Con una nota de mi estimado Paco Faraldo, que nos lo facilita en su muro, publicamos el siguiente artículo del escritor leonés Javier Cuesta, porque al igual que dice Faraldo, este Lazarillo comparte buena parte de su contenido y ha de servirnos para cavilar a quienes de uno u otro modo, como actores o consumidores, participamos del interés por eso tan líquido que llamamos cultura y sus alrededores.
Uno ha perdido ya la cuenta. Uno recibe, sin ser nadie, docenas de invitaciones cada semana para acudir a distintos actos culturales en esta desmembrada provincia de nuestros pecados. La enésima invitación en menos de dos horas me incita a la negativa y a la reflexión. Y a la rebeldía y al desahogo. Basta ya, amigos creadores; parad un poco, autores y artistas. Aquí la cultura nos va a matar, esta vez por sobredosis. Las cosas están así: en León (como dicen ocurría en el Madrid de hace un siglo) cada tarde/noche le das una paliza cultural a alguien o él te la da a ti; o bien le das la chapa a la peña o uno de esa peña te la da a ti. Tantos actos se suceden a diario, entre homenajes, presentaciones, firmas, talleres, ciclos, encuentros, festivales, conferencias, filandones, exposiciones o similares, que parece un milagro que haya instalaciones para acogerlos a todos. De hecho, no las hay. De hecho, ya se habilitan otros espacios fuera del circuito digamos natural, como ocurre con bares o estaciones de tren, cuando no se usa directamente el ágora en la calle misma. Una dinámica endiablada que nos aboca al surrealismo: no disponemos de inmuebles suficientes para sofocar nuestra creciente fiebre cultural. Nuestro paisano ZP siendo Presidente del Gobierno confesó que su palabra preferida era `andancio´ y quién sabe si se refería a esta singular epidemia de su tierra. ¿Y en qué consisten esos imponderables acontecimientos que nos salvan la vida a nivel personal y garantizan nuestro futuro como pueblo elegido por las musas? Pues básicamente en echar y echarse flores por encima. En aclamar vida y obra de un supuesto gran artista y, de paso, ya que están por allí, en aplaudirse, ensalzarse también su coro de adoradores que tantas veces se convierten en mayores estrellas que el propio protagonista. Exhibicionismo impúdico. Si además el acto se acompaña con un dúo musical la sensación orgásmica puede ya ser absoluta. Esquematizando mucho y exagerando un poco, el paisaje es ese. De tal forma que lo único que se necesita es una excusa, un personaje central, y toda una camada alrededor de gentes que siguen la hoja de ruta diaria y se desplazan de un evento a otro… si les da tiempo. Migraciones culturales. Una tropa de acólitos que quizá va creciendo de a pocos pero es más bien legión tasada que se retroalimenta; muchas veces parece que son los mismos figurantes en todos los actos. La mayoría buscando contactos, intereses, relaciones futuras… ¿y amistades?, no diría yo tanto porque no sé si puede usarse ese concepto en un mundo de tanto ego y vanidad. Ahora bien, ¿hay alternativas y soluciones personales para la desintoxicación? Haberlas, haylas. Una idea puede ser leer en soledad, como corresponde (nada de club, salvo que vaya precedido del prefijo –puti-). Otra opción puede ser la naturaleza, nunca tan agresiva como los grandes creadores (casi mejor si te atacan en el campo los perros de un pastor que un novelista ávido de lectores en un auditorio cerrado) ¿Más actividades terapéuticas? Pues sí: ir al cine, cazar mariposas, jugar a las cartas, fotografiar puestas de sol, chatear (de vinos, no de chat) con los amigos, el bricolaje y las manualidades, cultivar flores, ver tenis y fútbol, incluso practicar el pádel si me apuran. Cualquier cosa menos dejarse abducir por algún pernicioso círculo elitista y próximo a la erudición. Y al fin, como siempre, como en casi todo en la vida, la salvación está en el retiro, en el aislamiento interior. Es mi convencimiento. De nada, amigo."
DdA, XX/5591
No hay comentarios:
Publicar un comentario