sábado, 29 de marzo de 2025

¿DÓNDE EL ESPÍRITU EUROPEO LLAMADO A SER LA CONCIENCIA DE LA HUMANIDAD?



Jacint Torrents


Los acontecimientos de todo tipo vividos en estos últimos tiempos sacuden a Europa. No sólo nos afecta el cambio climático, los trepidantes avances informáticos y las guerras más cercanas, sino también el descarrilamiento de las socialdemocracias, que ha propiciado el ascenso de los totalitarismos. Todo apunta a que se tambalea el proceso de unión económica y política en Europa, nacido para evitar las sangrientas guerras del siglo XX.


Conviene, pues, volver a pensarnos, redescubrir nuestras raíces, saber a dónde queremos ir y cuál debe ser nuestra aportación a la humanidad en estas nuevas y difíciles circunstancias. Porque los europeos, a diferencia de los habitantes de otros continentes, compartimos una forma de ser, una visión del mundo y un conjunto de valores que nos unen; un mismo espíritu.


No sería la primera vez que esa reflexión es necesaria. Después de la Gran Guerra (1914-1918), cuya mala resolución ayudó a incubar el nacimiento del fascismo en Italia y el ascenso de Hitler al poder, la prestigiosa revista catalana Mirador, siempre atenta a la modernidad europea, publicó en 1935 las traducciones de un debate desarrollado en Francia (en Les Nouvelles littéraires) por unos cuantos intelectuales —pensadores, escritores y artistas— sobre el espíritu europeo y sobre qué hacer para mantener la paz, la libertad y la justicia. Destaco sólo de esos artículos la opinión de Julien Benda, pesimista y lúcido, que creía que la unidad europea sólo llegaría a ser «un consorcio de empresas». Y la de André Marois, que también opinaba que iba a llegar «una era de nacionalismo económico y político sin ningún espíritu unificador». Asimismo, Paul Valéry veía difícil una unión al margen del espíritu europeo. Pero, ¿cuál era y qué era ese espíritu europeo?


El desastre se abatió de nuevo sobre Europa con la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), después del preludio de nuestra Guerra Civil. Más de sesenta millones de muertos hablan del fracaso de un continente del cual, en el orden del espíritu, habían surgido genialidades como Dante, Miguel Ángel, Galileo, Verdi, Bach, Voltaire, Pascal, Montesquieu, Mozart, Cervantes, Shakespeare, Newton, Goethe, Kant… Darse cuenta de que este historial de éxito contrastaba con el fracaso por el desastre humano y espiritual de la contienda, hizo que en 1946 nacieran en Suiza —el único islote de paz durante aquellos años— los Rencontres Internationales de Genève, donde de nuevo, y para marcar distancias con el americanismo y el sovietismo, se reflexionaría sobre el espíritu europeo.


En estos primeros encuentros, fueron invitados intelectuales como Benedetto Croce, Bertrand Russell, Albert Camus, Jean-Paul Sartre, André Malraux, Emmanuel Mounier, Arthur Koestler, Boris Pasternak, Ortega y Gasset, Bermann, Berdiaev, Aldous Huxley, Jean Guéhenno Georg Lukacs, Georges Bernanos y Karl Jaspers, entre otros —pero no todos quisieron o pudieron asistir. Y los intelectuales que acudieron estuvieron de acuerdo, en general, en que el espíritu europeo tenía sus raíces en la civilización grecolatina, a la que el judeocristianismo aportó la idea revolucionaria de la fraternidad. El espíritu europeo tiene, pues, sus raíces en Atenas, Roma y Jerusalén, es decir: el Dios único de la Alianza, Atenas o la filosofía, y Roma o la civilización universal. O también: la historia de Israel, la historia griega y la historia romana. Sin excluir la participación de otras semillas (el humanismo, la ilustración, la revolución francesa...), considerándolas, sin embargo, como menos fundamentales.


El espíritu europeo, en opinión de muchos, está llamado a ser y a conservar la conciencia de la humanidad, donde la libertad, la solidaridad y el pluralismo sean los fundamentos de la paz y de la convivencia. Y convendría que hoy, al margen de los políticos de turno, los «trabajadores del espíritu», y toda persona con inquietudes, volvieran a pensar en ello.


DdA, XXI/5.945


No hay comentarios:

Publicar un comentario