«La Tierra es plana, la evolución es un invento, las vacunas son malas y encima te meten un chip, el wifi da cáncer, nos fumigan con aviones, nos gobiernan reptilianos, el cambio climático es mentira, la energía nuclear es segura, los migrantes se comen tu gato, el horóscopo es verdad, lo de reciclar es una farsa porque luego total lo mezclan todo, los chinos controlan el tiempo, la COVID fue una farsa». Antes solo oíamos las chorradas que se decían cerca de nosotros, en el chigre o en el autobús. Con las redes sociales ahora se oyen todas las necedades que se digan en alguna parte y que eso estimula a los necios a decir más necedades. Rufián repasó el pequeño muestrario de extravagancias con el que abrimos estas líneas. Y a continuación recordó el tono informativo que se puede leer en medios y redes: «bronco pleno en torno al cambio climático; nuevo rifirrafe en el Congreso a tenor de las vacunas (sic); se acrecienta la polarización con el horóscopo; los terraplanistas y los no terraplanistas se enzarzan otra vez en un polémico pleno; ya basta de politizar con que si los haitianos se comen gatos o no se los comen». La desinformación consiste en que la gente crea falsedades palmarias, pero sobre todo en que pese tanto la verdad como la falsedad, en que cualquier cosa que se publique, por estúpida que sea, sea «un punto de vista» y la refutación de la idiotez sea «otro punto de vista». Así la verdad conocida no refuta a la falsedad delirada, sino que establece con ella una bronca, rifirrafe, polarización, gresca o cualquier apelación al conflicto, con el que periodistas de mala fe o incompetentes ayudan a borrar la relevancia de lo verdadero y lo falso. Hace tres años rebotaba por la red social la broma de que los científicos decían una cosa sobre las vacunas y Miguel Bosé la contraria, y que uno no sabía a qué atenerse con tanta confusión. Pero hace tres años esto era una broma. La desinformación, es decir, la constante emisión de falsedades manifiestas y la constante erosión de la confianza en los canales del conocimiento, es una táctica. Tiene innumerables espontáneos que van a su bola e innumerables oportunistas, wannabes Alvises, que quieren pillar cacho en la confusión. Pero el caudal principal es táctico. Presentar lo obvio y lo disparatado como un rifirrafe entre dos puntos de vista obcecados, como si la gravitación y la levitación jugaran en la misma liga, acaba siendo un estilo. Así se hace más fácil que las obviedades de lo ocurrido con la DANA (es decir, la habitual incompetencia del PP en catástrofes, su habitual sarta de mentiras y su habitual maltrato a las víctimas) pesen igual que las falsedades alucinadas sobre la responsabilidad de Teresa Ribera, la inacción del gobierno central o la maldad de la AEMET. Es cuestión de haberse habituado a no confiar en los datos y aceptar la validez de ensoñaciones y desvaríos.
Todo esto es una táctica. Feijóo ya había hecho todo esto en Galicia, con los mismos ingredientes: medios (pagados por sus administraciones) que publican falsos escándalos, organizaciones ultras que denuncian recortando sus titulares y jueces afines que inician causas delirantes. Las chorradas terraplanistas o antivacunas son una forma de estirar los límites de lo discutible como cuando se estiran unos calcetines más de lo que permite su elasticidad y no recuperan su forma normal. Con las mentes y las tragaderas dadas de sí, se hace más fácil que las denuncias vagas de los ultras contra la familia de Sánchez, miembros del Gobierno, instituciones o agencias estatales eclipsen la contundencia de los delitos del novio de Ayuso, de las 7291 agonías decretadas por ella y los momios que chuparon su familia y su novio con las mascarillas y los trasiegos de Quirón. El colmo es que los delitos de González Amador sean secundarios con respecto a quién fue el chivato acusica. La acumulación de denuncias, tramitadas por jueces con más ideología que leyes, alimenta el discurso de que la situación es insostenible ante un electorado aturdido por el ruido diario y con la sensación de que ciertamente hay algo insostenible que debe parar ya.
