Rubén Darío Norniella
Las tertulias políticas televisivas, tan equilibradas, plurales y objetivas ellas, llevan toda la mañana con la matraca del ridículo de lo sucedido ayer. Y no les llevaré la contraria: fue surrealista. Ahora bien, cuando se ponen a buscar culpables, la cosa ya se pone distinta. Es imprescindible decir dos cosas: el ridículo lo hicieron todos sin excepción. No se libra nadie. Empezando por el principal responsable de que tan absurda situación se haya dado, el Juez Llarena, empeñado él en suplantar al órgano legislativo para pasarse por el forro y las puñetas la Ley de Amnistía. Su Señoría está tirado al monte, espoleado por la derecha extrema, que se han empeñado en terminar con la división de poderes, en base a politizar (más bien partidizar) el poder judicial y herirlo de muerte, hasta el punto de han llevado a este poder al descredito total.
Y todo ello por una razón obvia y que cuestiona el sentido democrático de dicha derecha: no quieren asumir la legitimidad de un Gobierno legal, legitima y democráticamente elegido y están dispuestos a derribarlo a cualquier precio. De ahí arrancan estos males y otros muchos. Si añadimos a lo que ahora ocurre, el acoso brutal, ilegal y fuera de toda legitimidad democrática contra Podemos en los años anteriores, nuestra democracia cae a la categoría de Monarquía bananera.
Y sí: Puigdemont es un impresentable y ayer rizo el rizo. Lo que hizo es indigno de un ex Presidente de la Generalitat. Esto arrastra a su partido, evidentemente. Tampoco estuvieron muy afortunados los encargados de diseñar y ejecutar su detención y por extensión a los Gobiernos central y catalán. La derecha extrema -PP y Vox-, convocando una manifestación contra Puigdemont, ayudaron a crear el caos que tan bien le vino a Puigdemont para poner pies en polvorosa.
Al final, el problema es el mismo desde hace años: en la política española han enviado al exilio al sentido común y de valores democráticos, ni los tienen, ni los esperan. Y eso ocurre por no sanear todo el aparataje del poder en la Transición. Dejar las manzanas podridas en el cesto, antes de poner las manzanas nuevas fue condenar al exilio al sentido común. No nos extrañemos ahora de sus consecuencias.
DdA, XX/5.733
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