Félix Población
Durante algunos años, después de aprobada la primera y timorata Ley de Memoria Histórica durante la primera legislatura de José Luis Rodríguez Zapatero (2007) -ahora en campaña electoral casi como en 2004-, hube de explicar en más de una ocasión a los turistas extranjeros que visitaban Salamanca y tenían un cierto conocimiento de nuestra historia contemporánea que si el medallón del dictador Francisco Franco permanecía en la Plaza Mayor de esa ciudad era porque su Ayuntamiento, gobernado por el Partido Popular, se resistía a cumplir la ley, algo que a no pocos de ellos dejaba perplejos. No se cumplió la ley hasta 2017, diez años después de ser aprobada.
Pues bien, pasados seis años desde entonces y unos cuantos siglos desde que el último rey de León fundó el Estudio General de Salamanca que daría origen a la creación de la institución más prestigiosa internacionalmente de la ciudad del Tormes, su vieja Universidad, Salamanca se está a punto de reparar por fin la lamentable deuda histórica con la figura del rey Alfonso IX, cuya efigie estará por fin entre los medallones que decoran la arquería de la Plaza Mayor.
Fue esta una una iniciativa del catedrático leonés de lengua inglesa Román Álvarez, que lo es o lo era -no se si sigue en activo- de la Facultad de Filología de la Universidad salmantina. Se repara así algo que nos debería avergonzar como país democrático y europeo: que un dictador permaneciese siendo honrado en la arquería de esa plaza en contra de la ley mucho más allá de su fallecimiento (1975) y más que avanzado también el periodo democrático, y que el rey que hizo posible una de las universidades más prestigiosas del mundo no tuviera hasta ahora el lugar que se le debe reconocer en la historia de la ciudad y la cultura hispánica.
Vaya desde aquí por ello mi felicitación a Román Álvarez por haber insistido de modo pertinaz en la idea desde hace años. Aprovecho también la ocasión para felicitarle por haber donado a su pueblo de Abelgas, en la comarca de Luna, la biblioteca en la que Román nutrió su vocación por la literatura y su cultivado celo para reparar omisiones tan lamentables como la de la efigie de Alfonso IX en la Plaza Mayor salmantina.
Que esa biblioteca haya encontrado acogimiento público, además, en la que fuera panadería de su padre no hace más que añadir miga nutricia a esa generosa donación, porque no solo de pan vive el hombre. Más vale medio pan y un libro, como dijo García Lorca al inaugurar la biblioteca de su pueblo en la tierra donde yacen sin seña ni lugar sus huesos fusilados.
DdA, XIX/5.394
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