LA PAJA ES COSA DE NIÑOS
Valentín Martín
Cuando llegaba septiembre el pueblo se vaciaba de pelirrojas extranjeras, los rastrojos pavoneaban su corta vida en el espigadero de las ovejas, en la ciudad empezaban las ferias, parecía más hermosa aún la agonía del fado en las contrabandistas llamadas María de Magdala, y se decretada el final del verano con la metedura de la paja.
Ni rastro del Dúo Dinámico, o de la familia Kohayagawa que entonces ni se sospechaban. Era la hora de los niños a quienes tres meses sin escuela desde las besanas a las eras convertían en hombres repentinos y eventuales.
Por junio los niños dejaban en paz a los reyes godos, trajinaban la mies en el laboreo de las gavillas con arañas, subían a lo alto de los carros para empujar los haces con los pies hasta la hondura de las redes, se sentaban en la delantera para picar a la yunta con la aijá y no les entrase pereza a las vacas bajo el solazo. Y ya en las eras, el viaje en sentido contrario para descargar. Luego, dar vueltas a la parva en el trillo cartaginés era su destino de sesión continua, mientras padre volteaba de vez en cuando la mies para que no quedase una sola espiga viva.
Para mis manos, tumbagas, la luna que yo pío, la luna que me dan, cantaban las marifés. La trilla no pedía ligas de oro, no pedía nada sino paciencia hasta que llegasen las 9 de la mañana, se hubiera ido el relente, y se pudiera empezar otra vez a trillar bajo el sol del Cid.
Acabada la trilla, la limpia para llenar con palas las sacas de grano era cosa de hombres.
Pero en el epílogo estival volvían a aparecer los niños. Era la hora de meter la paja en el pajar. Los hombres fuera y los niños, dentro. Los hombres arrojando la paja con horcones a través de una amplia ventana desnuda, y los niños dentro para ahollar. Aquello para los niños tenía poca piedad, porque dentro del pajar el aluvión de paja iba seguido de un polvo malo para los pulmones y para los ojos. Llegaba un momento en que se veía poco, y lo poco que se veía, distorsionado.
Ya no hay pan, ya no hay trigo, y esta liturgia archivieja no viene a cuento, se me escapó la especie otra vez.
Porque lo que interesa es si Mapi León le toca la intimidad a Daniela mientras el árbitro no ve. Ver bien en el pajar de la paja ya he dicho que no. En un partido de fútbol en el fragor de aquí te pillo y aquí te mato, tampoco. Yo creo que como Mapi León es alta y guapa a alguno le gustaría que ese gesto fuera verdad. Cosas del morbo. Pero si hay la más mínima intención de profanar los muslos de Carla sin consentimiento de Carla, Mapi León debe pagar.
Y cabe algo más que un atisbo de estupor ante la diferencia de trato entre hombres y mujeres, dentro de la misma cuestión. Porque cuando Michel se los tocó (dos veces) a Valderrama hubo casi celebración. Lo mismo que cuando Aznar, presidente del gobierno de este país y referencia moral de los suyos, le metió el bolígrafo entre las tetas a Marta Nebot. No digamos ya cuando el Señor Naranja, amo y señor, proclama que él a las mujeres las agarra por ahí.
Así que, querido Rodolfo Serrano que me lees, ya ves que entre condenas y devociones andamos. Y lo de andar en mi caso es un eufemismo. Voy a buscar poemas tuyos, limpios de polvo y paja, para leer. Así soy feliz.
DdA, XXI/5.908
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