viernes, 3 de noviembre de 2023

ANNA CABALLÉ A GARCÍA MONTERO, POR UNA RESEÑA DE "MI VIDA CON ALBERTI"

 

mi vida con alberti
Detalle de la cubierta de Mi vida con Alberti (Almuzara, 2023) de María Asunción Mateo

Anna Caballé

El pasado martes 24 de octubre El País publicó la réplica de Luis García Montero, director del Instituto Cervantes, a la reseña que con mi firma apareció unos días antes en Babelia. Mi reseña da credibilidad al libro de María Asunción MateoMi vida con Alberti (Almuzara, 2023). La autora, viuda del poeta Rafael Alberti, denuncia al grupo de escritores, a la cabeza de los cuales señala a Luis García Montero y Benjamín Prado, que a lo largo de los años han vertido descalificaciones sobre ella, difamándola, poniendo en duda su honorabilidad y acusándola, sin pruebas, de malversar los fondos económicos y patrimoniales del poeta y de la Fundación que lleva su nombre.

Mateo recoge en su libro alguna de las declaraciones hechas por ambos varones en distintos medios de comunicación y yo apuntaba en mi reseña que el feminismo no fue tal vez lo suficientemente sensible con este tema. En pocas palabras: que no había apoyado a Mateo ante el hostigamiento que sufrió por parte de un grupo de poetas que se referían a ella como «la trincona». Yo misma me sentí culpable por haber dado crédito a las difamaciones que sobre la viuda de Alberti recorrieron el mundillo intelectual español antes y después de la muerte del poeta y de ahí mi referencia expresa al feminismo.

Para hacerse una idea del nivel de acoso al que me refiero, me remito a la novela titulada Impares, fila 13, publicada por Planeta en 1996, cuyos autores son Luis García Montero y Felipe Benítez Reyes. La novela es un divertimento cruel donde de forma apenas velada la protagonista es un trasunto de la viuda de Alberti. La describen como una mujer todavía joven, pareja de un anciano pintor de melena blanca y regresado del exilio unos años antes de que transcurra la historia. Una gloria local que en los años 20 y 30 hizo una obra surrealista con la que se abrió camino en el mundo del arte.  A la mujer, a la que ni siquiera se da nombre, de negros cabellos, delgada y mirada turbia se la trata de «buscona», «lagarta», «pájara», «viciosa», «mamona», «guarra», «querendona», «lianta»… El narrador, en un momento de desesperación ante la falta de adjetivos disponibles en la lengua española afirma que es «la mujer que más odiaba, el único hueso duro que no había podido roer» (p.88). La abominable mujer, casada o pareja de Bertematti [trasunto de Alberti] anuncia en la prensa sus servicios y se ofrece a practicar felaciones gratuitamente en los cines de barrio de la ciudad. Siempre en los impares de la fila 13. A la protagonista de la supuesta novela se le atribuye además un crimen: en una de sus prácticas masturbatorias la mujer de Bertematti acaba matando al concejal de Cultura: «(A) Rogelio lo ha matado esa brasileña chupona, tan señora ella, siempre llevando al viejo de un lado para otro, que si te dejo los cuadros, que si no te los dejo, que si el prestigio de Bertematti, que si no le dan el trato y el dinero que se merece, y ella mientras tanto chupando gratis por los cines» (p. 93). No sólo se culpa a la protagonista de la muerte, incomprensible, del concejal, sino que se aventura el destino que cabe esperarle a Bertematti por su fatal decisión: al pintor no lo van a matar «ni las drogas, ni las putas de La Cabaña, ni las tramas políticas (…) sino la mujer que practica el sexo en los cines y de paso mata al concejal de Cultura». No sigo adelante con la novela porque no es cierto que el papel lo aguante todo, pero el texto no tiene desperdicio para comprender el feminismo del que ahora alardea su autor. Los firmantes de la novela no pueden disponer de mejor carta de presentación: Impares, fila 13. «En Cádiz todo el mundo estaba al cabo de la calle sobre a quién se refería el personaje».

En mi reseña aludía al daño de las murmuraciones difamatorias sobre el honor y la dignidad de una mujer y lo consideraba un penoso ejemplo del estereotipo que ha juzgado severamente la intención de las mujeres cuando contraen matrimonio con un hombre de edad. Sin embargo, una vez leída la novela citada -y no es la única en la bibliografía que podríamos reunir sobre el linchamiento– queda claro que la réplica de García Montero es una impostura y un intento fallido por borrar de la memoria colectiva lo que en 1995 firmó de su puño y letra.

