lunes, 6 de febrero de 2023

FEIJÓO Y EL TRIUNFO ILIBERAL DEL DERECHO A LA IGNORANCIA


Manuel Rivas

Hubo un tiempo en que la derecha ilustrada tenía de cabecera el libro La sociedad abierta y sus enemigos, de Karl Popper. El señor Romay Beccaría, que fue presidente del Consejo de Estado, el mayor custodio vivo del arcanum conservador español, es muy de derechas y muy ilustrado. Podría llevar tranquilamente el alias de ‘Oxímoron’. Hubo incluso un año, en Navidad, en que el señor Romay Beccaría regaló a sus colegas diputados en el Congreso un ejemplar de la célebre obra. No sé qué fue de la derecha ilustrada ni que tiene ahora en la cabecera, desde luego, no a Popper. Al señor Romay lo veo pasar de vez en cuando por el Cantón coruñés, capeando el temporal con su gorra de capitán de varadero, un andar paciente y pensativo, ¡espera, invierno!, que parece moverse como la brújula de la nostalgia para el gran Gatsby: “Y así vamos adelante, botes que reman contra la corriente, incesantemente arrastrados hacia el pasado”.                    

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Entre los proverbios gallegos de origen gastronómico, uno de los más populares es aquel que dice: “Os pementos de Padrón, uns pican e outros non!”. Incluso alcanzó una inusitada difusión internacional en boca del cineasta Bernardo Bertolucci. Al director de Novecento le preguntaron en una conferencia de prensa en el festival de Donostia dónde radicaba la primeira cualidad para detectar si una película dejaría huella o quedaría en el olvido. Bertolucci quedó un momento en un silencio pensativo. Los periodistas, también. A la espera de una gran disertación. La respuesta fue lacónica, pero magistral: “Quello che succede ai film sono i peperoni di Padrón: alcuni pungono e altri no”. Las películas, unas pican y otras, no. 

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En una ocasión comí pimientos de Padrón con el señor Feijóo. Sé que no es práctica muy profesional, pero me dejé invitar. Me llamó por teléfono, una mañana de marzo de 2008, cuando él era el líder opositor al Gobierno de coalición progresista que entonces gobernaba Galicia. Yo había escrito un artículo para la edición gallega de El País y que llevaba un interrogante por título: “¿Quiere la derecha una guerra lingüística en Galicia?”. Desde la puesta en marcha de la autonomía, y con la aprobación por unanimidad de la Ley de Normalización Lingüística, se había logrado un consenso, con sus aristas, pero efectivo, que no se alteró con el dominio de Fraga, en práctica calidad de virrey. La llave de ese acuerdo estaba en respetar un equilibrio, más o menos, del 50% en la enseñanza. De repente, en 2008, justo cuando faltaba un año para las elecciones autonómicas, la “nueva” derecha de Feijóo, abrió las hostialidades en ese terreno pacificado. Cualquier disculpa era buena para ahondar en esa línea hidrológica de inmoderación. Por ejemplo, el anuncio hecho por el bipartito de denominar ‘Galescolas’ a la nueva red de escuelas infantiles fue tratado como una pérfida maniobra propia de una franquicia batasuna. No había día sin pimiento picante: ¿qué invención satánica era esa de dar clases de Matemáticas o de Física y Química en gallego? No, no eran simples anécdotas. La derecha convocó manifestaciones sulfurosas frente a la “imposición” del galego. El uso de la lengua gallega en Galicia se convirtió en un asunto central, que tensó y fracturó la sociedad, en un absurdo in crescendo propio de la ley de especies picantes.

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Cuando comí pimientos con el señor Feijóo en una terraza de Santiago, aseguró con mucho énfasis, en respuesta a aquel interrogante, que él nunca, nunca, traería la guerra lingüística. Ganó las elecciones por un puñado de votos, en un clima de guerra fría, y al estilo del Mefistófeles del Fausto: “¡Todo va magníficamente mal!”. Una de sus primeras medidas fue implantar el llamado “decreto de plurilingüismo” de 2010, que rompía el equilibrio alcanzado. Hoy en día, según el reciente informe del Instituto Nacional de Estadística, el gallego tiene en Galicia, y por vez primera en la historia, menos hablantes que el castellano. Y un significativo porcentaje de gente joven declara abiertamente no saber usarlo, en la práctica, “desconocerlo”. El triunfo iliberal del derecho a la ignorancia.  

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El señor Romay fue el padrino político de Alberto Núñez Feijóo. Es muy probable que le regalase el libro de Popper. Es también probable que lo haya leído, pero del revés. No es una broma. El saber trasler era una habilidad necesaria en ciertos oficios, por ejemplo, para los buscadores de tesoros que utilizaban el Ciprianillo. En todo caso, leyó del revés La sociedad abierta y sus enemigos. Lo han presentado como cerrajero, para abrir puertas. Ya verán lo bueno que es cerrándolas.  

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Tenía dos caras. El hombre que hablaba era amable, persuasivo, sonriente. Un liberal. El que comía, tenía la mirada oblicua, iliberal, de quien sospecha que todos los malditos pimientos le van a picar. 

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Y así me empecé a sentir yo cuando comí con el señor Feijóo. Como un pimiento de Padrón. Ya lo dijo Huckleberry Finn: “Si uno se encuentra en cualquier sitio donde no debe rascarse, le pica el cuerpo en más de mil sitios diferentes”.

Luzes  DdA, XIX/5.367

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