Jaime Richart
En una sociedad, la occidental, cuyo motor de funcionamiento de toda ella es la economía. Una sociedad que no ha encontrado, ni busca, ningún otro regulador de la vida individual y colectiva que no sea la medida del valor material de las cosas y de las personas, otro módulo que la aritmética del precio; una sociedad que ha consumido la mayor parte de su historia, directa o indirectamente, en guerras civiles o entre naciones, de religión o dinásticas, y luego envuelta en otras guerras bajo la tapadera cínica del enfrentamiento ideológico encubridor, de nuevo, de reales motivos económicos; una sociedad que, según la importancia de cada materia prima, con la excusa correspondiente, arrasa naciones y cercena vidas que se cuentan por centenares o miles de millones a lo largo de su historia… En una sociedad semejante, mostrar hostilidad desde las instituciones sean políticas, médicas, religiosas o de cualquier otra naturaleza, contra la eutanasia o el suicidio asistido, es otra más de las razones para sentirse uno fuera, no ya de la sociedad ideal gobernada por filósofos o poetas, como deseaba Platón, sino no desear pertenecer a ella. El nivel de la combinación hipocresía y cinismo reunidos en una idea cuyo con concepto todavía no está definido, hace a un octogenario que conserva íntegra la lucidez desear más si cabe su desaparición de esta vida física, con independencia de no estar dispuesto a afrontar esa vida mediando las altísimas posibilidades de afrontar su deterioro progresivo, su decrepitud…
El fundador del centro Dignitas, Ludwig Minelli, un abogado en derechos humanos que en 1998 puso en marcha esta organización, desde 2009 hizo un paso más en sus reivindicaciones. Después de luchar a favor de la eutanasia, defiende la muerte de personas sanas. Ante las cámaras de la BBC, ha considerado como maravillosa la opción del suicidio, que las personas, a diferencia de los animales, tienen a su disposición. “El suicidio es una maravillosa posibilidad que se le ha dado al ser humano. Es una posibilidad muy buena de escapar de una situación que no podemos alterar”. Para Minelli, “ser enfermo terminal no es una condición para ello. Como abogado de derechos humanos me opongo a la idea de paternalismo. No tomemos decisiones por otras personas”, manifestó. Minelli ha justificado la actividad de Dignitas, y su deseo de ayudar a morir también a personas sanas, por razones económicas (que son las únicas que entiende la sociedad occidental): el elevado coste que para la sanidad pública supone atender a quienes quedan afectados por intentos fallidos de acabar con su propia vida: “Por cincuenta intentos de suicidio hay finalmente un suicidio y los otros son fracasos con graves costes para la sanidad pública. Después de los intentos fallidos sufren terriblemente, y a veces tienes que ponerlos en instituciones por cincuenta años, lo que es muy costoso económicamente”, ha argumentado.
Pero, aparte esas motivaciones que, repito, son, como la vaselina, para mejor penetrar el recto, basta la autonomía de la voluntad en una sociedad que se ufana de tantas conquistas, la mayoría, si bien se mira, juguetes o fútiles en comparación que las mucho más deseables humanistas obstaculizadas, justo por los motivos económicos y materialistas bajo el manto, alguno de ellos, de la religión, otra vez, de una ideología artificiosa, o de un modo de entender la Medicina médicos que ni siquiera se han leído el juramento hipocrático.
La única razón que me une al deseo de seguir viviendo es mi esposa. Mi salud, a mis 84 años, empieza a flaquear. Y mientras ella viva, yo mantendré la entereza que exige mi propia dignidad, sean cuales sean mis limitaciones de orden físico y orgánico. Pero si yo quedase solo, al día siguiente pondría rumbo a Dignitas…
DdA, XIX/5.376
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