Con todo, procederé a responder a su carta. Porque al pretender embarrar con la política y la ideología la réplica a mi reseña ha cometido una torpeza impropia de un alto cargo del gobierno de España. La política nada tiene que ver ahí y esgrimirla es solo querer ensuciar el gallinero más de lo que ya está y ensuciarme a mí de paso con atribuciones completamente infundadas y difamatorias.

En su réplica, titulada «Feminismo manipulado», tan falto de verdad, Luis García Montero intenta darle la vuelta al asunto y dice que en mi reseña me amparo en el movimiento feminista para criticarle, cuando quien le acusa es María Asunción Mateo, a quien no tengo el placer de conocer, y lo acusa precisamente de acosador. La réplica del director del Instituto Cervantes es argumentalmente tan desconcertante que procederé a responder por puntos, atendiendo a los palos de ciego que va dando para evitar el asunto central y único: su persistente y enconado hostigamiento a la viuda de Alberti.

Admito que en un primer momento pensé en no contestar su escrito, porque nada resuelve de la interpelación que le hace el libro -y no yo: no comprendo cómo un profesor de literatura no puede distinguir entre la autoría de un enunciado y su exégesis-. Pensé, como digo, no contestar porque hacerlo en público al administrador del poder cultural acumulado por Luis García Montero es enfrentarse a un comisario político y de ello no suele salir nada bueno. Sin embargo, las frases de su escrito son tan retadoras que me han impulsado a esto, a contestar al «intocable» poeta oficial de la izquierda española. Y que salga el sol por Antequera.

En las últimas frases de su réplica escribe: «Yo no sé si la profesora Caballé se ha ido a otra parte a la hora de plantearse la literatura de lo real». ¿Y a qué parte me puedo ir? La verdad es que no se me ocurre ni sé a qué puede referirse. Sin embargo, él sí que se fue a otra parte con Impares, fila 13. Prosigue aludiendo a las «muletillas» de mi artículo. Si quiere hablar de «muletillas» en su momento le podría recordar las que ahora no caben en este artículo.

Por último, «por el bien del feminismo -afirma García Montero- debería informarse mejor sobre lo que escribe. Y no ridiculizar una buena causa».

Muy bien, pues empecemos por la buena causa, por el bien del feminismo al que tanto dice proteger García Montero.

1.

El feminismo en el cual se ampara García Montero no es más que un argumento distorsionador de su evasiva réplica, una cortina de humo. En mi reseña lamentaba, como ya he dicho, que el feminismo no hubiera sido suficientemente sensible al estereotipo que han generado las viudas (jóvenes y díscolas) de escritores a las que se ha acusado fácilmente de interés espurio en sus matrimonios con hombres maduros o muy maduros. Lo escribí en mi Breve historia de la misoginia (Lumen, 2006; segunda edición revisada en Ariel, 2019): «ha sido tan fácil reducir a la mujer a una posición inferior, humillante y subalterna…». Ha bastado con tratarla de puta (como pone de manifiesto la novela Impares, fila 13).

