miércoles, 10 de mayo de 2023

CARTA DE UN BOTICARIO A FRANCO PIDIENDO GRACIA PARA SU YERNO MAESTRO

 



Félix Población

Entre los miles de expedientes que conforman los fondos del Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo, depositados en el Centro Documental de la Memoria Historia de Salamanca, no son raras las cartas que algunos familiares de los procesados enviaron al dictador cuando se daban situaciones en las que concurrían circunstancias especialmente dramáticas que podrían ser motivo a priori para que el destinatario se apiadara del remitente y fuera posible la reducción de la pena impuesta al encarcelado o su puesta en libertad, siempre condicional.

Es de hacer constar que durante la Guerra de España los ficheros de la masonería fueron enviados a París para evitar lo que a la postre sucedió: que al entrar las tropas alemanas en la capital de Francia, el gobierno de Hitler reexpidió al gobierno de Franco esos ficheros para que el dictador español actuase en consecuencia contra quienes estaba inscritos en los mismos, facilitando su celo represor. Así lo escribe en su libro La masonería española en presidio (Ed. Sagitario, 1983) el médico y teósofo Eduardo Alfonso, fundador de la Federación de Sociedades protectoras de Animales y Plantas.

El caso que paso a contar, a través del propio texto de la misiva, no describe ninguna situación en extremo grave para el encarcelado -cuya causa de reclusión podría haber sido pertenecer a alguna logia masónica en el pasado, sin que sepamos la pena impuesta-, pero sí nos sirve para conocer el estilo y el contenido de las cartas recibidas por el general Franco cuando se pretendía su intercesión. La epístola manuscrita, de cuatro folios, está fechada el 12 de octubre de 1942, pertenece al expediente 93 del Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo, y está dirigida al Excmo. Sr. D. Francisco Franco Bahamonde, Jefe del Estado español y Generalísimo de los Ejércitos Nacionales. Palacio del Pardo. Madrid.

La inicia el autor con una presentación reiterativa de su persona en los siguientes y ditirámbicos términos, que transcribo de modo literal: “Yo que he sido durante toda mi vida un soñador y un Quijote, con mi Dulcinea o dueña de mis pensamientos encarnada en la amada España… Yo que desde el 18 de julio del inolvidable año 36 he seguido paso a paso las glorias obtenidas por Vuestra Excelencia invicta, cuyo genio militar (orgullo de la Raza), se ha hecho acreedor al amor sincero de todos los buenos españoles  y a la admiración del mundo entero… Yo, repito, que he sentido la inmensa satisfacción de padre de familia, ofreciendo dos hijos varones al servicio de la amada Patria, en el periodo de la pasada Guerra, poseyendo, con santo orgullo, infinidad de cartas de vuestra Casa militar y Civil, dignándose Vuestra Excelencia contestar por intermedio de vuestro Secretario Militar y Particular a todos mis cantos patrióticos, no obstante lo humilde del autor: Que he visto el milagro obrado por V. E. salvando a España de las garras del monstruo marxista, destructor y ateo, y otro mayor milagro, como ha sido el haber hecho de este pobre Boticario de pueblo, torpe y rudo, iba a deciros que casi, casi un poeta…”.

A continuación, el remitente pasa a referirse al motivo de su carta, no sin antes especificar que lo hace “anonadado y triste, loco de dolor y con las mejillas enrojecidas de vergüenza”. Se trata de un pliego de súplica y ruego de una de sus hijas, residente en una localidad de la provincia de La Coruña, en donde ejerce como maestra nacional, después de haberse casado el mismo año del “Glorioso Movimiento con un joven, también maestro nacional en la villa de Mugardos, José María Pita Cendán, nacido en las proximidades del Ferrol del Caudillo, que se encuentra recluido en el penal del Puerto de Santa María (Cádiz)". El encarcelamiento obedece a motivos políticos, sin que el boticario los especifique, “no obstante ser de carácter muy retraído, dedicado siempre a las tareas de la Enseñanza, habiendo sido profesor de un sobrino de V.E. en El Ferrol ya citado, antes del Glorioso Movimiento Nacional”.

A partir de ese punto y aparte emplea todavía el remitente folio y medio en formular su súplica. Para ello no apela a sus merecimientos (“que no tengo ninguno”), ni tampoco lo hace en atención al recluso que “quizá no haya obrado con la prudencia debida en su vida juvenil y de soltero". El boticario de pueblo "confía en que V.E. se compadezca piadosamente de su atribulada hija, “la que hoy se ve sola y triste en su hogar de Galicia, entregada al cariño de su única hijita de cinco años de edad, dedicada a las tareas de moldear el corazón de los niños de su Escuela, tengas a bien conmutar la pena por la libertad condicional, a fin de que pueda, basado en vuestra ayuda y amparo, reintegrarse a su familia”. Lo suplica el firmante “como gracia especial de V.E., cuyo magnánimo corazón y sentimientos cristianos son bien conocidos de todos los españoles dignos de llamarse españoles”.

El texto aún sigue así, esperando del destinatario similar proceder al de Cristo: “Perdonadme que hoy os moleste, Señor, en asunto tan enojoso y repugnante para mi modo de ser y el de mi familia toda, pero olvidad y no tengáis en cuenta la ligera con la que haya podido obrar el pecador, perdonando a imitación de Nuestro Divino Redentor Jesús, en la seguridad de que se hará digno de la gracia especial de V.E. el mencionado esposo de mi amada y virtuosa hija”.

Obviamente, el último párrafo de la carta termina con las habituales saludos epistolares propios del régimen en tiempo de posguerra: “Esperanzado el que suscribe por el alto concepto de Bondad y de Justicia que de V.E. tiene ya formado, queda haciendo votos al Señor por vuestra graciosa vida y la de toda vuestra preciosa familia, al grito de Viva España y Franco Antonio Martín del Corral, farmacéutico. Mojados (Valladolid), 2 de Octubre (Fiesta de la Raza) de 1942.

     DdA, XIX/5.347     

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