No se puede olvidar, a propósito de la conspiranoia, la iniciada y sostenida por el Partido Popular y sus medios afines a propósito del mayor atentado terrorista en la historia de España, el 11 de marzo de 2004. Domínguez entiende que Jiménez y Porter no solo son carroñeros de la tragedia que saben obtener beneficio social y económico del dolor. Son también agentes fundamentales dentro del ecosistema reaccionario que aúpa a partidos como Vox y a agitadores como Alvise. Para ello, no necesitan mentir, solo hacerse preguntas dirigidas hacia posiciones concretas y llevar al plató a personajes con una falta de escrúpulos pasmosa que se atreven a difundir rumorología a través de fórmulas conceptuales como “se dice” o “se habla”.
Dani Domínguez
“Por si quieren maquillar algo más”. Fue la última frase que la copresentadora de Horizonte, Carmen Porter, lanzó a cámara tras contar que un trabajador del programa había escuchado a varios guardias civiles reconocer que el parking del centro comercial Bonaire, en Valencia, estaba lleno de cadáveres. “Algunos submarinistas de la Guardia Civil que han entrado dicen que no vuelven a entrar más”, aseguraba segundos antes en clara referencia a las horrendas imágenes que habrían visualizado en el interior del aparcamiento.
Pero en Bonaire no había ningún muerto. Así lo ha confirmado el director general de la Policía, Francisco Pardo, tras lograr desaguar el subterráneo del centro comercial. Una buena noticia que un sector de la población no ha querido asumir tras ser bombardeados durante días no solo con la posibilidad de que el aparcamiento estuviese plagado de cuerpos, sino con la teoría de que las administraciones públicas lo estuviesen ocultando. Estrujar el dolor de las víctimas crea monstruos.
“Por fortuna no hay víctimas en el parking de Bonaire. Nunca me he alegrado tanto de que mis tres fuentes se equivoquen”, publicaba Iker Jiménez en un mensaje en X tras conocerse la ausencia de cuerpos en el aparcamiento, acompañado de un vídeo en el que descargaba la responsabilidad sobre los hombros de sus fuentes. Pero si te engañan, la responsabilidad como periodista es tuya. Lejos de asumirla, al final del vídeo volvió a su relato conspiranoico: “Ojalá nos contasen algo de la lista de desaparecidos, porque si os dais cuenta, las cifras también varían. ¿Sabremos algún día la verdad?”
Pero el sustrato de Horizonte no son los bulos, aunque los haya. Iker Jiménez y Carmen Porter se mueven en otro terreno por el que es mucho más complicado transitar. Ellos lo consiguen y por eso tienen éxito. Decir que 700 tickets no habían sido picados a la salida del parking, como defendió su colaborador Rubén Gisbert, el mismo que decidió revolcarse por el barro momentos después, es un bulo sencillo de desmentir. Basta con demostrar que el aparcamiento no tiene barreras de entrada o salida. Pero decir que “nos ocultan” o que “maquillan” las cifras de muertos es mucho más difícil de desmontar.
En primer lugar, porque falta el sujeto. ¿Quién quiere ocultar las cifras de personas fallecidas? Dependiendo de las estructuras mentales de cada uno, el sujeto puede ser Pedro Sánchez y el Gobierno de España; o puede ser Carlos Mazón y el Consell de la Generalitat valenciana. O una confabulación entre ambos. No importa. Ahí está el éxito del relato, en que son los sesgos del espectador los que deben completar la frase y crear el sujeto.
Lo cierto, sin embargo, es que el relato predominante del programa orbita en torno a los sesgos de la extrema derecha, la ideología que ha hecho de la conspiranoia un pilar fundamental de su proyecto político: lo hizo el 11-M, durante la pandemia de la COVID y lo está haciendo ahora. Mientras la ciencia y el pensamiento racional tratan de encontrar explicaciones y soluciones lógicas a los problemas, el populismo de derechas hace de la conspiración el eje fundamental de su discurso. Y le funciona.
En Spanish neocon. La revuelta neoconservadora en la derecha española (Traficantes de sueños, 2012), Pablo Carmona, Beatriz García y Almudena Sánchez desgranan la estrategia utilizada tras los atentados yihadistas de 2004, cuyo primer paso consistió en azuzar “la duda sistemática: el cuestionamiento de la investigación oficial y de los datos que se iban filtrando a la prensa”. Así, tras la conmoción que supone un shock como el desastre causado por la DANA, los carroñeros de la tragedia comienzan un baile conspiranoico que trata de generar un ambiente de confusión todavía mayor.
Una ciénaga a la que algunos no tardan en lanzarse: “Lo importante es España y los españoles, las víctimas mortales; cientos de ellas que el Gobierno está ocultando y escondiendo”, afirmaba sin ninguna prueba el portavoz de Vox, José María Figaredo, el pasado martes 5 de noviembre. El diputado de la formación ultra solo tenía que seguir el camino que ya habían despejado Jiménez, Porter y otros durante las horas previas. Una vez creada la conspiración en la cabeza de miles de personas, reactivarla es muy sencillo. No importa que esto suponga hacer más daño a las víctimas: gracias a esta estrategia, Donald Trump ha recuperado la presidencia de los Estados Unidos. La posibilidad de extraer rédito político merece incrementar el dolor de quienes han perdido a familiares y amigos.
“La materia prima de la confabulación conspirativa es una mezcla de incertidumbre, impotencia, desconfianza y división”, explica Alejandro Romero, profesor de Teoría Sociológica y Análisis Electoral en la Universidad de Granada Alejandro Romero y autor de Contubernios nacionales (Akal). El autor sostiene que este tipo de teorías de la conspiración pueden ser “muy rentables políticamente cuando se logra que una proporción relevante del electorado crea en ellas”. Para ello, el papel que juegan programas como Horizonte son indispensables.
Porque Jiménez y Porter no solo son carroñeros de la tragedia que saben obtener beneficio social y económico del dolor. Son también agentes fundamentales dentro del ecosistema reaccionario que aúpa a partidos como Vox y a agitadores como Alvise. Para ello, no necesitan mentir, solo hacerse preguntas dirigidas hacia posiciones concretas y llevar al plató a personajes con una falta de escrúpulos pasmosa que se atreven a difundir rumorología a través de fórmulas conceptuales como “se dice” o “se habla”.
Pero no olvidemos que ambos presentadores se definen como periodistas. Que la profesión no cerque mediáticamente a este tipo de personajes y los relegue a la marginalidad más absoluta no solo incide en el desprestigio del periodismo, sino que acrecienta el dolor de las víctimas que sufren su modelo de negocio. Y pone en peligro la democracia.
LA MAREA DdA, XX/5.819
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