Félix Población
Entre los miles de expedientes que conforman los fondos del Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo, depositados en el Centro Documental de la Memoria Historia de Salamanca, no son raras las cartas que algunos familiares de los procesados enviaron al dictador cuando se daban situaciones en las que concurrían circunstancias especialmente dramáticas que podrían ser motivo a priori para que el destinatario se apiadara del remitente y fuera posible la reducción de la pena impuesta al encarcelado o su puesta en libertad, siempre condicional.
Es de hacer constar que durante la Guerra de España los ficheros de la masonería fueron enviados a París para evitar lo que a la postre sucedió: que al entrar las tropas alemanas en la capital de Francia, el gobierno de Hitler reexpidió al gobierno de Franco esos ficheros para que el dictador español actuase en consecuencia contra quienes estaba inscritos en los mismos, facilitando su celo represor. Así lo escribe en su libro La masonería española en presidio (Ed. Sagitario, 1983) el médico y teósofo Eduardo Alfonso, fundador de la Federación de Sociedades protectoras de Animales y Plantas.
El caso que paso a contar, a
través del propio texto de la misiva, no describe ninguna situación en extremo
grave para el encarcelado -cuya causa de reclusión podría haber sido pertenecer
a alguna logia masónica en el pasado, sin que sepamos la pena impuesta-, pero sí nos sirve para conocer el estilo
y el contenido de las cartas recibidas por el general Franco cuando se
pretendía su intercesión. La epístola manuscrita, de cuatro folios, está
fechada el 12 de octubre de 1942, pertenece al expediente 93 del Tribunal
Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo, y está dirigida al
Excmo. Sr. D. Francisco Franco Bahamonde, Jefe del Estado español y
Generalísimo de los Ejércitos Nacionales. Palacio del Pardo. Madrid.
La inicia el autor con una
presentación reiterativa de su persona en los siguientes y ditirámbicos términos, que transcribo de modo literal: “Yo que he
sido durante toda mi vida un soñador y un Quijote, con mi Dulcinea o dueña de
mis pensamientos encarnada en la amada España… Yo que desde el 18 de julio del
inolvidable año 36 he seguido paso a paso las glorias obtenidas por Vuestra
Excelencia invicta, cuyo genio militar (orgullo de la Raza), se ha hecho
acreedor al amor sincero de todos los buenos españoles y a la admiración del mundo entero… Yo,
repito, que he sentido la inmensa satisfacción de padre de familia, ofreciendo
dos hijos varones al servicio de la amada Patria, en el periodo de la pasada
Guerra, poseyendo, con santo orgullo, infinidad de cartas de vuestra Casa
militar y Civil, dignándose Vuestra Excelencia contestar por intermedio de
vuestro Secretario Militar y Particular a todos mis cantos patrióticos, no
obstante lo humilde del autor: Que he visto el milagro obrado por V. E.
salvando a España de las garras del monstruo marxista, destructor y ateo, y
otro mayor milagro, como ha sido el haber hecho de este pobre Boticario de
pueblo, torpe y rudo, iba a deciros que casi, casi un poeta…”.
A continuación, el remitente
pasa a referirse al motivo de su carta, no sin antes especificar que lo hace
“anonadado y triste, loco de dolor y con las mejillas enrojecidas de
vergüenza”. Se trata de un pliego de súplica y ruego de una de sus hijas,
residente en una localidad de la provincia de La Coruña, en donde ejerce como
maestra nacional, después de haberse casado el mismo año del “Glorioso
Movimiento con un joven, también maestro nacional en la villa de Mugardos, José
María Pita Cendán, nacido en las proximidades del Ferrol del Caudillo, que se
encuentra recluido en el penal del Puerto de Santa María (Cádiz)". El
encarcelamiento obedece a motivos políticos, sin que el boticario los
especifique, “no obstante ser de carácter muy retraído, dedicado siempre a las
tareas de la Enseñanza, habiendo sido profesor de un sobrino de V.E. en El
Ferrol ya citado, antes del Glorioso Movimiento Nacional”.
A partir de ese punto y aparte
emplea todavía el remitente folio y medio en formular su súplica. Para
ello no apela a sus merecimientos (“que no tengo ninguno”), ni tampoco lo hace en
atención al recluso que “quizá no haya obrado con la prudencia debida en su
vida juvenil y de soltero". El boticario de pueblo "confía en que V.E. se compadezca piadosamente de su
atribulada hija, “la que hoy se ve sola y triste en su hogar de Galicia, entregada
al cariño de su única hijita de cinco años de edad, dedicada a las tareas de moldear
el corazón de los niños de su Escuela, tengas a bien conmutar la pena por la
libertad condicional, a fin de que pueda, basado en vuestra ayuda y amparo,
reintegrarse a su familia”. Lo suplica el firmante “como gracia especial de
V.E., cuyo magnánimo corazón y sentimientos cristianos son bien conocidos de
todos los españoles dignos de llamarse españoles”.
El texto aún sigue así, esperando del destinatario similar proceder al de Cristo: “Perdonadme
que hoy os moleste, Señor, en asunto tan enojoso y repugnante para mi modo de
ser y el de mi familia toda, pero olvidad y no tengáis en cuenta la ligera con
la que haya podido obrar el pecador, perdonando a imitación de Nuestro Divino
Redentor Jesús, en la seguridad de que se hará digno de la gracia especial de
V.E. el mencionado esposo de mi amada y virtuosa hija”.
Obviamente, el último párrafo de la carta termina con las habituales saludos epistolares propios del régimen en tiempo de posguerra: “Esperanzado
el que suscribe por el alto concepto de Bondad y de Justicia que de V.E. tiene
ya formado, queda haciendo votos al Señor por vuestra graciosa vida y la de
toda vuestra preciosa familia, al grito de Viva España y Franco Antonio Martín
del Corral, farmacéutico. Mojados (Valladolid), 2 de Octubre (Fiesta de la Raza)
de 1942.
DdA, XIX/5.347
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