El 21 de junio de 2017, en el El Diario, periódico de La Paz (Bolivia), Mario D. Ríos publicó un artículo sobre el poeta y la obra de quien también fue periodista Eliodoro Ayllón Terán, cuya vida estuvo entregada, con trascendencia, a la difusión y orientación de los cambios revolucionarios de la década de los años cincuenta del siglo anterior. Al leer el poema que insertamos con el correspondiente recitado, este Lazarillo ha pensado de inmediato en el pueblo palestino. No hay otro ahora mismo en el planeta que merezca tanto la paz y la palabra que pidiera también nuestro Blas de Otero, cuando se llevan contabilizados -al menos- más de 43.000 asesinatos entre los que sobresale de modo sangrante y espantoso la que quizá sea la mayor masacre de menores después del Holocausto en los campos de exterminio nazis, la tragedia que sufrieron los predecesores de los actuales verdugos del pueblo palestino. Lo que escribió Mario D. Ríos de Ayllón Terán en su columna de El Diario Creadores de Luz le parece a este Lazarillo lo más idóneo para dar una idea resumida de poeta boliviano:
Sus creaciones del espíritu -escribe el articulista- no llegaban a ubicarse en un primer plano ante compromisos propios de los cambios sociales. No obstante de aquellos compromisos, sorpresivamente surgió la pluma del trovador, a través de la cual difundió su propia intimidad en estrofas muy sentidas, pues ellas revelaban una miseria lacerante, particularmente cuando el poeta cuenta: “Mi padre borracho / era la patria que pesaba sobre mis pupilas / sobre mis labios, / sobre mis zapatos rotos, / y con esta patria a cuestas / yo asistía a la escuela”. Ayllón lleva la Patria hecha poema y razón de una existencia que se despliega a través del tiempo, entre sufrimientos, éxitos pasajeros, pero siempre acompañado de admiración por quienes seguían su trayectoria.
Lo conocí muy poco. En el diario en que trabajábamos escuchaba su voz pausada y sus comentarios con los colegas de entonces. Cuando la noche cubría la sala de redacción, entonces el silencio se llenaba de versos repetidos, como una puerta de salida a sus inquietudes y, ante todo, a sus agudos conflictos personales: “En cada esquina de la noche / en cada esquina del día / hay una sombra que vigila, / pero el pueblo sigue adelante / como un río incontenible”.
Entre versos y comentarios de prensa había un puente que cruzaba con enorme habilidad. Sabía que sus artículos periodísticos debían ser redactados con la mayor sencillez posible; los poemas, en cambio, le daban libertad creativa porque, según sus versos, eran un desahogo a su espíritu: “Pienso en la pureza de la hierba y la encuentro manchada. /Pienso en la caricia cristalina de los ríos, /y la veo enturbiada. // Qué ganas de romper estrellas / y manchar de negro / la blancura de la luna”.
Los poemas de Ayllón fueron poco difundidos. Una antología recoge lo más trascendente de su pensamiento ubicándose en primer plano el poema “Pido la palabra”. Consagratoria poesía que fue difundida en varios países de Sudamérica. El libro “Sobre la ruta del hombre”, contiene gran parte de sus primeros poemas. La Universidad Andina San Simón publicó la obra “Poemas”, también sujeta a una antología con prólogo de Luis Ramiro Beltrán e ilustraciones con las firmas de Gil Imaná y Solón Romero.
Eliodoro Ayllón Terán nació en Sucre el 16 de marzo de 1930. Falleció, en su ciudad natal, a los 63 años de edad. Exiliado, cuando el coronel Hugo Banzer tomó el gobierno, vivió 17 años en la ciudad ecuatoriana de Quito. Su labor periodística fue distinguida con el Premio Nacional de Periodismo de Ecuador. Algunos de sus poemas fueron incluidos en la Antología de la poesía rebelde de Hispanoamérica, del colombiano Ramiro Lagos. De la poesía allí incluida leemos: “A mí me mostraban la escuela / poblada de azules campanas / y la patria / cuajada de campos abiertos, / pero mi patria / gemía a cuatro mil metros / sobre el nivel del hambre. / Hombres que crecían / como piedras paridas por la montaña / desnudos y fríos, como peces muertos / moviéndose apenas, / llevando a cuestas su grito troncado / como una roca clavada en lo más hondo / en los más duro de la tierra”.