El poder siempre tiene la pulsión de sentir a los informadores y a los jueces como un obstáculo y por eso la independencia de unos y otros con respecto al poder político se sintió siempre como un pilar de la democracia. Y por eso parece sospechoso meterse con la prensa o los jueces. Y por eso se mantiene este buenismo retórico de confiar en la justicia y declarar todos los días la independencia del poder judicial. Y por eso no se dice alto y claro que una minoría de jueces tergiversa leyes y procedimientos desde una ideología conservadora o directamente ultra. Son los menos, pero son demasiados. Son minoría, pero la mayoría es intensamente corporativa, los jueces no controlan a los jueces, por lo cual la minoría lleva el veneno ultra a las instituciones y permite que el PP actúe como una banda con impunidad. La injerencia del gobierno elegido en la justicia es mala, pero la injerencia de jueces no elegidos en el gobierno es peor. Que la mayoría de turno controle a los jueces es malo, pero que los controle siempre el PP es peor. Debe terminar la ñoñería retórica de recitar cada día el catecismo de la separación de poderes y debe denunciarse explícitamente la evidencia que tenemos delante: la justicia está siendo un problema para la democracia.
Cuando la verdad deja de importar, la moral no tiene suelo en el que arraigar. Mauro Entrialgo titula su reciente libro Malismo. Llama malismo al estado moral en el que el mal no solo no se oculta, sino que se exhibe porque es un factor de atención y éxito. A ello obedece una buena parte de las provocaciones de la extrema derecha y el PP más montuno, pero no solo. La desorientación general, el deterioro de los más humildes y las pérdidas de la clase media, en medio del ruido de disparates e hipérboles que hace sentir que todo es un lío y todos son iguales y todos son un problema y solo el pueblo salva al pueblo, todo este amasijo, hace que la gente no tenga oídos más que para mensajes enérgicos y no para mensajes calmados y razonados. La retahíla de tópicos de convivencia, como la tolerancia o la protección social, se asocia con el marco en el que la gente pierde todos los días. La propaganda se encarga de que se perciba como buenismo blandengue todo lo civilizado y que todo lo educado sea la cargante retahíla de quienes nos ignoran y no saben nada de nosotros. Solo se oye lo contundente y frentista y se atienden con dificultad razonamientos más largos que un zasca de 280 caracteres. El indignado aprecia más el empuje y la contundencia que la blandura y la vacilación. La oposición entre el coraje y la pusilanimidad se percibe más que la oposición entre la minoría de arriba y la mayoría de abajo. De hecho, los ultras señalan como privilegiados vividores a la clase media mientras lamen el culo a los ricos a cuyos intereses sirven. La maldad cínica y ostentosa se percibe como rebelde y valiente. La desinformación diaria y el negacionismo, es decir, el ataque a la verdad y al conocimiento, hacen fértil el terreno para que la inmoralidad parezca frescura y empatice con la indignación. El que padece la injusticia social se enerva con el que le habla de justicia social, el progre que no sabe nada de él. Y los únicos que actúan con conciencia de clase son los pijos, los niñatos que se hacen los canallitas en plan Froilán.
La izquierda no debe chapotear en la misma degradación que las derechas, pero tiene que entender tres cosas. Una es que, efectivamente, ante población indignada, el mensaje tiene que llevar hierro, contundencia y el latido de la lucha, o rebotará en el estado emocional de los receptores. La segunda es que ningún mensaje llevará esa carga de firmeza si no se refiere con concreción los problemas reales y vividos de la gente. Como les decía Ortega y Gasset a los argentinos: a las cosas. Y la tercera es que la única manera de que quien padece la injusticia social no se crispe con el que le hable de justicia social, es que el que hable de justicia social la cultive con determinación enfrentándose a la oligarquía. Si, como ocurre, la desigualdad crece también con gobiernos de izquierdas, además de injusticia, se percibirá hipocresía. La izquierda solo puede mejorar con un ingrediente mágico: más izquierda.
NORTES
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