jueves, 30 de mayo de 2024

LA ÚLTIMA PUESTA DE SOL DE GARCÍA LORCA EN GRANADA



Félix Población

Gracias a la amabilidad de Carlos Lomas, que ha tenido a bien recordarnos este libro en prosa del poeta y dramaturgo granadino, he podido releer alguna de sus maravillosa páginas, cuya primera edición data 1918, cuando el poeta tenía sólo veinte años y acababa de realizar en los dos años precedentes un viaje de estudios con su profesor y compañeros universitarios por diversas ciudades del país.

La portada del libro es de su amigo el pintor Ismael González de la Serna (1898-1968), perteneciente -como el poeta- al grupo de intelectuales y artistas que se formó en Granada en torno a Manuel de Falla, José Fernández Montesinos, Ángel Barrios, etc. González de la Serna, que fallecería en el exilio en París, tuvo a finales de los años veinte en esta ciudad una exitosa proyección de sus obras y participó durante la Segunda República en el Museo Circulante de las Misiones Pedagógicas.

Federico dedica su obra, reeditada con motivo del centenario de la primera edición, a la venerada memoria de su profesor de música, "que pasaba sus sarmentosas manos, que tanto habían pulsado pianos y escrito ritmos sobre el aire, por sus cabellos de plata crepuscular, con aire de galán enamorado, y que sufría sus antiguas pasiones al conjuro de una sonata beethoveniana. ¡Era un santo!. Con toda la piedad de mi devoción". El profesor se llamaba Antonio Segura Mesa, pianista y compositor.

En este libro de Federico García Lorca hay páginas de una belleza sobresaliente dedicadas a la reflexiva observación del patrimonio artístico de la ciudades visitadas, así como sobre los pueblos, gentes y paisajes castellanos, pero de entre todas me parece oportuno destacar las que dedicó a Granada, dejando constancia de hasta qué punto amaba a la ciudad.

Nunca imaginaría el autor entonces que en el ámbito familiar de su niñez y juventud primera iba a ser brutalmente asesinado dieciocho años más tarde de que sus conciudadanos leyeran textos tan hermosos como el de este atardecer de verano, que bien pudiera el autor haber recordado junto al maestro cojo y al banderillero que lo acompañaron en la celda antes de ser fusilados los tres aquella maldita madrugada de agosto que culminó, para siempre, la condena del régimen de sus asesinos, que este país soportó durante casi cuatro décadas.

Creo que no hay poeta mayor en el mundo cuyos restos mortales se hayan dado por desaparecidos desde que quienes perpetraron el asesinato trataron de ocultar su barbarie y quedar para siempre impunes. Tuve oportunidad de conocer a alguien que, por los años setenta, todavía tenía la desvergüenza de haberse sentido próximo a los individuos que organizaron y ejecutaron aquel crimen en Granada, en su Granada, según escribiera Antonio Machado.

Fue precisamente en este viaje de 1916 cuando García Lorca conoció en Baeza al poeta de "Campos de Castilla", dedicando a la ciudad andaluza -en la que éste residía aquel año- uno de los capítulos del libro que comento, calificándola como la "ciudad perdida". Se dice que este encuentro con Antonio Machado decantó definitivamente la vocación literaria de Federico cuando tenía dieciocho años.

Esto escribió el autor de "La casa de Bernarda Alba" sobre una puesta de sol en Granada en los días de su mocedad:

Cuando el sol se oculta tras las sierras de bruma y rosa, y hay en el ambiente una colosal sinfonía de religioso recogimiento, Granada se baña de oro y de tules rosa y morados.

La vega, ya con los trigos marchitos, se duerme en un sopor amarillento y plateado, mientras los cielos de las lejanías tienen hogueras de púrpura apasionada y ocre dulzón.

Por encima del suelo hay ráfagas de brumas indecisas como aire saturado de humo o brumas fuertes como enormes púas de plata maciza. Los caseríos están envueltos en calor y polvo de paja y la ciudad se ahoga entre acordes de verdor lujurioso y humos sucios.

La sierra es color violeta y azul fuerte por su falda, y rosadamente blanca por los picachos. Aún quedan manchas de nieve que resisten briosas al fuego del sol. Los ríos están casi secos y el agua de las acequias va tan parada, como si arrastrara un alma enormemente romántica cansada por el placer doloroso de la tarde.

En el cielo que hay sobre la sierra, un cielo azul tímido, asoma el beso hierático de la luna. En los árboles y en las viñas aún queda un resol extraño..., y poco a poco los montes azules, ceniza y verde sobre rosa, se enfrían y todo va tomando el color hipnótico de la luna.

Cuando ya casi no hay luz, adquiere la ciudad un matiz negro y parece dibujada sobre un mismo plano, las ranas empiezan sus raras fermatas, y todos los árboles parecen cipreses... Luego la luna besa a todas las cosas, cubre de suavidad los encajes de las ramas, hace luz al agua, borra lo odioso, agranda las distancias y convierte los fondos de la vega en un mar... Después un lucero de una ternura infinita, el viento en los árboles, y un canto de aguas perenne y adormecedor.

La noche muestra todos sus encantos con la luna. Sobre el lago azul brumoso de la vega ladran los perros de las huertas...

DdA, XX/5.569

2 comentarios:

Folía dijo...

¡Toma ya! Qué dominio de lariqueza de la lengua...

Félix Población dijo...

Se trata de un libro imprescindible para presentir al poeta que anunciaba.

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