lunes, 8 de abril de 2024

ANTE LA CACERÍA DE OLTRA, LA IZQUIERDA DEBIÓ DEFENDERLA EN BLOQUE


Enrique del Teso

Una vez le preguntaron a Álvaro Pino si la etapa de los Lagos del día siguiente decidiría el ganador de la Vuelta. El ciclista contestó que la etapa decidiría quién no ganaría la Vuelta. A veces la cuestión no es la victoria, sino resistir. A veces se vence resistiendo. Es una palabra muy de la izquierda la de resistir y sus derivados. Pero la practica mal. No percibe cuándo en los conflictos toca resistir y, en sentido inverso, tampoco percibe cuándo toca persistir. Predicar que la política es un sumidero, que no se puede ser político sin mentir y trampear y que todos son iguales es reaccionario. Es facha. Es prometer mentira y trampa y que no habrá otras reglas que las de la jungla. Muy facha, muy Trump, muy de cínico chabacano que se ríe con la boca llena. Digo esto para que se entienda lo siguiente. No son todos iguales, pero parte inevitable del tejido político es el narcisismo y la politiquería. No se llega a alturas políticas porque el pueblo haga una asamblea y, con intercambio de razones y evaluación de los hechos, se señale a alguien. Para llegar arriba hay que haber pasado por muchos corrillos y situaciones que te susurran que eres especial. Es una cuestión estadística que haya egos glotones. Y en toda política hay esa parte tacticista, banal, interesada y ajena a la gestión pública que llamamos politiquería. Pero en la politiquería se ganan y pierden batallas políticas. No se debe ser politiquero, pero no se debe huir del cenagal politiquero, porque ese fango está ahí y en él también hay que hacer política.

Y es que la izquierda enseguida se desarma en el cenagal, enseguida huye de lo que ensucia confundiendo integridad con falta de compromiso. Y la izquierda enseguida se escandaliza con la grosería facha y enseguida se destartala ante su falta de decoro. No resiste y no persiste. Resistir tiene el sentido pasivo de aguantar y soportar. Persistir tiene el sentido activo de perseverar e insistir. Tomemos el ejemplo de Díaz Ayuso. El esquema más habitual es el siguiente. Las verdades que la acusan son devastadoras. Que una persona sea terminal es un diagnóstico médico que, como cualquier otro, solo puede hacer un médico. Pero Ayuso diagnosticó como terminales a 7291 ancianos. Hay una parte de la medicina que se encarga del trance terminal. Se les negó esa asistencia y tuvieron una muerte terrible. La comisión que evaluó los datos médicos dice que 4000 no eran terminales. Sabemos ahora que por entonces el grupo Quirón se forraba con el gobierno de Ayuso y el novio de Ayuso se forraba con Quirón. Sabemos que, mientras decía que Sánchez retenía mascarillas de los madrileños, su novio (y su hermano) se forraba con comisiones de mascarillas y hacía trapacerías fiscales. Y que mientras los ancianos se ahogaban entre estertores, su novio y ella elegían Maserati. Devastador. Hay que denunciar y hay que movilizar. La reacción de Ayuso es también devastadora. Insulta a los familiares y les carga la factura de la residencia que hizo de ratonera (Ayuso se cagó en sus muertos, según la certera expresión de David Torres). MAR amenaza a periódicos y difunde bulos estúpidos. Madrid DF empieza a inventar chismes de la mujer de Sánchez, enfangan las instituciones y buscan ese alboroto en el que parece que todos están para callar. Aquí es donde a la izquierda le cuesta persistir. Lo hacen porque saben que la izquierda es como los curas, se escandaliza, tartamudea ante la desfachatez, atropella réplicas a sus chulerías desvergonzadas y se paraliza en la batalla asombrada de su maldad y perpleja por su impunidad legal y electoral. No hay que ser tan impresionables, no se te pueden caer las gafas y los papeles porque una choni te llame hijo de puta o se cague en Dios. 7291, Maserati, fraude fiscal: eso debe ser un martillo pilón, sin contestar a chorradas, sin culebrear con cada provocación, sin entrar a discutir lo indiscutible. No son impunes, solo hay que persistir. Y cada chulería y cada grosería es una bala si se sabe esperar la ocasión. Y hay que hacerlo porque es política moral y hay que hacerlo en el lodazal.

