Valentín Martín
Juan Carlos Onetti era más raro que yo. Se pasó los últimos años de su vida -no sé cuántos- metido en la cama. Según Dorotea, su cuarta esposa, "porque todo lo importante de la vida sucede aquí". Y eso, en los tiempos en que no había Facebeook. No sé si le llevaron el Premio Cervantes a la cama o se levantó para recogerlo.
Lo de raro le venía de lejos, de muy joven cuando se casó con su prima, se descasó de su prima y se casó con la hermana de la prima, o sea, con la otra prima, luego se descasó de las dos primas, se volvió a casar con otra que ya no era prima, y se descasó para casarse con Dorotea. Aunque el roce hace el cariño, no es extraño que con tanto ajetreo acabase en la cama, cansado de vivir la vida. Mario Vargas Llosa le admiraba mucho, le admiraba tanto que también él se casó con su tía y luego con su prima.
¿Pero qué pinto yo hablando de casorios? Juan Carlos Onetti, más allá de la cama, fue un escritor importante porque amagó el primero con la llamada " novela moderna". El autor de " Juntacadáveres" era raro tal vez porque tuvo un tatarabuelo de Gibraltar, que es como no ser de ningún sitio. Yo sí tengo pueblo.
Pero desde hace tiempo imito a Onetti. No salgo de casa, salvo alguna tarde para estar con los amigos, una sola tarde en varios meses, y aún me acuerdo del taxista que me recogió en casa y del taxista que me volvió a casa: no sé si primos como las primeras esposas de Onetti, pero parientes de José María el Tempranillo, seguro.
Lo de no salir de casa no es una tontuna, es que las neuronas no se ponen de acuerdo y no ando.
El otro día me enteré de que una amiga de hace 60 años estaba malita y, después de darle ánimos, le dije lo mío. Y para suavizar su pena por mí, añadí:
- Bueno, tú sabes que yo nunca he andado como Gary Cooper.
- Eso es verdad, tú nunca has andado como Gary Cooper.
Eso dijo ella, sin una pizca de misericordia por un inválido, podría haberse abstenido, al menos.
A veces me pregunto quién me ha querido y quién no me ha querido. Y de las que me han querido, quién más y quién menos. Ya sé que parezco el contable de San Juan de la Cruz, pero he llegado a una conclusión. Quién más me ha querido fue aquella muchacha que, caminito hasta La Serna del Puente Nuevo adelante, arrabales de La Vega, panaderos y feriantes, me decía:
-¡Ponte derecho, que te va a salir chepa a los 20 años!
Eso es amor, preocuparse por uno.
Aquí estoy, profundizando en mí mismo como la sirena varada de Casona ( profundizar en mí mismo, vaya cursilada), mientras recibo libros casi a diario, libros que pido o no, libros sobre los que escribo o no, medicinas que me traen a casa desde las farmacias de internet tan recomendables, llamadas de teleoperadores o amigos, la visita de mis cómicos tan queridos, con la nostalgia de los vecinos que se fueron como Paco Rabal o Manuel Alexandre, otro mundo, otra vida.
De Paco Rabal quise yo escribir su biografía, porque yo vivía de escribir biografías. Pero él prefirió que se la escribiese su medio pariente Agustín, el hijo de Carmen Laforet, y así todo quedaba en casa y retrasó su vuelta a Águilas derrotado como los emigrantes de Nieves Conde, hasta que llegó Mario Camus con " Los santos inocentes" y Paco empezó una nueva carrera.
De Manuel Alexandre añoro sus pies de Aquiles cruzando semáforos a los 90 años.
Todo este introito es una descomunal hipérbole para decir que estoy en casa, que siempre estoy en casa. Porque acabo de recibir un mensaje de una empresa en el que me dice el lumbreras que si no estoy en casa, los libros que he comprado los tengo que ir a recoger a Alcobendas. Manda güevos, unos libros que salen de un pueblo del Sur hacia mi casa de Madrid, y me advierten del peligro de Alcobendas, destino Norte.
¿No será esto una parábola de un país que castiga a los libros, a las editoriales libres y vocacionales, a los autores y a los lectores?
Bueno, que sigo en casa.
DdA, XIX/5.366
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