Francisco Álvarez Velasco
Entre santa y santo, pared de cal y canto. Por ello, en el confesonario hay una rejilla de celosía, sin cristal, para que fluya sin obstáculos el sonido característico que Clarín describía así: «sonaba el cuchicheo de una beata como rumor de moscas en verano vagando por el aire». Sin embargo, aunque el enrejado dificulte el contacto físico, nada impedirá que las feromonas lleguen a la pituitaria del penitenciario; y es sabido que, aunque el olor más natural del Infierno sea el del azufre, detrás de los perjúmenes de las devotas anda el mismísimo diablo que ha comprobado, por sabio y por viejo, que con ellos puede suliveyarse el más santo; la descripción es también del autor de La Regenta: «El confesonario crujía de cuando en cuando, como si le rechinaran los huesos.»
En los monasterios del Monte Athos no es necesaria la pared de cal y canto; se prohíbe la entrada de las “santas” y punto (léase mujeres y animales domésticos hembras, con la excepción de algunas gatas y gallinas que proporcionen huevos: se ve que en griego no vale el dicho con el que en la lengua de La Celestina y del Arcipreste de Talavera difamamos a las simpáticas pitas).
¿Y entre santo y santo qué ha de ponerse? Nada dice el refranero. En el confesonario, el ventanuco frontal es de dos hojas que se abren cuando el varón penitente llega a arrodillarse ante el confesor en una cercanía física y en un hablarse a la oreja que ha de favorecer el secreto de lo que allí se murmure.
Tampoco encuentro nada en los refranes sobre las separaciones entre santito y santo. Con “santito” quiero decir desde niño de la doctrina o del coro hasta el adolescente novicio. La pared de cal y canto, en este caso, es metafórica y difícil de salvar para los habitantes de recintos sagrados y similares: se llama, por antonomasia, “el sexto”, donde cabe tanto al fornicio como la vasta casuística de la teología moral para los pecados mortales y veniales de la carne, moral que imagino muy dura cuando las querencias rijosas se dirigen a los menores.
Sin embargo, porque la carne es flaca y en esos espacios venerables, a falta de féminas, hay cuerpos tiernos y vírgenes y almas ingenuas, ha empezado a denunciarse a los saltaparedes y butroneros incapaces de sublimar en amor divino y transverberaciones místicas lo que les pide el cuerpo. En su ayuda acaba de salir Secretario del Estado Vaticano sosteniendo la relación entre homosexualidad y pedofilia. Es decir, uniendo Teología y la Teoría de Ana B., si se suman dos manzanas, pues dan dos manzanas; y si se suman una manzana y una pera, nunca pueden dar dos manzanas: Santo y santa es una cosa, y un santo y un santito serán otra cosa distinta; ergo no hay delito, sino materia para psiquiatras.
DdA, XIX/5.512
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