Hay en España una carrera con mejores salidas que la Biomedicina por mucho que las notas de corte de la PAU digan otra cosa. El oficio de joven opinador de derechas está en auge. Tipos y tipas que, 40 años más jóvenes que los Alfonso Ussía o Isabel San Sebastián de siempre, opinan exactamente lo mismo, pero con un envoltorio adaptado a estos tiempos. Melenita o barba de escritor canalla, tatuajes en el brazo o gafas de fantasía, como de recién salido de un concierto en el Sónar, son todo lo que la industria necesita para gritarle a su audiencia cómo van a ser antiguas estas ideas con lo modernos que son los tertulianos. Se los rifan. No hay un espécimen más cotizado en la lonja mediática. Los grandes medios pagan lo que haga falta por tener en nómina a columnistas y tertulianos que, haciendo gala de una frescura rebelde, repitan aquello de que hoy día, por culpa del feminismo, ya no se puede decir nada. Estamos peor que con Franco, dicen estas almas modernas y libres que un día linchan a la autora de un “nosotres” y al siguiente miran para otro lado cuando un rapero es condenado por sus letras. Todos son de izquierdas, pero de izquierdas de verdad, como Felipe González, Alfonso Guerra o los hijos de la Duquesa de Alba, que al igual que el joven opinador, tampoco se dejan engañar por los cuentos de la izquierda woke. Además de modernos son almas libres, no como otros compañeros, entre los que me incluyo, que andamos a sueldo del sanchismo.
Están por todos lados. Recuerdo a uno de ellos en el programa de Iker Jiménez, desvelándole a la audiencia el misterio de la cultura de la cancelación, uno de los muchos y novedosos términos utilizados por el derechismo modernés para defender el tradicional privilegio de que la derecha pueda sentar cátedra sin que nadie le responda. Si te responden, por supuesto, se trata de censura y persecución. En este país la izquierda te cancela, denunciaba el joven tipo en prime time, e Iker Jiménez no podía estar más de acuerdo con él. Quien se lo perdió en la tele, al día siguiente pudo disfrutarlo de nuevo en los principales periódicos del país o en la cadena de radio del mayor grupo empresarial del Estado. Allí estaba, repitiendo que no hay libertad para opinar con la agenda echando humo y la cuenta corriente en su mejor momento. Burlando la censura el tipo llegó incluso a publicar varios libros sobre el drama de estar cancelado. A la venta en FNAC y en El Corte Inglés. Premiado por su valentía plantándole cara a este régimen de terror, el joven derechista modernés –cuyo nombre omitiremos por miedo a que sufra represalias en forma de censura– acabó sentándose en el consejo de la fundación de uno de los bancos más importantes de España. Lo dicho, hay futuro en este oficio, chicos.
Como buen adoctrinado, hace tiempo que no lo leo, pero el otro día me pasaron una columna suya. Al parecer aparecía mi nombre. Se trataba de un alegato a favor del periodismo libre frente a quienes pretendemos amordazarlo. Un homenaje a medios estupendos y entregados a la causa de la verdad como The Objective y periodistas como José María Olmo, al que recordarán por haber publicado informaciones sobre Podemos cuyas fuentes eran Villarejo o el exsecretario de Estado de Interior recientemente detenido, Francisco Martínez. La tesis era sencilla: ¿dónde están ahora, que hemos conocido el caso de corrupción en el seno del PSOE, quienes aseguraban que en España existía una estrategia de fango y bulos contra el Gobierno de coalición? Como decimos los que no somos modernos: ¡Ostras, Pedrín!
Efectivamente, nos han pillado con las manos en la masa. Porque la existencia de una trama corrupta entre altos cargos del PSOE confirma lo que tipos libres como el joven opinador de derechas ya venían sospechando: que la existencia de lawfare y bulos mediáticos para atacar a rivales políticos es una invención de los periodistas que trabajamos a sueldo del Gobierno. Que hayamos conocido que Ábalos y Cerdán son unos mangantes nos deja con el culo al aire. En su momento aseguramos que el juez Peinado estaba imputando a Begoña Gómez sin pruebas, que García Castellón tardó varios años en darse cuenta de que Puigdemont era un posible terrorista y cayó en la cuenta justo al negociarse la investidura de Sánchez o que hay periodistas en este país que publican cada día bulos a sabiendas. Consecuencia de todo esto, el joven opinador, libre, moderno, sin ataduras, nos pide a los firmantes de un manifiesto en contra del fango y los bulos que pidamos perdón a toda la profesión. Yo hoy quiero hacerlo. Tiene razón. Nos equivocamos. Los audios en los que Ábalos, Koldo y Cerdán protagonizan un spin-off de Torrente nos demuestran que en España la Justicia es exquisitamente imparcial, que nunca un policía utilizaría recursos públicos para inventarse un caso y que, si de algo se puede acusar a los grandes medios de este país financiados por gobiernos tan escrupulosos como el de la señora Díaz Ayuso, es de buscar incansablemente la verdad. Siempre la verdad. La verdad y nada más, que diría el himno del Madrid.
Sin ánimo de querer acusarlo de haberse inventado nada –los audios de Cerdán y Ábalos descartan cualquier posibilidad de que un tertuliano de derechas mienta en este país–, lo cierto es que la homilía sí que fue espontánea y no “espontánea”, como entrecomilla el autor jugando con la idea de que Pedro Sánchez, el propio Cerdán o las élites globalistas que nos gobiernan la habrían redactado para que nosotros, los plumillas domesticados por el sanchismo, la firmásemos. No fue así. Salió de un grupo de WhatsApp, de ahí pasó a un Google Drive y, a continuación, con un puñado de profesionales erróneamente convencidos de que en España podría haber jueces y periodistas dándole pábulo a bulos de ultraderecha para tumbar la voluntad popular, la distribuimos y firmamos.
Aclarado nuestro error, además de pedir disculpas queremos asegurarnos de que algo así no vuelva a suceder, que diría nuestro amo Pedro Sánchez. Y como no hay mejor remedio contra la corrupción –para la política, pero también para la periodística– que la transparencia, proponemos que, de ahora en adelante, cada artículo y cada columna de opinión escrita en España tenga un enlace a las cuentas de financiación del medio que la publica. Aquí van las nuestras.
Será una forma magnífica de entender qué intereses puede haber detrás de nuestro trabajo. Explicaría, por ejemplo, por qué cuesta tantísimo ver a rigurosos y modernísimos opinadores de derechas escribir sobre los delitos cometidos por la pareja de Ayuso y, sin embargo, son capaces de concluir que la existencia del caso Koldo desactiva la opción de que en España existan jueces y periodistas corruptos. Si Iker Jiménez no me invita a comentar mi propuesta en su programa, entenderé que estoy cancelado. Y con razón, porque nuestro error fue mayúsculo. Pido perdón una vez más.
CTXT DdA, XXI/6.013
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