José Ignacio Fernández de Castro
«Nací para revolucionar el infierno.»
Manuel VÁZQUEZ MONTALBÁN: Tatuaje en la espalda del cadáver del joven marinero rubio y semidesnudo hallado, con el rostro desfigurado por los peces y en estado de descomposición, en una playa de Barcelona, en el arranque de la novela Tatuaje (1974).
Mucha gente, la mayoría de los habitantes de este planeta, malviven cada día pensando cómo llegar a mañana... No, no "al mañana" sino simplemente a mañana. O sea, qué podrán comer para sobrevivir a duras penas, dónde podrán dormir sin riesgo para su integridad física... Cómo buscarse, en fin, la vida para para poder sobrevivir (vivir es otra cosa) un día más. Esos miles de millones de personas no necesitan la amenaza del infierno, porque ya lo viven en este maldito mundo de insoportables desigualdades. Así que no es extraño que, de vez en cuando, alguien de entre ellas (o de entre las más favorecidas y biempensantes) sienta que ha nacido para "revolucionar el infierno". O sea, para cambiar el mundo y la historia humana. Por desgracia, nadie aisladamente revoluciona nada y sólo en la unión de los más hay alguna esperanza de alcanzar un cambio para el que, desde luego, no cabe pedir permiso. Porque quienes se sienten superhéroes capaces de cambiarlo todo, suelen acabar como el marinero “alto y rubio como la cerveza” de la primera novela propiamente detectivesca de Pepe Carvalho: muerto en algún triste espacio desierto con el rostro desfigurado por alguna alimaña y el cuerpo en descomposición.
DdA, XX/5.829
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