domingo, 31 de marzo de 2024

UNAMUNO Y LA MANDÍBULA DE SAN JUAN BAUTISTA

Unamuno en la cornisa de Cabrerizos, sobre el Tormes

Félix Población

Fue avanzada la adolescencia, con 16 o 17 años, cuando leí por primera vez Andanzas y visiones españolas, el libro que Miguel de Unamuno escribió en 1913 y que creo fue el segundo de este autor que pasó por mis manos, después de empaparme al pie de la gran novela de Cervantes Vida de don Quijote y Sancho

La oportunidad me la ofreció Miguel Page, el padre de una joven prima carnal de mi padre que vivía en León, después de que me interesara por los criterios del escritor vasco acerca de la catedral leonesa, una obra arquitectónica que me deslumbró cuando la conocí por aquellos años. Tan es así que, justificando mi estancia en el apego a una rubia adolescente del lugar, pasé unos cuantos días de verano en León para conocer a fondo su maravillosa catedral gótica y leer, entre otros autores de la llamada Generación del 98 que encontré en la biblioteca de Miguel, el capítulo que Unamuno dedica a la ciudad de los dos ríos, el Bernesga y el Torío. 

Fue muy afectuosa e instructiva, en este sentido, la selección que hizo mi recordada Luisa, la hija de Page -con quien tengo una foto en Gijón con apenas tres años al pie del reloj de los Jardines de la Reina-, de aquellos libros que podrían interesarme, así como del acomodo que dio a mis horas de estudio en una pequeña habitación muy pulcra y silenciosa, en la que se respiraba bajo el calor canicular el fresco olor a salvia que caracterizaba su presencia.

Desde entonces no había vuelto a leer esas pocas páginas en las que Miguel de Unamuno centra su atención en los tres monumentos mayores de la ciudad: el convento de San Marcos, que fue cárcel franquista durante la guerra, la catedral y la basílica de San Isidoro. Es esta última la que más impresiona a don Miguel, de la que dice que es "una de las más severas y a la par más elocuentes páginas de piedra de la historia de España". 

Recuerda el escritor vasco la fuerte impresión que le causó visitar siete años antes el Panteón de los Reyes de León y también, y este es el motivo por el que he vuelto a leer ese capítulo, el día de 1906 en el que el abad Jenaro Campillo "me sacó los demonios del cuerpo con la mandíbula de San Juan Bautista que allí se venera". Me propongo indagar acerca del particular, si la mandíbula sigue en la basílica y es observable -como se supone-, en mi próxima visita al extraordinario Panteón de los Reyes de León, considerado con todo merecimiento como la Capilla Sixtina del Románico, uno de los lugares que quizá más me hayan impactado de todo el patrimonio histórico-artístico de este país, habiendo tantos y de tan gran valor.


Lo que Unamuno escribe a continuación en el libro es su promesa de contar algún día tal episodio, advirtiendo que lo hará "para edificación de las almas sencillas que crean en la mandíbula del Bautista y en mis demonios, y no se si para regocijo de los espíritus volterianos". ¿Llegó a escribir don Miguel cómo fue exorcizado? Igual mi estimado colega y poeta hondo Félix Maraña, que tan a fondo conoce la personalidad de Unamuno -al que la Universidad de Salamanca ha nombrado este año (centenario de su destierro) Doctor Honoris Causa a título muy póstumo-, nos puede decir algo con relación a ese exorcismo.

Lo cierto es que tanto de la cabeza del Bautista como de su mandíbula hay general reparto por toda la cristiandad, aunque de la primera se dice que la auténtica se venera desde el siglo XII en la basílica romana de San Silvestro in Capite, mientras que de las veinte mandíbulas del decapitado se cree que la fetén está en la ciudad también italiana de Viterbo. Puede que don Miguel de Unamuno no tuviera en su tiempo un conocimiento tan preciso de esta última multiplicidad cuando lo exorcizó a base de una de las bautistas mandíbulas santas el abad Campillo.

DdA, XX/5599

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