Lazarillo
Mientras en un lugar de nuestro propio continente, en el que participa España con su armamento como país miembro de la OTAN, los mismos aviones que hacen juguetonas piruetas en el cielo de la bahía de San Lorenzo de Gijón no dejan de descargar su cargamento mortífero sobre pueblos y ciudades, tanto la villa asturiana como la ciudad de Vigo justifican sus respectivos festivales aéreos en la atracción turística que comportan. Para nada se tiene en cuenta, tampoco, ya que ayer se celebró -es un decir- el llamado Día de la Sobrecapacidad Mundial, conocido también como Día de la Deuda Ecológica, que esta jornada nos debe servir como señal de alerta pues marca la fecha a partir de la cual cada año consumimos antes los recursos que nuestro planeta es capaz de generar en doce meses. Yo no sé si el luminoso alcalde de Vigo o la marcial alcaldesa de Gijón, la de la foto de la Plaza de Colón de Madrid, tienen conocimiento de que nuestro país agotó los recursos naturales que producía el pasado 12 de mayo, algo que en 1971 se cumplía en el mes de diciembre. Viene esto a cuento porque, como indica Antón Lois en un artículo publicado en La Voz de Galicia, el balance de cada uno de esos festivales aéreos horrísonos tiene un coste ambiental que supera las cuarenta toneladas de CO2. "Si no eliminamos el origen de la contaminación -escribe Antón Lois- solo nos queda la alternativa de mitigarla con mecanismos naturales de absorción. Esta definición tan rebuscada se traduce en algo muy sencillo: árboles. Muchos árboles. Pero corren malos tiempos también para nuestros árboles. O lo que es lo mismo, arrojamos gasolina al fuego". La villa de Gijón va a perder la oportunidad de tener ese gran parque en El Solarón, en pleno corazón de la ciudad, al tiempo que acumula cada verano horas y más horas de piruetas ruidosas y contaminantes en su cielo: 40 toneladas más de CO2 cada año.
DdA, XIX/5.410
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