Félix Población
Más que como escritor (publicó muchas novelas cortas hasta 1936), a Artemio Precioso García (1891-1945) se le recuerda (poco) como un importante editor en la España de los años veinte y treinta del pasado siglo. Después de haber creado una serie de diarios en Hellín, su localidad natal, fundó la editorial Atlántida y fue el artífice de La Novela de Hoy, una colección literaria muy popular en la que se publicaron más de medio millar de novelas durante la década que va de 1922 a 1932. Empresa suya fue también La Novela de Noche y las revistas Muchas Gracias y Los hombres Libres. Sobre la labor editorial de Artemio Precioso hay un trabajo merecedor de lectura si se tiene interés por esta empresa editorial, publicado por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, del que son autoras Julia María Labrador y Marie Christine del Castillo.
Debido a su oposición a la dictadura del general Miguel Primo de Rivera, con la que tuvo muchos problemas tras recibir una serie de denuncias por sus publicaciones, Artemio Precioso vivió el exilio en París junto a otros escritores e intelectuales españoles, dejando como testimonio de la experiencia un libro que editó hace unos años el Instituto de Estudios Albacetenses y que esta institución ha tenido la amabilidad de mandarme a mi requerimiento, debido a la curiosidad que me despertaba lo que podría decir el autor del general republicano Eduardo López de Ochoa, asesinado en 1936 en Madrid, y del escritor Eduardo Ortega y Gasset. El libro se titula Españoles en el destierro y lleva como subtítulo La vida en Francia de Santiago Alba, Sánchez Guerra, Unamuno, Eduardo Ortega y Gasset, Carlos Esplá, López Ochoa y Manteca, con diálogos, anécdotas, cartas y semblanzas de estos ilustres perseguidos, y la edición a la que me he referido incluye un estudio preliminar de Francisco Linares. La primera edición, publicada por la editorial Vulcano de Madrid, data de 1930, una vez terminado el periodo dictatorial de Primo de Rivera y cuando ya el autor está de regreso en Madrid.
Con relación a la dictadura de Primo de Rivera, escribe Precioso en las líneas preliminares que se considera uno de los españoles más sañudamente perseguidos por aquel régimen, haciendo constar que ante sus desmanes "se puede llegar a sentir partidario de otra dictadura, radical y roja, que barriese todo lo podrido, negro y funesto de España". Dice tener motivos personales para odiar aquel régimen, "tan honrados y personales -los explicaré en mi libro Mi calvario-, que huyendo del crimen y cuando se llevaban de mi casa los muebles heredados de mi madre, me refugié en Francia. Estuve, lo confieso, a dos dedos del anarquismo práctico".
Puesto a leer Españoles en el destierro, no fueron al cabo los nombres de los mencionados Eduardo los que más atrajeron mi atención -el autor les dedica muy pocas páginas-, sino el casi centenar que depara a Vicente Blasco Ibáñez, con quien mantuvo correspondencia y una sucesión de entrevistas a propósito de la personalidad y obra del novelista, de quien Precioso fue muy amigo desde 1921 y del que publicó hasta doce novelas cortas en los últimos años de su vida, precisamente en La Novela de Hoy, retribuidas a 1.500 pesetas cada una, según se especifica en una de las conversaciones.
Con relación a las retribuciones del trabajo literario, y teniendo en cuenta que el escritor valenciano de ascendencia aragonesa fue de los pocos que hizo con su trabajo de más de doce horas diarias una gran fortuna -comparándose él mismo con Kipling y Wells entre los mejor pagados-, me parece oportuno lo que al respecto comenta con Artemio Precioso en una de esas entrevistas, que se fueron incluyendo a modo de introducción cada vez que se publicaba una de las novelas cortas contratadas con la editorial.
En la charla le pregunta el editor directamente por lo que le produce su literatura al año y Blasco Ibáñez no tiene ningún reparo en afirmar que, efectivamente, sin haberlo esperado ni buscado nunca, es "uno de los contados novelistas mundiales que ganan verdaderas riquezas con su pluma", lo cual le ha acarreado muchas envidias, tanto en España como fuera de ella. Distingue luego el escritor los años de vacas flacas de los años de vacas gordas, señalando entre éstas las del año en que vendió los derechos de autor de Los cuatro jinetes del Apocalipsis (1916).
Especifica, eso sí, que no se refiere a su novela, cuyos derechos vendió por 300 pesetas a su traductora inglesa que se forró junto al editor, sino al film basado en el libro, el primero (1921) de las varias versiones que se hicieron en Estados Unidos y que data de 1921, bajo la dirección de Rex Ingram. Ocurrió cuando el novelista acababa de instalarse en la Fontana Rosa, la lujosa villa situada en Menton, en la Costa Azul, en la que Blasco Ibáñez residió junto a su segunda esposa hasta el año de su muerte: "Un magnate de la cinematografía -le cuenta a Precioso- vino desde Nueva York solamente para comprarme mis derechos, y después de discutir con él me pagaron por cable 200.000 dólares, algo así como millón y medio de pesetas".
También asegura Blasco Ibáñez a continuación a su amigo que tal negocio no se repetirá nunca más, según le dijo el entonces presidente de Metro Film de Nueva York: "Que esto no sirva para que usted se forje ilusiones y se desoriente en el porvenir. Nunca volverá a repetirse en la historia de la cinematografía un negocio como el de Los cuatro jinetes del Apocalipsis. Este film va a darnos unos tres millones de dólares. Está bien que se lleve usted su parte, pero en el futuro todas sus novelas serán pagadas muchísimo menos y de una sola vez, sin reconocerle derechos de autor".
Con relación a otras novelas filmadas del autor, y según le comenta a Precioso, los datos facilitados por Blasco no superan la cifra de 30.000 dólares, salvo con la titulada La reina Calafia, por la que recibió 60.000. Esta entrevista con el editor de La Novela de Hoy se publicó con ocasión de la aparición en esa colección de la novela corta El réprobo. Los Recuerdos de Blasco Ibáñez concluyen en este libro de Españoles en el destierro con una interviú de Precioso a la viuda del escritor, Elena Ortúzar Bulnes, de nacionalidad chilena, que cuenta las horas finales -un 28 de enero de 1928- del autor de La vuelta al mundo de un novelista, una obra publicada cuatro años antes.
DdA, XXI/6.001
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