Enrique del Teso
Hace unos años, por una de esas pitadas henchidas de ardor patrio en el Nou Camp, me acordé del primer análisis sintáctico que recuerdo haber hecho. Nos lo puso D. Carlos en tercero de primaria (así era la escuela franquista). La frase era En el mundo suena lo más vacío. Todos dijimos que el sujeto era “mundo” y D. Carlos nos llamó podencos y majaderos, mientras, moviéndose entre los pupitres, atizaba con los nudillos a quien pillaba (así era la escuela franquista). Después nos habló de bidones, de que un bidón lleno de arena, si se le echa a rodar, hacía menos ruido que un bidón vacío. Añadió que así eran las personas, más ruidosas cuanto más vacías, que eso significaba la frase. La vida pública es ruidosa, nos duelen los oídos y se estremecen hasta las meninges de los disparates que se oyen. No son unos y otros. Son las derechas las dueñas del bramido y el desvarío. D. Carlos estaría de acuerdo en que a la derecha de Sánchez reina la vaciedad. Pero también podemos poner sobre una mesa un plato y hacerlo girar. El ruido se irá haciendo más estridente a medida que el giro pierde impulso y llegará al máximo justo antes de que el plato se rinda y se quede quieto. El ruido de las derechas podría ser un tipo de vaciedad que va corroyendo, como la carcoma, a la democracia. O podrían ser esas convulsiones desmadejadas que hace el que se ahoga, como el ruido de los platos cuando se les acaba el impulso. Los períodos barrocos corresponden a momentos de crisis y pesimismo. A los finales se llega exagerando y agitándose. A lo mejor la desmesura arrebatada de las derechas son estertores de algo que se acaba. Es difícil saber qué anuncia el insoportable desgarro del facherío.
Estos días estuvimos asistiendo a dos elementos básicos de la locura. Uno es el lenguaje desconectado de cualquier referencia a la realidad. El otro es la realidad palmaria desconectada de la verdad. En el asunto del lenguaje está brillando García Castellón. Va pareciendo el muñeco del mismísimo Humpty Dumpty. Cuando le dice a Alicia que «gloria» significa que te he dado con un argumento que te ha dejado aplastada, Alicia responde que «gloria» no significa eso y que la cuestión es si se puede hacer que una palabra signifique cualquier cosa. Humpty Dumpty le dice su frase más celebrada: «La cuestión es saber quién es el que manda, eso es todo». García Castellón debe tenerla tatuada. Su palabra es terrorismo. Si tú haces algo y mientras lo haces a alguien le da un infarto, lo que hacías era terrorismo. No hay que buscar qué es terrorismo, sino saber quién manda. Ni el diccionario, ni las leyes, ni el saber de los hablantes nativos del español acredita que gloria sea un argumento que te deja aplastado, ni que en Cataluña en 2017 haya habido terrorismo. La cuestión es saber quién manda. El Gobierno debería excluir de la amnistía la pederastia y sentarse a ver cómo García Castellón la relaciona con el independentismo.
El otro elemento de la locura es la inutilidad de la realidad demostrada y palpable. Uno de los miedos que suscita la Inteligencia Artificial es su capacidad de crear simulaciones indistinguibles de la realidad. No comparto este temor, por una razón oscura. Lo grave no es que las simulaciones sean indistinguibles de la realidad. Lo grave es que, cuando esto ocurra, hará ya tiempo que habrá dejado de importar la realidad en la formación de la opinión y en los resortes de la conducta. Esta semana volvió a asomar el asunto de Alberto Rodríguez, a quien se privó de su condición de diputado por una agresión nunca documentada en una manifestación muy documentada. Esto sucedió en 2014, tres meses antes de que Esperanza Aguirre desobedeciera a unos policías municipales, arrancase su coche y embistiera a uno de ellos. Los hechos son tan palmarios, que ni siquiera se niegan, pero no afectan a las conclusiones. La realidad deseada o alucinada sustituye a los hechos reales con normalidad. Así que Alberto Rodríguez, y no Esperanza Aguirre, es el agresor, Puigdemont es un terrorista y no se sabe quién es M. Rajoy. ¿Qué mal va a añadir la IA? El engaño de la simulación es innecesario, dada la desvergüenza que estamos viviendo.
