Luis Burschtein
No es metafórico, es literal:
de la noche a la mañana, cientos
de miles de personas reventaron la Plaza de Mayo y sus adyacencias
para repudiar el
intento de asesinato de Cristina Kirchner. Con una convocatoria de pocas
horas, sin tiempo para organizar ni comunicarse, las multitudes acudieron en
masa al centro de la ciudad. Paradójicamente, esa capacidad de movilizacion del
pueblo argentino fue el motivo de fondo del intento de asesinato. Es lo que más
teme la derecha. Porque siempre ha sido el obstáculo principal para sus
intereses. La mayoría de las operaciones mediáticas, políticas, judiciales y
demás buscaron neutralizar esa herramienta de resistencia popular ya sea con la
represión, con el terror, con la proscripción o el encarcelamiento de sus
dirigentes, en este caso la vicepresidenta Cristina Kirchner que fue el blanco
de un intento de asesinato.
La oposición no estuvo a la
altura de los hechos. No tomó conciencia de la tragedia que estuvo a punto de
ocurrir. Si el atentado hubiera tenido éxito, en este momento el país
estaría en llamas y el nivel de rabia y violencia que habría desatado el
magnicidio hubiera sido imposible de frenar. El futuro de los argentinos habría
entrado en una franja de oscuridad e incertidumbre.
Estuvo a punto de abrirse un
nuevo ciclo de violencia en ascenso como el que empezó en 1955 y del cual todos
creían que se había cerrado en 1984. La persecución judicial contra Cristina
Kirchner, contra ex funcionarios de sus gobiernos y dirigentes sociales y los
discursos mediáticos difamatorios y agresivos iban a gatillar en algún momento
actos de violencia.
Si fue un acto individual o
como parte de un plan desestabilizador, cualquiera de esas dos posibilidades se
asienta en el discurso de odio que ha sido la forma de comunicarse de lo que es
hoy la oposición y de sus expresiones mediáticas. El mensaje ha sido
insultante para los peronistas e indignante para los antikirchneristas. La
violencia se escurre en ambas vertientes y genera la famosa grieta. Una grieta
que existió siempre en cuanto a los intereses que representa cada lado. Pero
ese discurso la convierte en una trinchera de odio en la que los contrincantes
buscan el exterminio y la desaparición de la parte contraria. De allí al
intento de asesinato hay apenas un solo paso.
Alguien planteó que tanto
peronistas y kirchneristas como su contrapartida --los macristas
antikirchneristas y los medios en general-- debían hacer una autoctrítica, como
si la responsabilidad fuera compartida en forma equitativa. No es así, nunca
hubo manifestaciones kirchneristas con bolsas mortuorias ni con horcas o
guillotinas ni carteles donde se pedía la muerte de dirigentes macristas. En
las marchas macristas, en cambio, son comunes esas imágenes y los carteles que dicen
“Muerte a Cristina”. No hay un solo local del macrismo agredido, en cambio han
sido numerosos los locales del Frente de Todos atacados con disparos o con
bombas incendiarias.
El día anterior al intento de
asesinato, un repartidor en bicicleta había atacado con una llave inglesa a los
militantes que estaban frente a la casa de la vicepresidenta. Dijo que no se
arrepentía y que lo había hecho “por odio al peronismo”.
Si la oposición realmente
critica el intento de asesinato a Cristina Kirchner y repudia el posible
retorno del país al infierno de la violencia política, tiene que empezar por
cambiar el mensaje de odio que lo impulsó. Pero ni la presidenta del PRO,
Patricia Bullrich ni el dirigente ultraderechista Javier Milei repudiaron el
ataque a la vicepresidenta. Y en el caso de Bullrich trató de sacar rédito
político criticando la decisión del presidente Alberto Fernández de declarar
feriado nacional.
Los argumentos ruines que
usaron para criticar esa medida dieron cuenta del enfoque pusilánime que le dio
un sector importante del macrismo a la posibilidad de que el país quede
envuelto en un nuevo ciclo de violencia política.
