“Luis Enrique divide”. Le escuché ayer el veredicto tras la eliminación de la selección a un reputado analista deportivo. El tipo tiene razón. ¿Cómo no va a dividir alguien que, en un país que entiende el fútbol como un asunto serio y las cosas serias como un juego, lo vive y transmite justo al revés? Al terminar el partido de ayer, al caer España ni más ni menos que eliminada por Marruecos, Luis Enrique se encogió de hombros y dijo que no había podido ser, que habían hecho lo que habían podido, pero que las cosas no siempre salen en la vida como uno quiere que salgan y que hasta otra. Ni una lágrima. Ni un perdón. Ni una gota de drama. Es intolerable. Así se lo hicieron saber quienes acusaron al tipo, que aún nota en su nariz aquel codo de Tassotti en el 94, de no involucrarse lo suficiente con España. Es frustrante. Frustra ver la invulnerabilidad de quien, por durísimas vivencias personales, de esas que ponen las cosas en su justo lugar, será impenetrable a las críticas vengan de donde vengan. Cabrea su soberbia y cabrea su pasado. ¿Tiene sentido que un tipo que renegó del Santísimo Real Madrid para entregarle su amor al Barcelona dirija el fútbol español? Si tiene un pasado que divide, si reniega de las normas que rodean al juego, si se muestra invulnerable, ¿cómo no va a ser Luis Enrique un intruso en un mundo de nervios, excesos y prioridades mal gestionadas?
Durante una de sus muy poco serias conexiones por Twitch –para colmo, el tipo prioriza echarse unas risas con los aficionados a las dramáticas ruedas de prensa deportivas–, Luis Enrique marcó el que probablemente haya sido el mejor gol de España en un mundial hasta la fecha. Muy por delante de aquel en el que Iniesta batió de un derechazo cruzado al holandés Maarten Stekelenburg para alegría de todos. El seleccionador explicaba que las ganancias generadas por sus streamings irían destinadas a una asociación que trabaja en Barcelona con niños que sufren cáncer en su estado más duro, ese en el que deben ser sometidos a cuidados paliativos. Un asunto que, por desgracia, Luis Enrique conoce bien. Fue entonces cuando un aficionado escribió en el chat que a Cataluña ni agua y fue entonces cuando Luis Enrique volvió a hacer lo que mejor se le da, que es dividir y generar conflicto. Pudo obviar el comentario. Pudo tirar de la diplomacia que se espera en alguien con un cargo de tanta exposición. Pero Luis Enrique decidió responderle a aquel tipo, alma del negocio como aficionado, por el camino más corto, diciéndole que si consideraba un problema para echar una mano que una persona haya nacido en un lugar u otro, no quería su dinero. Y que adiós muy buenas. Pues eso. Adiós muy buenas, Luis Enrique. Algunos seguiremos siendo hinchas de los intrusos, ganen o pierdan. Qué narices, mucho más cuando pierden.
CTXT DdA, XVIII/5.322
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