Ana Moreno Soriano
Hace unas semanas tuve ocasión de volver al Museo del Prado, encantada y sorprendida como siempre por tener ante mí los cuadros que conocí hace muchos años a través de las diapositivas que veíamos en las clases de Historia del Arte en Bachiller. Mirar un cuadro es llenar los ojos de belleza y el corazón de emociones y algunos transmiten esos sentimientos de manera especial. Volví a contemplar Las hilanderas de Velázquez, un grupo de mujeres hilando en el primer plano y al fondo, el mito de Aracne, la joven que presumía de tejer más rápido que las diosas y recibió el castigo de Atenea que la convirtió en araña y la condenó a tejer para siempre.
Hilar ha sido y sigue siendo oficio de mujeres; muchas obreras han trabajado en la industria textil y en la historia del Movimiento Obrero aparecen sus luchas y sus reivindicaciones; otras siguen trabajando, en muchos lugares del mundo, por salarios de miseria y en pésimas condiciones laborales para confeccionar las prendas baratas que se ofrecen en las tiendas y en la venta on-line: «Aracnes» jóvenes y menos jóvenes condenadas no por la diosa Atenea, sino por el capitalismo insaciable…
Pero también estas labores aparecen en el imaginario colectivo como ocupación de las mujeres que saben utilizar la aguja, el hilo, el huso y la rueca; recordemos el cuento de La Bella Durmiente, que se pincha con un huso de hilar o a Penélope, la mujer de Ulises que teje y desteje su labor mientras espera a su esposo… Mujeres cosiendo, tejiendo, hilando, que mueven sus manos con soltura y de ellas salen labores preciosas con las que agradar, ayudar y sorprender a quienes están cerca, no ya como un empleo remunerado sino como parte del trabajo de los cuidados.
Miraba el cuadro y recordé una cita de María Teresa León, tan unida en la memoria al Museo del Prado, pues fue una de las personas encargadas por el Gobierno de la República de poner a salvo los cuadros, amenazados por los bombardeos fascistas sobre Madrid durante la Guerra Civil. Dice la autora en Memoria de la melancolía: “Siempre haciendo algo. ¿Por qué estaremos siempre haciendo algo las mujeres? En las manos no se nos ven los años sino los trabajos. ¡Ah, esas manos en movimiento siempre, accionando, existiendo solas más allá del cuerpo, obedeciendo al alma! Yo miro las manos, las vuelvo, las acaricio un poco para ver la blandura de su temperamento, les busco los nudos que les dejó la vida, la cicatriz del ansia, la desesperación, la credulidad, la amargura de sentirse traicionadas… ¡Qué raras son las manos, esa máquina de la alta tensión humana, esas aspas que solamente se quedan quietas en los retratos!”. Como las hilanderas de Velázquez que extienden hilos y mueven la rueca hasta conseguir el movimiento perfecto que tan bien consiguió el pintor; hablan entre ellas, se miran con complicidad y reproducen el universo femenino de las mujeres trabajadoras; al fondo está el mito, el castigo de la diosa y quién sabe si era de esto de lo que hablaban entre ellas… Pero lo que sí sabemos es que las mujeres tenemos las manos siempre ocupadas en labores y en pensamientos y que utilizamos aguja e hilo también en sentido figurado, porque es así como tratamos de dar sentido a las batallas de cada día: cosiendo y recosiendo los fragmentos de la realidad con amor, paciencia y esperanza.
Mundo Obrero DdA, XIX/5.448
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