José Ignacio Fernández del Castro
«Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación.»
Charles John Huffam DICKENS:
Inicio de A Tale of Two Cities (1859).
En realidad, toda la historia de la humanidad (no sólo la época de la revolución francesa que retratara Dickens) está salpicada de tiempos que conjugan lo mejor con lo peor, la sabiduría más excelsa con la locura más atávica, las credulidades más pasmosas con los escepticismos más impermeables, las grandes esperanzas con las terribles desesperaciones...
En realidad, visto en perspectiva, siempre ha ocurrido un poco esto: mandatarios desmandados que amenazan el precario orden de un mundo (por otra parte, profundamente injusto), combinaciones de negligencias políticas y codicias empresariales que mandan currantes a algún matadero (que luego se venderá como “desgraciado accidente”), voceros especialistas en bulos y mentiras para que las gentes más crédulas y las más fanáticamente incondicionales se pongan al servicio de los intereses particulares de cualquier magnate… En toda época y en todo lugar. Recordemos otros retratos, como el de Il príncipe (1532) de Niccolò di Bernardo dei Machiavelli o el de Citizen Kane (1941) de George Orson Welles.
Pero, probablemente, sea difícil encontrar una época en la que, como en la presente, sea tan clara la conciencia generalizada de ello... Sobre todo, de las inmensas expectativas que abren los avances tecnológicos y de los abisales peligros de algunos de sus usos... De los cauces potenciales para una participación popular en la toma de decisiones relevantes en aras de una democracia más directa y horizontal, y de la imposición de un estricto control de la política por los intereses económicos de los poderosos... De las condiciones de posibilidad existentes para alcanzar mayores cotas de libertad individual y colectiva, y de los abusivos límites que, so pretexto de garantizar la seguridad (de las “mayorías silenciosas” autorrepresentadas como “gente de orden”, del sistema nacional de salud, de las pensiones futuras,...) cercenan nuestros derechos (y su universalización)...
A lo peor, en eso consiste precisamente (dirán quienes, agustinianamente, aún creen posible la interpretación de la historia de la humanidad desde la idea lineal de progreso) la llamada globalización, afianza da por el desarrollo de las llamadas tecnologías de la información y la comunicación y ahora puesta en riesgo por Trump y sus chocantes guerras arancelarias: en mundializar la conciencia de la opresión.
Así que nuestro tiempo también es paradójico... Tiempo contradictorio que, para muchos millones de personas, se torna casi imposible. Por eso debemos explorar sin descanso las grietas de un quizás en los constantes nunca que tratan de imponernos.
DdA, XXI/5.955
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