David Rubio
El pasado martes, antes de las ocho de la mañana, un millar de musulmanes se reunieron ante el estadio municipal de fútbol Reino de León para celebrar el final de su ramadán. La escena, que se repitió prácticamente por todas las ciudades españolas y es de suponer que por buena parte del mundo, era verdaderamente llamativa, todos estrenando sus mejores ropas, ellos chilabas, ellas caftanes, arrodillada la multitud hacia donde en ese momento estaba saliendo el sol, en dirección a la Meca, que en el caso de su versión leonesa es un poco más allá de la Sobarriba. A algunos conductores que pasaban a esa hora por allí les llamó tanto la atención ver aquella bendita fiesta («¡Eid Mubarak!», se desean entre ellos) que se despistaron y provocaron un accidente entre tres coches que se saldó con un herido y un cabreo monumental del resto de conductores por el atasco generado. Visto que le me tocó ver después, leído lo que me tocó leer, lo que me sorprende ahora es nadie le echara la culpa del accidente y su atasco a los «mil moros» que rezaban esa mañana a esa hora frente al campo de fútbol.
Este periódico dio noticia de esa concentración de musulmanes y, como el resto de las que publicamos, se compartió en las redes sociales. A las dos horas, eran más de un centenar los comentarios a la misma, prácticamente todos en el mismo sentido: alertando del peligro que supone para la sociedad leonesa la presencia del que algunos llamaban «el ejército durmiente que cuando sean mayoría, y lo serán muy pronto porque sus mujeres dan cuatro hijos por uno de las nuestras, impondrán su religión y sus costumbres». Profundizar en los comentarios es todo un viaje a lo peor del ser humano, despierta una vergüenza ajena descontrolada por la ignorancia y la rabia con la que algunos se destapan (todo lo que se pueda considerar destapar dentro de la habitual cobardía de las redes sociales) contra lo que desconocen, incluyendo afirmaciones del tipo «si yo voy a Marruecos seguro que no veo una iglesia católica» o «como para ir nosotros a celebrar nuestra semana Santa por ejemplo a su país.... Rodaban cabezas», a lo que otro usuario respondía, en zasca interconfesional, que «al menos ellos no cortan las calles durante semana y media». Pero, por lo general, no había demasiado debate, la verdad, sino mensajes que repetían lo mismo, que ahondaban en el odio hacia el Islam, borregos que se daban la razón unos a otros considerándose superiores y con más derechos que el resto, en plan «voy a ir a trabajar en mi huerto porque yo no tengo bonos sociales». Había también alguna versión más que paleta de ‘Matrimoniadas’ agravada por la ira del anonimato, como es el caso del usuario que simplemente afirmaba «prefiero no hacer comentarios» al que otra usuaria le respondía «pues mejor porque si es para defender a estos estás mucho mejor callado».
El final del ramadán coincidió este año con la aprobación en el Congreso de los Diputados de la tramitación de una iniciativa popular sobre la regularización masiva de inmigrantes, respaldada por 612.275 firmas para resolver la situación de «entre 390.000 y 470.000 extranjeros» que viven y trabajan en España y que contó con el apoyo de todos los partidos salvo Vox. Hasta ahora, todos los gobiernos han realizado regularizaciones masivas de inmigrantes, unos por «valores», como dijo en su día Zapatero, y otros por «garantizar el mantenimiento del estado del bienestar», como dijo en su día Aznar.
Decir a estas alturas que entre ese millar de musulmanes están los que cuidan de nuestros mayores, los trabajan en las pocas cuadras que nos quedan, en la construcción, en la limpieza de las escaleras por las que subimos y bajamos con tanta prisa o, a fin de cuentas, en todos esos trabajos que ahora parece que le quedan demasiado pequeños a muchos españoles que, en cambio, se quejan con vehemencia de que no encuentran un empleo digno para ellos o de la amnistía al pérfido Puigdemont sería demasiado obvio como para que lo entienda quien no va a querer entenderlo de todos modos. Ese lenguaje del odio se hace cada vez más peligroso y las peores consecuencias ya empiezan a dinamitar las calles, con cruel ejemplo en Ponferrada esta misma semana. Sin embargo, se puede aportar un ejemplo que debería hacer reflexionar al más gañán de los comentaristas de noticias, algo puedan entender las mentes cerriles que destilan odio y complejos contra los musulmanes, entre los que los habrá buenos, malos y regulares, como en todo lo demás: los «mil moros» que celebraban el otro día el fin del ramadán en León lo hacían a la sombra del campo de fútbol donde juega un equipo que pertenece a unos señores naturales de Catar que da la casualidad de que también son musulmanes, contra los que nunca se escuchan insultos porque ponen su dinero para fichar a futbolistas macarrónicos que marcan los goles que, luego, las gradas celebran gritando «aquí están, estos son, los cojones de León».
LA NUEVA CRÓNICA DdA, XX/5613
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