viernes, 2 de febrero de 2024

NIÑOS FELICES EN LA ORILLA DEL MAR Y VÍCTIMAS DEL ESPANTO DE UNA GUERRA



Félix Población

Lo primero que pensé al ver esta fotografía de Ángel Rodríguez (Foto Ángel) fue el titular que doy a este artículo, porque la instantánea está tomada en 1921 en la playa de San Lorenzo, posiblemente desde un lugar del arenal próximo a la desembocadura del río Piles. Los niños y niñas que aparecen jugando en la orilla, en primer plano, no tendrán más de siete u ocho años, por lo que tres lustros más tarde -en el caso de los varones- serán llamados a filas, una vez declarado el estado de guerra en el verano de 1936. La fotografía tiene un indudable calidad, a pesar de que sobre ella podría haberse estampado borrosa pátina sepia de más de un siglo. Lo más valioso de la imagen, quizá, sea haber captado esa luz nublada del sol que a veces se da en los días de verano en el cielo gijonés. También, obviamente, el rostro moreno de ese niño en primer plano al girar la cabeza, apercibido de la llamada que posiblemente le hizo el fotógrafo para captar de imprevisto la expresión de su cara. En línea con este niño, otro también advierte sonriente la presencia del fotógrafo, junto a las niñas con sombrerito blanco que quizá buscan conchas en el agua. Al fondo, una hilera de bañistas, sujeta probablemente a la maroma, disfrutan del manso oleaje de un día calmo y caluroso. La vieja torre de la iglesia de San Pedro, incendiada durante la guerra, se recorta a lo lejos sobre el caserío de Cimadevilla y el cerro de Santa Catalina. Muy cerca se observa el edificio blanco del Club Astur de Regatas, construido diez años antes en la falda del cerro, y otro de pisos que creo sigue en pie. También se distingue la chimenea del edificio de la Fábrica de Tabacos. Los veranos infantiles eran así en Gijón antes de una guerra que quizá fuera muy pesimista imaginar en 1921. Los veranos de la niñez siguieron siendo así también después de esa maldita guerra, pero no sabemos qué hicieron la violencia, el odio y la crueldad, el hambre y las miserias de esa guerra y subsiguiente posguerra con la vida de esos niños y niñas que un día de verano de quince años atrás hacían lo que todos los de su edad hacen en todas las épocas en las orillas del mar y de la vida. Así fue, es y será, antes y después de las malditas guerras que el ser humano no acaba de condenar a muerte, siendo como son su mayor fracaso en el planeta que habitamos. Guerra tras guerra a lo largo de los siglos, hemos llegado a una en la que miles de niños están siendo estos meses diana de la barbarie, arrancados de las orillas de la vida en las playas de Gaza, sin que la humanidad, con y sin mayúscula, haga lo elemental y más primario para intentar evitarlo. Toda la humanidad de la que somos capaces debería ser un grito permanente en las calles y plazas del mundo. Y no sólo por conciencia ni porque seamos convocados unas cuantas veces para hacerlo detrás de unas pancartas, sino porque nos va la vida y lo mejor de lo que somos en ello. La barbarie prosigue y siguen haciendo falta los gritos, muchos gritos, todos los gritos, antes de que poco a poco, con una inconsciencia agónica, nos vaya asesinando la impotencia de este gran silencio que se escucha y nos condena, guerra tras guerra, a más guerra, más guerras.

DdA, XX/5.557

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