El problema es que se estiran las palabras para trampear su sentido y que alcance lo que uno quiera y después, como los cuerpos elásticos demasiado tensionados, mantienen su deformación y ya se pueden aplicar a lo que el poder quiera. Los que nos criamos en La Calzada vimos en manifestaciones obreras encontronazos de trabajadores con policías que ahora podrían llamarse terrorismo. En breve, el padre de Pablo Iglesias acabará siendo, efectivamente, un terrorista y para entonces estas líneas también serán terrorismo. Estirar la palabra terrorismo a conductas muy alejadas de lo que significa el término tiene tres efectos políticos. El primero es legitimar estrategias de oposición próximas a la rebelión o el sabotaje. ¿Qué es legítimo hacer contra un gobierno que convalida actividades criminales terroristas? El segundo es legitimar las acciones totalitarias propias anticipadas por las palabras utilizadas. Si digo que el gobierno anda con terroristas, anuncio la legitimidad de que cuando yo gobierne practique terrorismo. Y el tercero es legitimar niveles de represión que afecten a libertades básicas. Si terrorismo fue lo de Cataluña, más terrorismo serán manifestaciones multitudinarias o huelgas y deberán reprimirse como terrorismo. Por cierto, la izquierda no debería sumarse a este circo lingüístico para enfatizar su sensibilidad con determinados fenómenos. Por ejemplo, la violencia machista deja cada año tantas muertes como dejaba ETA, pero no es lo que se entiende por terrorismo. Es algo igual de criminal, pero es otro tipo de violencia. No es buena idea hablar de terrorismo machista, para expresar los mayores niveles de repulsa, forzando el sentido de palabras sensibles.
Pero decíamos que es difícil saber si estas sacudidas anuncian el colapso de la democracia o de las derechas. Malo para ellos es que no tengan mejor héroe que García Castellón. Luis Enrique fue un gran jugador y Rubalcaba fue un gran político. Pero cuando el mejor del Barça era Luis Enrique, el Barça quedó el sexto y, cuando lo mejor del PSOE era Rubalcaba, ganó Rajoy con mayoría absoluta. Hay grandes oficiantes que solo son el mejor cuando bajó todo lo demás, como asoma la iglesia de un pueblo sumergido en un pantano solo cuando bajan las aguas. Recordó el otro día Enric Juliana que en un partido político importa tanto la percepción de lo que hace como de lo que evita. Que Castellón sea su única alegría es indicio de que la derecha es lo que se quiere evitar. De eso vive el PSOE.
El panorama estaría más despejado, y más oscuro para las derechas, si dos soportes del Gobierno manejaran mejor sus pulsiones internas. En Junts hay un polo alucinado que sigue en el monte del procés y otro polo clavado en el seny de Convergencia. La gansada de votar contra la amnistía con las derechas es una sobreactuación de niñato. En Sumar hay más restos de Podemos que en Podemos. No se sabe qué potencia puede alcanzar la matriz que quedó en Podemos y Sumar es imprudente ignorando el rebufo simbólico de los morados. Tampoco sabemos el tamaño de Sumar cuando coja forma. En Sumar también hay dos polos, uno en IU y otro en Errejón. Cuanto más se mueva el dial a IU, más circunspecta será su política, más reconocible y fiable pero más incapaz de ilusionar. Cuanto más se mueva hacia Errejón, más populista será y más capacidad tendrá de llegar a más gente, pero más vaporosa se hará la formación, menos reconocible su línea política y más riesgo tendrá de invisibilidad. En ningún punto de ese dial hay lo que se necesita en el contexto actual, eso que aporta Óscar Puente al PSOE y que tuvo su mejor expresión en el Podemos de 2014: claridad, combate y contundencia con sonrisa. La sonrisa a secas es vapor. El PSOE está entonado. Si en Junts el dial se mueve a la parte adulta y si Sumar se adapta a la dureza y la convulsión de los tiempos, puede que la estridencia de las derechas sea la del plato que agota su giro y que García Castellón sea su Luis Enrique o su Rubalcaba.
NORTES DdA, XX/5.558
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