sábado, 2 de marzo de 2024

EN EL HOSPITAL DE RAFAH VIVEN 50.000 PERSONAS, SEGÚN MÉDICOS SIN FRONTERAS


Diego Díaz

Médicos Sin Fronteras fue tras la UNRWA y la Cruz Roja la tercera organización humanitaria en entrar en Gaza con posterioridad al siete de octubre y el inicio de los bombardeos israelíes sobre la población palestina. Nicholas Papachrysostomou estaba trabajando en El Cairo cuando las bombas comenzaron a caer en la franja, y supo con las primeras explosiones que no tardaría en llegarle una llamada de su organización para desplazarse a la zona del conflicto: “¿Puede que entremos? ¿Quieres entrar? Es un momento en el que se te corta la vida. Pedí a MSF una hora para hablar con mi familia, pero era imposible no ir a Gaza”.

Papachrysostomou, ateniense con raíces chipriotas, economista y antropólogo de formación, lleva media vida trabajando en misiones peligrosas para MSF en todo el mundo. Irak, Siria, Yemen, Mozambique, Camerún, Bangladesh, Colombia, Barcelona durante la pandemia o el Mediterráneo en la crisis de refugiados han sido algunos de sus destinos como coordinador de emergencias de Médico Sin Fronteras. Sin embargo, confiesa que nada en su trayectoria profesional es comparable al infierno que se ha encontrado en Gaza durante las cinco semanas en las que ha estado trabajando en organizar el despliegue de una misión de emergencia en la zona sur de la franja: “Rafah ha pasado de tener 300.000 habitantes a un millón y medio. La gente que puede vivir en una tienda de campaña es afortunada en comparación con los que directamente sobreviven a la intemperie, durmiendo donde pueden. Entre el frío, el agua, el hambre, las bombas, es imposible dormir varias horas seguidas. La población está agotada y ocupa la mayor parte del día en hacer colas para conseguir algo con lo que alimentarse. Empiezan a verse casos de desnutrición grave”.

Papachrysostomou ha estado esta semana en Asturies invitado por la Plataforma en Defensa de la Sanidad Pública Médicos sin Fronteras. El coordinador de emergencias de la ONG agradece a la sociedad civil su solidaridad, pero le pide redoblar esfuerzos para que haya un alto al fuego, esta vez indefinido: “Con el otro alto al fuego la vida empezó a renacer en las calles”. A pesar de todo, Nicholas se sorprende de que en mitad del asedio y la guerra siga habiendo cierta vida normal, y que en mitad de la catástrofe, “veas por ejemplo a una familia tomando el té entre las ruinas de su casa convertida en escombros”.

El cooperante denuncia que Israel bombardea indiscriminadamente una de las regiones más densamente pobladas del planeta, buscando no objetivos militares, sino un castigo colectivo a los civiles, al tiempo que pide evacuar hospitales que se han convertido en refugios para la población palestina: “En el de Rafah hay 50.000 personas viviendo. Duermen en las habitaciones, en los pasillos, las oficinas o el parking”. “No hay energía, medicamentos o anestesias. Faltan incluso gasas. Tenemos que lavarlas y esterilizarlas para luego reutilizarlas con el siguiente paciente” explica el grecochipriota.

Papachrysostomou considera que con este panorama lo que pueden hacer las organizaciones humanitarias es poco más que acompañar lo que califica de “catástrofe bíblica”: “Ponemos 25 camas en maternidad, está muy bien, pero en Rafah hay 50.000 mujeres embarazadas y se nos están muriendo cinco neonatos al día por las malas condiciones que existen”. “Llevamos agua potable a la población en camiones cisterna, pero apenas llegamos a 40.000 personas” explica sobre la falta de suministros en una Gaza asediada en la que ahora entra, vía Egipto, una quinta parte de la ayuda humanitaria que recibía antes de la invasión.

La situación está corroyendo la cohesión social, cada día más débil, y con una autoridad política colapsada por la guerra, incapaz de poner orden en la retaguardia. “Llevábamos un camión con 7.000 kilos de comida. Lo asaltaron y lo desvalijaron en 15 minutos”. Ya no hay ley en Gaza, donde se impone el sálvese quien pueda. “Es una impotencia que no había sentido nunca” confiesa.

¿Qué hacer? Seguir presionando a los gobiernos para que impongan un alto al fuego: “Lo que ha hecho Sudáfrica es muy importante, pero la sentencia no sirve de nada sin la obligación de detener los bombardeos”.

Papachrysostomou sabe que es muy probable que pronto tenga que volver a un infierno que se agrava cada día. “No somos tantos coordinadores y hacemos rotaciones mensuales”. Sabe que lo que le espera a la vuelta será todavía peor que lo que dejó, pero también siente responsabilidad y culpabilidad por dejar a los compañeros palestinos. MSF ya ha perdido desde el inicio de la invasión a cinco trabajadores palestinos, muertos en los bombardeos de Israel.

“La culpabilidad es un sentimiento que tenemos todos los cooperantes cuando dejamos un lugar y es algo que trabajamos psicológicamente”. Como explicaba al principio Nicholas, hay momentos en los que no existe la capacidad de elegir: “Es imposible no ir a Gaza”.

NORTES   DdA, XX/5573

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