Félix Población
El copioso archivo del fotógrafo y periodista José Vélez (1933-2012), compuesto por más de 200.000 instantáneas y depositado desde 2018, como otros más de conocidos e importantes fotógrafos asturianos en el Muséu del Pueblu d'Asturies, avala la intensa y extensa trayectoria profesional del autor desde que a finales de los años cuarenta del pasado siglo la iniciara en el diario ovetense Región, periódico dirigido durante muchos años por Ricardo Vázquez Prada.
Como fue precisamente en Región donde empecé a publicar en la adolescencia mis primeros artículos a finales los años sesenta, quiero recordar -a propósito de la exposición de 250 fotografías que ahora mismo se puede visitar en la plaza Trascorrales de Oviedo-, una anécdota relacionada con mi primera incursión en el periodismo y con una fotografía que creo recordar había hecho José Vélez para el citado diario, en el que firmaba la afamada cronista de la burguesía local Mercedes Cabal Valero, hija de Constantino Cabal y Mercedes Valero, ambos periodistas.
Se trataba de rellenar un hueco tipográfico más que de ofrecer una información, para lo que Julio García, el redactor-jefe de Región, me mostró una instantánea en la que aparecía una mujer de avanzada edad, empujando un carretón cuesta arriba por la misma calle (fray Ceferino) en la que tenía el diario su sede. Creo recordar que esa señora, a la que se conocía por un apodo del que ahora no me acuerdo, era la misma que repartía los ejemplares de Región y demás periódicos por la ciudad o por una determinada comarca.
De lo que redacté no me acuerdo, pero sí que debía ser un texto de unas diez o doce líneas, sin que contara yo con más información que el nombre y actividad de la protagonista, por lo que lo demás quedaba a merced de mis reflexiones y aptitudes. Ricardo Vázquez Prada, autor todos los días en la última página de una sección a base de frases cortas más o menos sentenciosas (ni fascista ni comunista sino todo lo contrario) y que tenía por título Gotas de tinta, quiso conocerme al leer el pie y me permitió a partir de entonces escribir artículos de opinión en su misma página, además de hacerlo habitualmente en las de la sección correspondiente, en ocasiones con titulares de tipografía mayor. Daría algo por releer aquellos escritos que a veces redactaba en la misma redacción del periódico, al lado de un periodista que se llamaba Magadán, testigo único de mi primer y más auténtico fervor vocacional.
Por entonces visitaba Región a veces el cantautor Víctor Manuel, que llevaba ya unos años con sus exitosas primeras canciones de mina y romería, y al que el director apreciaba. En una ocasión me propuso que lo entrevistara, sin que sepa ahora por qué finalmente no lo hice, quizá porque prefirió quedarse el jefe con aquella presa que empezaba a despuntar mediáticamente. Lo lamenté porque por el cantautor de Mieres, todavía en activo pese a su ostensible y al parecer asumible caída de voz, sentía yo cierta simpatía asturianista, no sólo por sus letras sino porque compartíamos padres ferroviarios.
El fotógrafo José Vélez forma parte de aquella primera memoria periodística de mi mocedad, cuando estudiaba en la facultad de Filosofía y Letras de la Plaza de Feijoo, desayunaba en el vecino bar de los alféreces provisionales a la espalda de la catedral y tenía como profesores al filósofo Gustavo Bueno, que se guaseaba de las alumnas con hábito religioso, y que cuando se ausentaba era sustituido por Juan Cueto, crítico de televisión en la revista Asturias Semanal, antes de serlo en el diario El País. Recuerdo también de aquella las clases del lingüista y luego académico Emilio Alarcos, que tenía una novia joven y atractiva a quien llamábamos La Pepa, también profesora, y las de Carlos Cid, catedrático de Historia del Arte.
No continué esos estudios, en los que no puse el menor afán porque mi inclinación incuestionable era hacer Periodismo en Madrid. Lo de Madrid era obligado porque mi ingreso en la facultad de Pamplona -otra de las ciudades en las que se podía cursar la carrera- no me permitió acceder a los estudios por el elevado precio de la matrícula en la universidad del Opus. Así que acabé en la Complutense de Madrid, en la recién creada facultad de Ciencias de la Información, ya en los últimos años del tardofranquismo, compatibilizando estudios y trabajo, sin imaginar que la muerte del dictador me iba a pillar como ayudante de redacción en el diario Arriba, cuya última memoria merecería recordación porque aquel periódico acabó siendo muy distinto al que su fundación y cabecera sugieren.
José Vélez, también periodista, fue fundador de una revista que se llamaba Fruela 63 y que creo haber leído alguna vez de niño, cuando empezaban a gustarme los periódicos y daba vueltas por los escaparates de los kioscos para ver portadas. También fue editor entre 1995 y 2010 de una publicación mensual cuya cabecera era La Hora de Asturias. Me gustaría ver algunas de las 250 imágenes que sus cámaras recogieron durante tantos años y que se ofrecen en la exposición de Trascorrales. Lo más probable es que no esté entre ellas la de aquel pie con tinte social de un periodista adolescente que tanto gustó a mi primer director, un falangista de la vieja guardia que me permitió publicar artículos que, aún siendo primerizos, quizá no habría podido firmar -algunos de ellos con seudónimo- en ningún otro periódico.
Sí habrá con toda seguridad otras imágenes de Oviedo o Asturias en esa muestra antológica que me evocarían lejanos recuerdos de cuando los de mi generación nos fuimos horneando, en muchos casos llenos de las inevitables expectativas prometedoras que augurábamos, tanto para el país por venir como para la profesión que algunos habíamos elegido. Inimaginable pensar entonces que, mediada mi vida laboral y el régimen del 78 que sucedió a la dictadura, iba a dejar de lado el periodismo al uso, casi del mismo modo que ese periodismo me dejó a mí, para trabajar en otros cometidos durante veinte años.
Mi periodismo era el que tenía a los profesionales como propietarios del periódico, una empresa casi imposible entonces que ahora es más hacedera y que antes siempre acababa por malograrse, como aquel proyecto del diario Liberación, con sus redacción en el barrio de Cuatro Caminos de Madrid, a cuyo acto de presentación en Salamanca acudí como colaborador. Era yo de los que pensaban que el periodismo, como el pan de cada día, debería ser gestionado y hecho por los profesionales, si es que de verdad se trata de un alimento para sustentar la libertad.
PS. Escrito lo anterior, me llega este comentario de la exposición fotográfica de Vélez que se celebra en Oviedo. Lo escribe una visitante, Georgina Fernández: "No esperaba menos. La exposición de Vélez es una lección de historia y un viaje al pasado de Asturias, tan cercano y tan lejano a la vez. Hay rincones de la muestra que duelen, que aún duelen mucho, como los que recogen el luto minero. Hay otros que te hacen preguntarte cómo hasta hace cuatro días podíamos consentir, por ejemplo, tener a esos niños comiéndoles las ratas en Matalablima. Hay retratos magníficos de personajes históricos como Rafael Fernández, Úrculo, Orlando Pelayo, Alfonso Camín, Ángeles Caso... Son todo fotazas y no se si las entendemos igual los que vivimos esas épocas que las generaciones más jóvenes. Quizás me faltan titulares. Vélez, ante todo, fue fotoperiodista y sus imágenes completaban reportajes, historias... Me quedo con ganas de saber el porqué de esa familia pobre en la que es la abuela la que da el biberón al niño y no se ve a ninguna mujer joven en el grupo familiar. Hay imágenes a las que les falta un poco más de texto para entenderlas. Pero eso no es cosa del autor. Chapeau Vélez".
DdA, XX/5.774
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