un conjunto de rarezas disuelve el mundo en el que vivimos. Por esa fisura meten un aspecto de su propaganda. La ultraderecha necesita tácticamente el odio, miedo y rechazo a grupos humanos reconocibles, el de la inmigración es uno de los predilectos. La súbita aparición de inmigración a gran escala es como la irrupción de la minifalda, los pelos punk, Mamen vomitando, estudiantes que se sientan en el suelo, los piercing o dos varones de la mano comiendo un helado. Es una perturbación. Los generales ultras saben lo fácil que sentimos que nuestro mundo se nos escurre entre los dedos. También saben de nuestra necesidad de tener un lugar en el mundo, un terruño donde todo es previsible y nada nos amenaza. Así que ese mundo que se diluye será nuestra patria, nuestro ser, lo español. El ángulo es interesante. Por mucho que se empeñe Ana Rosa, España sigue siendo uno de los países con menos criminalidad de Europa, es decir, del mundo. No pueden convencer a todo el mundo esas historias de niños desamparados violando mujeres. La inmigración rellena nuestros clamorosos vacíos demográficos, llenan el granero de las cotizaciones a la Seguridad Social y son mano de obra donde los empresarios dicen necesitar mano de obra. Ellos seguirán con sus bulos de manera vegetativa, pero ahora introducen un elemento identitario que no tiene nada que ver con todo eso. Es que se nos va la españolidad por las alcantarillas, nada es igual que antes, desaparece nuestra identidad.

Las otras perturbaciones nos ponían a la defensiva. Tipos llenos de tachuelas en la cara y con pelos de colores nos hacían cruzar de acera. Esta no. En la escuela franquista, a veces el maestro se iba y dejaba a uno de nosotros cuidando la clase. El encargado tenía que apuntar los nombres de quienes hablasen. Ese encargado caminaba como un pavito, por un momento se sentía autoridad. Cuando a los idiotas de raíz o a los neo–idiotas, les dices que ellos son españoles y que hay que conservar eso, porque con tanto moreno de ropas de colores por ahí van a desaparecer los españoles, que ya no se sabe dónde estamos, ciertamente se enfadan, pero cogen autoestima, creen que le pueden gritar al primer peruano que se topen. Se sienten como el que tiene que apuntar a los compañeros que hablan. La tribu de los idiotas de raíz se ve reforzada por legiones de neo–idiotas succionados por la propaganda. Incluso gente formada, alcanza tal grado de certeza que su pensamiento se hace tan rígido e inmune a los hechos como el del idiota de raíz. Todo es aprovechar una pulsión normal de gente normal y darle un contenido político.

Quién piensa en su pensión o en las escuelas cuando la identidad española se diluye en el tiempo como lágrimas en la lluvia, como decía aquel replicante. La sociedad ultra es dictatorial. La única forma de que la gente acepte violencia y falanges organizadas es que haya grupos de los que defenderse. La única forma de aceptar la pérdida de derechos es que haya grupos a los que sea legítimo quitárselos, luego es cuestión de ampliar la onda. Necesitan estimular el odio a grupos. Lo de la inmigración no es una cuestión de solidaridad solo. Van a por nosotros y nuestras libertades, los inmigrantes y otras minorías son solo la herramienta. Queman brujas para poder acusar a cualquiera de nosotros de brujería o simpatía con las brujas. Ahora quieren deportaciones masivas raciales, se hacen los soldaditos asomando la cabeza entre las piernas de Trump. No es un exabrupto de De Meer. Ya lo había dicho el facha y neo–idiota Sanz Montes: «Caben los que caben y no podemos decir buenistamente, sin fronteras, que vayan pasando porque no caben físicamente todos. […] Dentro de esta especie de apertura buenista, se nos puede colar gente que son indeseados. Porque vienen con su carnet terrorista, porque vienen con su tráfico de cosas, tráfico de blancas, tráfico de drogas, tráfico de armamento etc». Nunca se habla para decir obviedades, como que no puede venir todo el mundo para aquí. Quien dice una obviedad realmente quiere decir más que la obviedad: terrorista, tráfico de blancas, drogas, armamento, … Ese es el odio ultra y táctico que se predica desde ciertos púlpitos.

El cuento de Caperucita estigmatizó la figura del lobo y el de Cenicienta la de la madrastra. Los ultras quieren una patria que desproteja (nada de sanidad gratuita, escuela pública o jubilaciones) y castigue. Si seguimos los tópicos de cuentos populares, no es una madre patria lo que proponen, sino una patria madrastra. Y siempre ladran de parte de sus amos oligarcas. Cuando vayamos desapareciendo los boomers y llegue el socavón demográfico, cuando un porcentaje absurdamente alto de Asturias sea propiedad de ricachones que no viven aquí, ¿clamará Vox por la identidad asturiana que se desagua? ¿O moverá la colita?

NORTES DdA, XXI/6.039

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