Félix Población
Creo que ya había tenido oportunidad de ver el primer vídeo del que habla el reportero, cuando el protagonista del mismo tenía noventa años, sin que ni entonces ni ahora se nos diga el lugar en concreto de Asturias en el que se encuentra esta aldea abandonada en la que sobrevive Federico y que, por este segundo vídeo, llegamos a deducir que no está está lejos de Mieres.
La discreción del reportero no nos permite tampoco conocer demasiados detalles de las razones por las que Federico, a sus noventa y dos años, decidió un día -del que tampoco tenemos noticia- residir en su aldea natal, tal como se vivía en los lejanos tiempos en que llegó a la vida en 1932. El reportaje no indaga en las razones por las que este anciano robinsón se basta con la compañía de sus dos perros, emboscado entre montañas, ni si se va a mantener allí hasta el fin de sus días, haciendo de su existencia la misma que hicieron sus mayores en ese mismo lugar hace más de un siglo.
Se trata del único morador de una pequeña aldea perdida y ruinosa, rodeado de un viejo mobiliario y utensilios desvencijados, en la que Federico hace cada día del escenario de su niñez, cuando había escuela y bolera en el pueblo, el ámbito solitario de su ancianidad, como si con su permanencia quisiera alentar de humanidad el abandono y olvido que habita en cada casa, con sus viejas galerías y sus ahumados muros interiores. Trece vecinos llegaron a vivir en esas casas, contados uno a uno por Federico, como si al hacerlo estuviera haciendo también memoria de sus nombres.
No sabemos si el reportero volverá a ver a Federico, tal como le promete en una próxima visita, pero sí que a raíz de la primera subieron a verlo viajeros de distintos países, algunos llegados de muy lejos. Quizá porque para tratar de entender ese apartamiento del mundo y la decisión de afincarse al final de una vida allí donde esa vida empezó a latir, se necesita compartir con su protagonista una parte de su soledad y del entorno en que esa soledad ha decidido entrañarse, quizá por ser el más entrañable.
No habrá posiblemente ninguno de los viajeros que logre comprenderlo, porque todos vienen de mundos donde se han perdido las luces para alumbrar el insondable vivir y sentir de Federico, ese que el discreto reportero ha respetado y que sólo el anciano sabe allá en el fondo de sus sueños, mientras suena el bosque con el mismo y recóndito ulular de las rapaces nocturnas que lo acunó de niño.
DdA, XX/5.849
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