lunes, 1 de julio de 2024

ODA MUY ELEMENTAL A LA TABLA DE LAVAR



Félix Población

Dice bien mi estimado Nacho Morán, que nos facilita esta imagen -localizada en la villa de Gijón, según se observa por la tapa de alcantarilla adjunta-, que herramientas como ésta no deberían tirarse a la basura con la falta que hace lavar, sobre todo porque la basura es mucha y crece, crece, crece hasta correr el riego de hacer una gran e incontrolable basura del planeta, los dioses no lo quieran.

Así es, pero es que, además, una tabla de lavar o tajuela no merecería nunca ser un objeto de desecho por su propio historial, al menos de un modo tan público y notorio como es el caso, a la vista de un mundo que ya casi ha olvidado su significado y mucho más el valor simbólico que tiene en la obligada e histórica postergación de la mujer a la vida doméstica.

En mi niñez recuerdo haber visto comercios -creo que en aquellas maravillosas tiendas de ultramarinos- en los que se vendían variadas y estupendas tablas de lavar. En el tiempo de mi niñez, con relación al de mi madre, fue hasta confortable el lavado a mano para las mujeres. En la niñez y mocedad de mi madre, e incluso durante una buena parte de la dictadura en las zonas rurales, había muchas mujeres aún que lavaban en los ríos o en los lavaderos de los pueblos, esos lugares donde, además de realizar esa paciente labor con agua fría en pleno invierno, hacían de ese penoso trabajo un conversatorio de cuitas múltiples, que quizá les sirviera de consuelo. Es digno de elogio que todavía en muchos pueblos se conservan y hasta fueron restaurados muchos de estos húmedos recintos de protagonismo eminentemente femenino.

Esa sociabilidad de mentidero rural se perdió el venturoso día en que entró en las casas el agua corriente. Yo apenas tengo recuerdos de mi madre haciendo la colada mediante esa superficie de madera con corrugaciones sobre la que sus manos frotaban con energía la ropa enjabonada. O si los tengo deben de estar más del lado de la nebulosa que del recuerdo estricto. Creo que uno de los primeros electrodomésticos que entró en mi casa fue la lavadora, antes incluso que la televisión, porque así lo quiso mi madre. 

No ocurrió lo mismo en el hogar de mi amigo Casto Caderecha, que vivía en un barrio de infraviviendas donde la tabla de lavar tuvo mucha más vida. Sobre todo en las manos de su hermana mayor, Olivia, que era una adolescente crecida y morena cuya desarrollada floración advertí casi de improviso, de un día para otro, una vez que mis ojos se abrieron a su encanto lavando la ropa en el albañal de un patio roñoso, entre gallinas y conejos, que había en la trasera de la casa. 

Olimpia restregaba la ropa con mucho empeño y dinamismo en un pilón, volcada sobre la tabla sin reparo en que se le levantara la falda con los glúteos casi en pompa, dándome razón para discernir a favor de los suyos la diferencia entre sus muslos y los de los futbolistas del Sporting. Sobre todo si a esa perspectiva se le añade la delantera, que no era otra que el balanceo de unos pechos firmes, de turgencia recién brotada, cuyo hallazgo en mi mirada desbordaba hacia abajo las sensaciones de mi deleite visual. 

Puede que a Oli, como la llamaba Casto, le deba el motivo de mis primeros sueños húmedos debajo de la lucera por donde miraba las estrellas fugaces en verano. A ella y a la tabla de lavar, cuyo abandono en una calle de la villa en la que crecí no puede serme más lastimero, como comprenderá el personal de mi avanzada edad y condición.  

*Dicho sea de paso, la tabla de lavar es también un instrumento musical de carácter percusivo que se toca con dedales para hacerlo sonar con una frotación rítmica. Esto de la frotación me remite a la misma imagen de aquel patizuelo un tanto sórdido que los días de lluvia se llenaba de barro salpicado de cagadas de gallina. Habrá quien piense que no era el escenario más idóneo para que lo anhelaran mis doce o trece años, pero se equivoca.

DdA, XX/5.693

1 comentario:

Folía dijo...

jajaja, lo que da de sí una tabla de lavar. O lo que evoca....

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