jueves, 29 de agosto de 2024

LA EXTREMA DERECHA POSFRANQUISTA Y LA DE AHORA



Félix Población

La lectura del estupendo libro del profesor Nicolás Sesma Ni una, ni grande, ni libre. La dictadura franquista me ha servido para recordar que, una vez fallecido el dictador, los sectores más inmovilistas del viejo régimen vinculados con la extrema derecha del partido Fuerza Nueva, haciendo honor a la trayectoria de quienes se caracterizaron por la quema y prohibición de libros, también tuvieron al mundo de la cultura y el periodismo en su punto de mira. 

Se dirigía éste, sobre todo, a las librerías y galerías de arte, que en repetidas ocasiones sufrieron ataques incendiarios o rotura de escaparates. Quienes entonces residíamos en Madrid y éramos más o menos visitantes habituales de las librerías Antonio Machado y Rafael Alberti, tenemos constancia personal de esos ataques, que también soportaron -por mencionar sólo algunas- librerías como Pórtico en Zaragoza, Tres i Quatre en Valencia, la editora de la revista El Ciervo, en Barcelona, y Lagun, en el barrio viejo de San Sebastián, fundada esta última por María Teresa Castell y José Ramón Recalde, víctima a su vez de un atentado de ETA en el año 2000.

No hay que olvidar tampoco dos atentados con paquete bomba contra sendos medios de comunicación. El primero, en septiembre de 1977, contra la revista satírica El Papus, que causó la muerte al conserje del edificio. El segundo, un año después, contra la sede del diario El País, en octubre de 1978, en el que perdió la vida el joven trabajador Rafael Fraguas, de 19 años, causando heridas de consideración a dos de sus compañeros. La bomba, según informó el periódico, fue colocada por un comando de terroristas fascistas, del que se dio la identidad de sus integrantes. 

Tal como señala Sesma en su muy recomendable obra, editada por Crítica, estas acciones ultras de tipo squadrista "planteaban una evidente contradicción con respecto a valores muy arraigados en las clases medias conservadoras, precisamente aquella mayoría silenciosa en la que el régimen decía basar su apoyo social, tales como el mantenimiento del orden público y el respeto a la propiedad privada". Frente a esa violencia y aversión a los focos de cultura progresista, la visibilidad ganada por la oposición democrática se hizo a base de protestas sindicales y movilizaciones -en mi recuerdo la huelga de actores de febrero de 1975, que cubrí informativamente-, cuyo discurrir tuvo siempre una impronta pacífica. 

Si traigo a colación a vuelapluma este capítulo, un tanto olvidado de nuestra memoria histórica postfranquista, es porque conviene insistir en el recuerdo de que esos ataques a la cultura y a la libertad de expresión forman parte de las señas de identidad que caracterizan a la extrema derecha a lo largo de su historia, y más vale tenerlo muy en cuenta una vez que partidos retrógrados de esa catadura han renacido en los últimos años, con dos formaciones políticas, dos, representando a un sector del electorado en las sedes parlamentarias española y europea. Como sus antecesores, ya se ha comprobado que su proceder con la cultura, allí donde gobiernan de la mano del Partido Popular, sigue siendo el de ponerle trabas, censuras o prohibiciones. En la actualidad, algunos  de sus líderes ya están promoviendo la violencia política entre sus simpatizantes a base de bulos, difamaciones y amenazas de muerte.

No van a cambiar. En todo caso, si esos partidos no encuentran una resistencia políticamente provechosa y sólidamente unida que les haga frente defendiendo los derechos y las libertades democráticas, podrían crecerse para parecerse cada vez más, en la medida de su incremento, a la oscura historia de la que forman parte.

DdA, XX/5.753

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