Ciudadanos del mundo,
en nombre de mi patria, pido la palabra.
En nombre de mi pueblo, sencillo como el agua de la acequia,
pido la palabra.
En mi pequeña morada comenzó la patria
allí todos gritaban en las noches cuando el puño del alcohol,
caía sobre el rostro de mi madre, recuerdo la sangre y los nervios,
los nervios en angustia de alambres aprensados;
en las noches ondas, pobladas de llanto y el miedo de los pequeñitos allá,
en la esquina más dolorosa de mi sangre, comenzó la patria.
La escuela vino después,
también la patria estaba allí avergonzada, humillada;
ocultando en los rincones más apartados, sus pies descalzos.
Y la patria me miraba acongojada desde mis propias pupilas nubladas,
desde mis manos vacías y mis sueños enturbiados.
A mi me mostraban la escuela poblada de azules campanas
y la patria cuajada de campos abiertos,
pero, pero mi patria gemía a 4000 metros sobre el nivel del hambre,
hombres que crecía como piedras paridas por la montaña,
desnudos y fríos como peces muertos,
moviéndose a penas, llevando a cuestas su grito
trancado como una roca clavada en lo más hondo, en lo más duro de la tierra.
No señores,
la patria no era solamente la escuela poblada de altas campanas
ni la tierra salpicada de lagos felices,
no era solamente los montes incrustados de cielo,
ni los desfiles en los días de fiesta,
era también la impotencia del hombre
cuando el pan se convierte en gemido detrás de las puertas,
era la muchacha que buscaba su vestido dominguero en la esquina de la noche;
eran las manos crispadas en los mercados,
y el llanto, extendido en las estaciones.
Mi padre borracho era la patria que pesaba sobre mis pupilas,
sobre mis labios, sobre mis zapatos rotos;
y con esa patria a cuestas yo asistí a la escuela.
La maestra, me mostraba siempre una patria
y un cielo a los que nunca pude comprender.
Una patria con héroes, con cerros de plata, con tierras llenas de árboles frutales;
pero yo tenía que regresar a mi casa en las noches, y allí estaba la patria,
en el pan para dos que nunca satisfacía a cuatro,
en las pupilas de mi padre abiertas
como dos diablos encendidos en medio de los niños.
No señores, no.
La patria no sólo estaba en los salones, ni en los discursos de los presidentes,
ni siquiera en la bandera y sus colores.
Yo encontré a la patria botada en mitad de las calles,
mientras la lluvia cercenaba sus carnes.
Yo la vi desgarrarse por coger un pedazo de carne y otro poco de pan,
y lloré su tragedia, porque teniendo hambre, se comió su libertad.
Y mentidme a mi ahora, mentidme.
Yo vi a mi patria en todos sus confines,
la sentí como un garfio clavado en mitad de mi angustia,
la llevé como túnica de yeso por todos mis caminos,
la sentí como el peso de dios sobre el pecado y busqué su voz
para multiplicarla sobre las campanas del tiempo.
Yo vengo en nombre del obrero y sus overoles manchados,
en nombre de mi padre y su vicio,
pagado con la desnudez de sus hijos,
en nombre de mi madre y su voz callada,
en nombre de los niños yo vengo,
en nombre de mi patria estrujada por manos sin salario.
Yo no vengo a pedirles nada, nada que les pertenezca.
Mi pueblo, mi pueblo quiere su paz,
quiere su barco para recoger de playas lejanas un canto de gaviotas nuevas,
quiere sembrar su trigo y levantar sus fábricas,
quiere que sus niños rían,
jueguen y salpiquen los campos como las gotas de rocío al alba,
quiere que todos crezcan a lo largo de los ríos como el trigo,
y que todos se hinchen de sol y de lluvia como las uvas,
en la cuenca dilatada de los valles.
En nombre de mi pueblo,
humilde como la hierba, sencillo como el agua de la acequia,
ciudadanos del mundo,
pido la palabra.
DdA, XX/5.828
2 comentarios:
Esperemos que alguien (mucha gente) se sacuda tanto silencio sumiso para pedir la palabra, más allá de las patrias y banderas, por esa inmensa mayoría desheredada... Hermosa proclama.
Desespera esa silencio, amigo.
Publicar un comentario