jueves, 2 de noviembre de 2023

UNA NIÑA DE 1929 EN LA PLAZA DEL PARCHÍS


Félix Población


Al ver esta imagen de la actual Plaza del Instituto, tomada desde la calle San Bernardo en 1929, me dio por imaginar que por la edad bien podría ser mi madre la niña que aparece en primer plano mirando al fotógrafo, mientras se lleva la mano izquierda al cabello y sonríe con la cara de traviesa que mi madre tenía a esos años. Más atrás cruzan la calle dos adolescentes, conscientes también de la presencia del fotógrafo, algo a lo que presta menos atención una mujer joven que lleva una lechera colgada de su mano derecha mientras apoya el otro brazo en la cadera. Entre los railes del tranvía que se ve al fondo corre un niño y un poco más adelante observamos a un perro blanco que va suelto por mitad de la calle. 


Parece que la instantánea fue tomada en un día soleado de buena temperatura, posiblemente de primavera, con bastantes transeúntes por las aceras y mucha concurrencia en torno al Mercado de Jovellanos, que aparece a la derecha de la imagen y fue llamado así por tener su entrada principal por la calle del mismo nombre, aunque también se le conoció por Mercado de Hierro en razón a su estructura. 


Este mercado fue anterior al Mercado del Sur, pues databa del año 1867, mientras que el de la Plaza del Seis de Agosto se inauguró más de tres décadas después, en 1899, y sigue en pie en el centro de la ciudad. El de Jovellanos fue derribado en 1937, en plena guerra, no porque fuera bombardeado como otras zonas de la villa por la Legión Cóndor alemana, sino por haber sido proyectado ese derribo durante la alcaldía de Avelino González Mallada (1894-1938), el maestro anarco-sindicalista que estuvo al frente del Ayuntamiento gijonés entre 1936 y 1937, y falleció un año después en Estados Unidos, adonde había viajado para recaudar fondos para la causa republican, en un accidente de automóvil.


Una vez derribado el Mercado de Hierro, al solar resultante que conformó la que se llamó Plaza al este del Instituto, según Luis Miguel Piñera, se le dio el nombre de Plaza del Generalísimo, con todo el triunfal oportunismo que supuso la ocupación de la ciudad por las tropas sublevadas en octubre de 1937. Una vez ajardinado el lugar en 1940 y como su trazado geométrico recordara el de un tablero de parchís, el vecindario optó por llamar Plaza del Parchís a la que llevó el nombre del dictador hasta después de su fallecimiento en que se reconoció el nombre popular, tal como ocurre hoy en día hasta en las líneas de autobuses, eludiendo también el actual nombre oficial.

  

Anteriormente a esos nombres, cuando no había sido edificado el Mercado de Jovellanos, se celebraba en ese ámbito urbano un mercado de ganado que dio su primer nombre a la plaza. Se la conocía por Plaza de la Estacada, por las estacas verticales colocadas para atar a los animales. En ese año de 1929 en el que se hizo la fotografía, todavía no se había construido, en frente de la fachada lateral que vemos de Mercado de Hierro, la que se dio en llamar Casa Blanca, una construcción racionalista del arquitecto Manuel del Busto que data de 1934-35, sin que después de casi medio siglo de periodo democrático conste  en ella o en sus inmediaciones que fue efímera sede del Consejo Soberano de Asturias y León al final de la guerra en Asturias, como debería ser preceptivo en un país que respete su memoria democrática. 


Según me contó el propio Luis Miguel Piñera, en 2011 hubo "voluntad política" de recordar ese hecho histórico, pero la comunidad de vecinos no se mostró muy propensa a ello, los bajos estaban y están llenos de comercios y una placa vertical en ese lugar no procedía porque había una parada de bus. Nadie se ha vuelto a acordar de aquel fallido intento que ni las alcaldías del PSOE ni mucho menos la de la derecha han querido subsanar.


Es de advertir, al fondo de la imagen, la presencia de dos edificios en la calle Jovellanos que se mantienen en pie actualmente. Del construido por el arquitecto catalán Graner i Prat en 1902, en estilo modernista, apenas se atisban los pináculos, pero sí podemos observar en su integridad el edificio ecléctico de la esquina con la calle San Bernardo, proyectado por Mariano Marín en 1911, con su fachada de azulejos, y cuyos miradores ornamentados siempre me llamaron la atención.


Esa niña que aparece en primer plano seguiría viendo ambos edificios hasta el fin de sus días. Los de mi madre llegaron a una edad muy avanzada, cuando lo único que creía reconocer de su vieja villa natal, ya con la memoria rota pero también con un asomo de temor resistente al olvido en su mirada, eran los bombardeos de la guerra cada vez que se celebraba por el cielo de la ciudad ese atronador festival aéreo de tanta atracción turística para las muchedumbres que gustan de avistar las evoluciones en el aire de los modernos y potentes bombarderos. 


Si no se respeta la memoria de nuestros padres y abuelos, víctimas de las primera poblaciones civiles bombardeadas en una guerra, teniendo en cuenta además que esa aviación fue la de un régimen político que desató la más mortífera de las conflagraciones bélicas de la historia, quizá estemos haciendo méritos para que la historia del terror bélico contra personas civiles no termine nunca. Ahora lo está viviendo el pueblo palestino, donde más de la mitad de las miles de víctimas mortales de los brutales bombardeos israelíes son niños, mujeres y ancianos. Y la vieja Europa, que tanto sabe de barbarie, no sólo lo permite sino que dice comprender al Estado agresor. ¿Adónde pretenden que vayamos a desembocar una tercera vez?


            DdA, XIX/5.487          

No hay comentarios:

Publicar un comentario