¿Dónde está la manipulación de la que se me acusa? Porque yo no la veo: María Asunción Mateo es una mujer (sujeto principal de las reivindicaciones feministas) y ha sido víctima de graves acusaciones de un machismo intolerable a lo largo de los años. Eso es todo. Sin embargo, sin venir a cuento, en su réplica dice haber leído un libro Alt-right: la derecha alternativa. De 4chan a la Casa Blanca (Antonio Machado, 2023), que nada tiene que ver con el asunto, pero que le sirve para vincularme, nada sutilmente, por cierto, con la «extrema derecha»: mi nombre y las palabras «extrema derecha» aparecen casi seguidos. Su fijación por ver la «extrema derecha» donde no la hay ni puede haberla solo tiene una explicación: imagino que sabe de lo que habla. En todo caso, no conozco el libro y no puedo entender qué puede aportar su autor, el periodista de la BBC Mike Wendling, a la denuncia de Mateo. Pero leeré el libro en cuanto pueda, quién sabe si la BBC sabe más que nosotros sobre la cuestión que nos ocupa.  Sí me gustaría saber en qué «pervierto los valores del feminismo» (son sus palabras) al hacerme eco del linchamiento sufrido por una mujer y del cual hay pruebas escritas de sobra, porque este es el problema: las huellas del oprobio a una mujer que no han podido ser borradas. Y de aquel linchamiento se vuelve a dar muestras muy claras en su reciente escrito. Los años transcurridos no parecen haber enseñado gran cosa al poeta García Montero -a veces el tiempo obra de este modo, en lugar de mejorar, aplasta con su peso-, de modo que encabeza su réplica descalificando a Mateo, tratándola de mentirosa compulsiva: ¿en base a qué lo dice, sr. García Montero? Cuando se trata a alguien de mentiroso compulsivo se está desautorizando su palabra de modo absoluto: cualquier cosa que diga será mentira pues esta es su naturaleza. Una posición muy cómoda cuando se pretende desacreditar a alguien. Sabemos por los relatos costumbristas el poder que tienen los rumores malintencionados: se quedan para destruir la reputación de las personas.

Dice García Montero: «Somos muchos, poetas, familiares, políticos, fotógrafos, periodistas, gestores, editores, los que conocemos a esta señora. Quien se la crea, con su pan se la coma». Yo, comiéndome mi pan y de acuerdo con sus consejos, he hecho el trabajo que el poeta me sugería al final de su réplica y también he preguntado a familiares, periodistas, gestores y editores (no he sabido localizar a ningún fotógrafo, bien que lo siento). Nadie me ha hablado mal de Mateo, muy al contrario, todos estaban al corriente del maltrato sufrido.

2.

Sigamos con el feminismo y la política. Dice Montero que yo pervierto al feminismo dando crédito a Mateo, y que si alguien critica al poeta en cuestión es que ataca a la izquierda y, por lo tanto, no es una persona de fiar ni a la que se le pueda dar crédito. Es el síndrome de la letra escarlata, del estigma social que sufre quien no se pliega a las consignas de ese sectarismo que no acepta ninguna verdad posible fuera de su propio marco ideológico. Un campo minado que imposibilita un debate leal sobre cualquier tema o problema. Para justificar el supuesto deterioro cognitivo de Alberti (más allá del lógico de la edad) y por tanto la supuesta manipulación ejercida por Mateo, el poeta pone un ejemplo: la visita de José María Aznar a Rafael Alberti: este último estaba tan mal que, manipulado por Mateo, se le dijo que se trataba de un poeta de Valladolid para aliviar el mal trago de tener que recibirlo. Aznar se fotografía con Alberti en su casa del Puerto de Santa María el 16 de febrero de 1996, un día antes de que se inicie la campaña electoral y… el rostro de Alberti no es el de un viejo que no sabe con quién está. Según las crónicas, a continuación Mateo le enseñó la Fundación y gracias a la información proporcionada por el periodista Manuel Francisco Reina sabemos que  el propio García Montero se ofreció al matrimonio Aznar como guía para visitar la casa de Lorca en Granada. Hay material gráfico de aquella visita:
https://www.elplural.com/opinion/garcia-montero-contra-feministas_319162102
.

¿Era de derechas García Montero cuando se ofreció como guía turístico de Aznar en Granada? Pregunto.

El texto de portada de ABC al día siguiente, en lo que interesa, decía: «El líder del PP dejó constancia con esta visita de la que será su política cultural: reconocer el mérito allí donde se encuentre, al margen de posiciones ideológicas». Ojalá los políticos fueran a visitar a un poeta, a un músico, a un científico antes de iniciar su campaña electoral. Yo, desde luego, no tengo nada que objetar y no creo que sea un hecho que pueda avergonzar a nadie. Pero es más, Alberti llegó a España enarbolando la bandera de la reconciliación («salí de España con el  puño en alto y vuelvo con la mano tendida»). En función de ese espíritu forjó una buena amistad con Luis María Anson, entonces director de ABC. Este último le abrió desde su llegada las puertas del periódico (Alberti era firma habitual de las Terceras de ABC). Cuando el autor de Marinero en tierra murió, Anson encargó a su viuda una serie de entrevistas largas que coordinaba el periodista y escritor Manuel Calderón: «Durante un tiempo la traté semanalmente. Me pareció una mujer educada, comprensiva, en el sentido de que aceptaba las sugerencias que se le hacían, y trabajadora. También traté a su hija Marta y entendí la tristeza con la que vivieron ella y su hermano, unos adolescentes, la sombra de la corte que perseguía a su madre. Alberti que quería mucho a Marta le regaló los derechos de Sobre los ángeles».