Y además resiste mal. Así cayó Oltra y con ella el Botànic. Hay dos razones para que la derecha resista mejor que la izquierda. La primera es que la derecha, y solo la derecha, consiguió que toda la indecencia que antes liquidaba a un político sea ahora una fortaleza. Consiguió que el odio sea el plasma de su electorado y que todo lo que castigue, indigne o derrote al odiado enemigo cause euforia. Trump dice que puede pegar tiros en la Quinta Avenida o que puede coger por el coño a una mujer sin que pase nada. Y la claque republicana enloquece, no porque quiera tiros ni coños, enloquece por aplastar a los demócratas cagándose en las reglas de juego y exhibiendo desvergüenza. Aquí oímos zafiedades de felaciones de Irene Montero, groserías a las familias de las víctimas de Txapote, insolencias desafiantes sobre los asesinatos de Franco, vimos asedios orgullosos al domicilio Iglesias y Montero y rebasar los límites políticos con amenazas al PSOE y muñecos ahorcados de Sánchez. Cuanto más se desquicie el odiado progre, más intensos los aplausos. El odio pasa por encima del interés propio. Así la resistencia para ellos es muy fácil en el primer impacto, hasta aguantan recreos en barco con narcotraficantes. Si la izquierda se diera cuenta de que la impunidad es solo en el primer impacto y supiera persistir con estrategia, vería que no hay impunidad. La izquierda, en cambio, no aguanta ese primer impacto, cuando es ella la señalada. Ábalos está acabado, pero MAR no. Los pecados de MAR son mucho peores, pero la clientela disfruta con la macarrería si deprime al progrerío. Un izquierdista sin moral, sin embargo, se queda sin equipaje. La izquierda es lo que queda de la democracia liberal y no aguanta la indecencia en el primer golpe.

Pero hay otra razón. Cuando Viondi le tocó la cara a Almeida, la reacción conservadora fue una piña, un bloque de hierro que aplastó enseguida al gracioso. Cuando le quitan el escaño a Alberto Rodríguez, cuando una negrísima ultraderecha empieza la caza de Mónica Oltra, cuando aquellos tarados iban cada tarde a intimidar a la casa de un vicepresidente y una ministra del reino, la reacción de la izquierda siempre es la misma con tres sabores distintos. Uno es el de cogérsela con papel de fumar. Oye palabras como violencia, fraude o pederastia y les da un ataque de altura de miras y solo buscan salir de puntillas sin que esas palabras les dejen salpicaduras en el ego narcisista. Otro es el del ajuste de cuentas. Bandas con tintes fascistas van cada tarde a ladrar a casa de Iglesias, pero es que él me había llamado casta. Tantas heridas de tanto ego, tanto cainismo. Y otro es el tacticismo. Ante la cacería de Oltra o el vendaval demagógico contra la ley de solo sí es sí, se calcula la conveniencia, si me desgasto o gano con esa batalla. Son tres sabores de la misma conducta: ponerse de perfil y mirar para otro lado. Así ni Oltra, ni Rodríguez, ni Podemos tienen fuerza para resistir. La derecha despliega estas actuaciones trapaceras contra todos de la misma manera, y como cada uno mira para otro lado cuando no le toca, se los meriendan de uno en uno, porque al que le toca siempre está solo. La reacción de toda la izquierda, apuntando siempre a los líderes sobre todo nacionales, ante cada uno de estos episodios tiene que tener la contundencia que reclama lo que realmente son: ataques a la democracia, mucho peores que tocarle la jeta a Almeida. El PSOE tendría que clamar por cada machistada contra Montero. La izquierda tendría que haber provocado una crisis política por el atropello del escaño de Alberto Rodríguez. Lo de Mónica Oltra apestaba desde el principio y desde el principio la izquierda tenía que haber sido un bloque de hierro. Hay que persistir y en cada episodio modular un mensaje único. Todos los episodios son el mismo, la derecha ataca a la democracia sirviendo a las oligarquías, solo tienen patria si la gobiernan y solo si la patria es razón para la exclusión sectaria. Porque es un hecho: es la derecha la que se fue de la democracia y es de la derecha de quien hay que defenderla.

NORTES  DdA, XX/5607

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