Félix Población
El sustantivo aguaducho poco o nada dirá a las jóvenes y no tan jóvenes generaciones, a las que quizá les parezca una palabra despectiva por su sufijo. No lo es en ninguna de sus acepciones, mucho menos en la primera que da el diccionario de la RAE: avenida impetuosa de agua. Tampoco en la que nos interesa, que se refiere al lugar en donde se venden agua, refrescos y otras bebidas, lo que en nuestro tiempo corriente y moliente llamamos quiosco, tenderete o casi siempre chiringuito.
Las generaciones de mis padres y abuelos sí llegaron a conocer la denominación de aguaducho como lugar callejero en el que se vendían exclusivamente aguas, tal como dejó ilustrado Gonzalo del Campo y del Castillo (1896-1980), el fotógrafo gijonés que algunos llegamos a conocer de muy jóvenes, y que no sólo nos ofreció imágenes de su dilatado tiempo biográfico con múltiples instantáneas, sino que, además, les puso al dorso unas breves anotaciones manuscritas que contribuyen a darnos sucinta información de lo fotografiado, si bien no toda los que ahora nuestra curiosidad demanda.
En esta ocasión leemos en el reverso de esta escena callejera de Gijón que el primer aguaducho de aquella villa estuvo en lo que hoy se conoce como Paseo de Begoña, frente a la esquina del histórico café Dindurra, lugar muy frecuentado entonces y ahora, con sus atiborradas terrazas de verano. Gonzalo del Campo especifica, sin embargo, que en 1933, cuando él hace la fotografía, el aguaducho que plasma está en las proximidades de la Rula, la lonja del pescado, en lo que ahora se conoce por El Muelle, puerto interior o deportivo, que también fue y es un lugar muy visitado y paseado por los lugareños y quienes visitan aquella ciudad hasta hacerla una de las frecuentadas de la costa cantábrica.
Aparte de indicar las características de la foto, hecha con Retina-Kodak y un determinado objetivo hacia las 12 horas, Gonzalo del Campo añade a vuelapluma que "el tío vendía agua de zarza y agua de limón", sin especificar la fecha en que hizo la instantánea, aunque no hay duda de que fue en verano por las características de los refrescos, propios del tiempo estival que también la luz de la instantánea permite intuir.
Muy posiblemente, el aguaducho estaba instala delante de una de las ventanas enrejadas que aparecen en esta fotografía
Por agua de zarza se entiende el agua de zarzamora, a base de las bayas de esa planta, muy salutíferas y refrescantes, algo que también comparte el agua de limón, hecha a base de ese fruto cítrico, sin que sepamos si el aguador de la imagen sazonaba esa mezcla con hojas de menta, miel, cúrcuma u otros ingredientes, según se hacía en la por entonces capital de la Segunda República, donde junto a la horchata de chufa era muy solicitada durante los meses sofocantes de la calor canicular.
El fotógrafo no nos dejó, a pesar de haber pedido permiso para la fotografía haciéndose pasar por periodista y la posible y breve charla que pudo mantener con el protagonista, apunte alguno acerca del precio de la consumición, ni del recipiente en el que se bebía ésta, vasos o tazas, que podrían estar guardados en la parte inferior del mueble de madera a modo de aparador. Sobre el mismo se asientan sendas cántaras de barro con sus respectivos contenidos, a los que posiblemente les añadiera hielo de la inmediata fábrica de la lonja, indispensable para regarlo sobre las cajas de pescado para mantener su frescura.
Tampoco nos informa el fotógrafo de si quien posa con naturalidad y media sonrisa ante su cámara, con boina y bigote al uso de la época, tiene como ayudante al niño que aparece a su lado o si éste ha aprovechado la ocasión para que su imagen anónima llegue hasta nosotros casi un siglo después. Se supone que en el cesto de mimbre y el caldero de estaño que aparecen en el suelo traía el aguador la refrescante materia que daba sabor sus dos productos, con los que aliviaba la sed del paseo de los transeúntes antes o después de haberse asomado al aire marino del rompeolas de Lequerica, donde en un atardecer de muchos años después vi llorar a un joven emigrante de tierra adentro al que llevé a ver el mar, cuyo horizonte, color y fragor desconocía.
Es muy probable también, por ser La Rula el lugar en donde los barcos pesqueros descargaban su mercancía para que se procediera a la subasta de su nutricio cargamento, que los marineros aliviaran también sus labios, secos del salitre de la travesía y el sudor de la descarga, con los servicios del que bien podría llamarse y llamo aguaducho de los pescadores en el Muelle de Oriente de Gijón.
DdA, XX/5611
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