3.

Cuando Rafael Alberti reunió los cinco libros de La arboleda perdida en una edición definitiva en tres volúmenes (Anaya & Mario Muchnik, entre 1996 y 1997) el editor Mario Muchnik, hombre polémico donde los haya -su autobiografía titulada Lo peor no son los autores da idea de su beligerancia-, sostuvo que en la edición se habían suprimido los nombres (oh, el de García Montero incluido) de algunos amigos y conocidos por «una mano distinta» de la de Alberti. De nuevo, los poetas dolidos por no figurar en el parnaso albertiano, acusaron a Mateo de manipulación. No obstante, el hombre de confianza de Alberti en aquellos momentos en el Puerto, donde residía la pareja, era Carmelo Ciria (fallecido en 2016), quien advirtió al propio García Montero de la falsedad de la acusación, según testimonio de un periodista andaluz que prefiere no dar su nombre. Fue Alberti y nadie más que él quien iba decidiendo sobre la marcha de la lectura «a este quítalo, este no». La mano era la de Carmelo Ciria. Alberti fallecería en 1999 y su reacción de prescindir en la edición definitiva de sus memorias de amistades del pasado, aparte de ser algo muy habitual, parece muy lógica si tenemos en cuenta la hostilidad que captaba a su alrededor en relación a Mateo. ¿Le llegaron noticias de la novela Impares, fila 13? Porque eso bastaría para comprender su decisión de distanciarse de quienes maltrataban a su esposa con sus calumnias.

En el libro de María Asunción Mateo se reproduce la carta de disculpas que Muchnik dirigió al matrimonio tiempo después. Hubiera bastado con leerla.

4.

Pero vayamos al motivo de la indignación del club de los poetas muertos: la diferencia de edad entre los cónyuges. Coincido con García Montero: allá cada cual con su vida y sus decisiones. No obstante, parece que eso no fue así en relación a la decisión tomada por Alberti. Ese principio no se respetó. No hay más que reparar en la referencia al «viejo Alberti» que hace García Montero en su réplica para hacerse una idea del desprecio con que sigue considerando la decisión. Todos seremos viejos, estimado Luis García Montero y es de esperar de una sociedad democrática y tolerante con la vida de cada cual que se respeten nuestros deseos si podemos llegar a viejos y ejercer nuestra voluntad. Es probable que Mateo mostrara un deseo particular, incluso excesivo, de exhibir a un Alberti de aspecto lozano, cuando no podía estarlo. Eran tantas las presiones que recibía por haberse casado con un «pelele» (García Montero dixit) que imagino su preocupación por mostrar al mundo que no lo era. Ni entro ni salgo y creo que el director del Instituto Cervantes tampoco debería hacerlo. Que García Montero se eche una novia o deje de echársela cuando sea, a mí, sinceramente, me trae sin cuidado y me guardaré mucho de hacerle saber lo que pienso. Pero es que, además, al decir que «si me echase una novia de 23 años a estas alturas de mi existencia, ya con 65, me sentiría violento y culpable de abuso», en realidad está acusando a su admirado Alberti de abusador por haberse casado con una mujer mucho más joven. Y no solo a Alberti, está acusando a Saramago, a Carlos Castilla del Pino, a Edgar Morin, a Borges y a un larguísimo etcétera de conocidos hombres de la vida intelectual. No entiendo adónde quiere llegar con eso. ¿Dónde va a poner el límite de sus acusaciones nuestro puritano de las letras? Y… lo que es más grave ¿quién es él para juzgar las edades que deben tener los adultos en sus relaciones de pareja? Puede entrar en este jardín, si le place, pero, cuidado, yo no se lo aconsejo.

Termino mi carta con una frase extraída de Impares, fila trece, la premiada novela de Luis García Montero, cuando el narrador se pregunta: «Lo que yo no entiendo es cómo a gente así acaban dándole un cargo» (p.57).

JOT DOWN  DdA, XIX/5.488

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