Las dificultades de la
dirigencia macrista para repudiar el intento de asesinato de su adversaria
reflejaban la campaña que habían lanzado sus operadores en las redes, donde
directamente aseguraban que todo había sido un teatro armado por la misma
víctima. Amalia Granata, diputada provincial de Santa Fe, publicó un mensaje
haciendo esa afirmación. Y legisladores del PRO sugirieron lo mismo.
Plantean una lógica donde el
suicidio del fiscal Alberto Nisman fue un asesinato improbable y el probado
intento de asesinato de la vicepresidenta --el atacante está preso-- sería un
invento de la víctima. Está probado que Nisman se suicidó, todos los
peritajes menos uno presionado desde el macrismo, coincidieron en que era
imposible que lo hubieran asesinado y ninguno pudo comprobar que hubiera
ingresado nadie al departamento del suicidado para asesinarlo. Pero el odio al
peronismo --como dijo el repartidor-- es el argumento para decir que aunque
fuera imposible el asesinato, no fue suicidio. El mismo odio al peronismo como
principal argumento los lleva a decir que el atentado no existió, aunque el
autor esté detenido.
En pocos días más ya lo estarán
diciendo los operadores mediáticos del macrismo. Es un discurso previsible
porque su objetivo es siempre el mismo: generar indignación y odio.
El repartidor no tiene motivo
real para odiar al peronismo. Lo hace por la realidad que le pintan los medios
hegemónicos. El atacante de Cristina es un marginal y odia a los que están como
él y subsisten apenas con un plan. En vez de identificarse con los que sufren
su misma situación, los odia.
Los que tienen motivos para
odiar al peronismo no aparecen en estos hechos. Son los poderosos intereses que
quisieran que el peronismo no existiera y así poder estructurar una sociedad de
pocos ricos y muchos pobres. Y en función de esos intereses hablan los
periodistas de los medios hegemónicos. Durante todo el viernes sugerían que “el
atentado favorece a la presidenta” y “qué raro” que no hubiera salido el
disparo.
El oficialismo anunció que
convocará este sábado a la Cámara de Diputados para repudiar el intento de
asesinato de la vicepresidenta. Pero hasta el cierre de esta nota el bloque de
la oposición seguía deliberando y dudando si asistir o no. El argumento
era que no aceptaban responsabilidad por el discurso del odio. Algunos
legisladores del oficialismo en Santa Fe habían planteado también la expulsión
de la diputada Amalia Granata por los mensajes en los que acusaba a Cristina
Kirchner de haber montado un atentado falso contra ella. De la misma manera,
Patricia Bullrich bloqueó una declaración de repudio de Juntos por el Cambio.
Si la oposición fue
contemplativa con el intento de asesinato de su principal adversaria, en pocas
horas, cientos de miles de personas se volcaron a las calles en las principales
ciudades del país para repudiar el ataque, incluso en aquellas localidades
donde el peronismo o el kirchnerismo no son gobierno.
Sin el tiempo necesario para
comunicarse unos a otros o para contratar vehículos, todos concurrieron a los
puntos de convocatoria. Y mucha gente que se movilizó por su cuenta. Los
manifestantes estaban conmocionados, como muchos de los que se quedaron en sus
casas. En avenida de Mayo estaban el padre Paco Olveira y el padre Domingo
Bresci. “Les preguntaste a ellos, porque tienen la posta” preguntaron al
periodista. “¿La posta de qué?” “Y...porque Néstor fue el que la salvó. Ellos
lo saben”. Y señalaban para arriba con el índice.
La derecha tiene dos caminos: o
acepta convivir en paz con esa tradición del pueblo argentino de tomar las
calles en defensa de sus intereses, o retoma el camino de la violencia para
reprimirlo y tratar de borrar a la movilización popular. Ese camino ensangrentó
al país y finalmente ya fracasó.
Página/12 DdA, XVIII/5.257
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