jueves, 29 de septiembre de 2022

GIJÓN BAJO LAS BOMBAS: LA SIRENA DEL SANTÓN DE LA IGLESIONA


Félix Población

Recientemente, el pasado 7 de septiembre, la abogacía asturiana rindió un homenaje al abogado más longevo de aquella región, Fernando Tuero Las Clotas, que nació en 1927 y tiene por lo tanto un recuerdo de niñez -todo lo preciso que cabe  a esa edad en la que despierta la memoria- de lo que fue la Guerra de España en aquella ciudad, una de las primeras en las que la población civil sufrió un ataque aéreo durante un conflicto armado, en este caso por parte de la Legión Cóndor de la Alemania nazi. 

En una entrevista celebrada en Gijón el 25 de enero de 2010 para su libro Gijón bajo las bombas, en alusión a esos bombardeos, el historiador Héctor Blanco contó con el inestimable testimonio de Tuero Las Clotas. El ataque sobre la población civil se inició al poco de comenzar la contienda, en agosto de 1936, y se prolongó hasta días antes de la ocupación de la ciudad por las tropas sublevadas, el 21 de octubre de 1937. 

Cuenta el anciano abogado gijonés que la clave de alarma la daba la sirena ubicada en la base de la estatua del Sagrado Corazón de Jesús (desde 2003 basílica del mismo nombre). Esto es, a los pies del Santón de la Iglesiona, situada en el centro de Gijón y tal como se los conoce popularmente en la ciudad a uno y otra desde que fue erigido el imponente templo en 1924. Puede que a muchos gijoneses les resulte interesante saber este detalle, que personalmente desconocía, así como los que da Tuero en la entrevista sobre los distintos refugios antiaéreos esparcidos por la ciudad. En ningún momento se refiere el letrado en su detallado testimonio oral a que todo el pánico sufrido entonces por un niño de nueve o diez años se lo debió a quienes colaboraron para que la dictadura franquista se impusiera en España al final de la guerra. Bien es cierto que tampoco se refiere a los presos de la Iglesiona como a los ciudadanos de derechas que apoyaron la sublevación del 18 de julio.

El bombardeo del puerto de El Musel, días antes de la ocupación de la villa y cuya extrema violencia resalta Fernando Tuero, fue algo que militarmente no aportó nada de cara a la ocupación armada de la ciudad, pues Gijón era ya una localidad vencida, que mostraba sábanas blancas en los balcones y miradores, sin ninguna capacidad de resistencia armada. Sí pretendieron los sublevados con esos últimos ataques aéreos impedir la salida por mar de aquellos ciudadanos y representantes de las instituciones republicanas que más se habían significado  en la defensa del régimen del 14 de abril, acogido de modo masivamente entusiasta en Gijón en 1931, y que salieron a la desesperada en todo tipo de embarcaciones hasta pocas horas antes de que con la caída de la villa asturiana cayera también todo el frente norte. No todos los que partieron de El Musel tuvieron la suerte de alcanzar las costas de Francia, dado que los buques de guerra unidos a los sublevados frustraron en algunos casos aquella precipitada y angustiosa evacuación mientras caían las bombas sobre los depósitos de combustible de CAMPSA. 

El incendio de estos depósitos, según cuenta Tuero, se prolongó durante quince días, las primeras dos semanas del régimen franquista en la ciudad de Jovellanos, el ilustrado gijonés que siglo y medio antes había pretendido reducir la influencia represora de la Inquisición sin imaginar que muchos años después un régimen político volvería a instaurar tribunales con similares objetivos por los que pasaron todos aquellos que defendieron las libertades antes, durante y después de la guerra:


"A mí me pillaron dos bombardeos en la calle -contó Tuero-, uno con mi padre, cerca de unos almacenes que tenía en la calle Sanz Crespo, cerca de la glorieta, y fue un cañoneo del acorazado España. El segundo fue jugando en los jardines del Parque Infantil, cerca de donde está hoy el ambulatorio, y ahí sí que cayeron dos bombas muy cerca, en la plaza del Seis de Agosto, en el solar donde había estado el almacén de tejidos “La Villa de Gijón”. Dejaron dos boquetes como de seis o siete metros de diámetro. Pero el peor recuerdo que tengo fue el del bombardeo que nos pilló en el túnel de Begoña: cayó una bomba muy cerca de la entrada, hacia la cuesta de Correos, y la entrada quedó tapada por escombros, se fue la luz, caía tierra del techo, yo llorando agarrado a mi madre… después de eso cogimos y nos fuimos todos para Contrueces. La entrada al refugio era como una especie de boca de metro, ubicada en los solares del lateral de la calle que había sido demolido por el Ayuntamiento. Yo recuerdo los refugios del túnel de Begoña, el de la calle Pelayo y el de la Costanilla de la Fuente Vieja, que entonces se llamaba General Torrijos. La clave de la alarma era: un toque de sirena, era un aviso de atención; dos toques, ya señalaba peligro seguro, ahí ya había que correr sin parar hasta el refugio; después tres toques de sirena daban aviso de que la aviación ya había pasado. En el centro se instaló una sirena en el campanario de la Iglesiona, en la base de la estatua del Sagrado Corazón, que daba la alarma además de las sirenas de las fábricas. Como había dos campos de aviación cerca de Gijón, en Las Mestas y en Vega, debían de tener oteadores para dar el aviso de la llegada de aviones, a veces disparando cartuchos de fogueo o ametralladoras, luego sonaban las sirenas. Los aviones creo que venían siempre del este supongo que de Santander o Llanes, salvo alguna vez que vinieron de la base aérea de León, de esa manera ya debían de dar aviso de que la aviación iba hacia Gijón al verla pasar desde Colunga o Villaviciosa. Durante un tiempo estuvimos con unos familiares de mi padre en Venta de las Ranas, desde allí pude ver algunas incursiones y los aparatos, los Junkers alemanes, trimotores, que hacían un sonido muy ronco y potente, un glon-glon-glon... muy característico. El bombardeo de la CAMPSA lo vi desde Contrueces, allí estábamos en el palacio refugiados con otras 15 familias, vi pasar un avión y una bola brillante bajando del cielo por el reflejo del sol y luego la explosión. El incendio duró casi 15 días. Lo peor de todo lo llevó El Musel, lo machacaron, de ahí vino el traslado de presos de la Iglesiona al buque Caso de los Cobos, empleándolos como escudos humanos para intentar evitar los bombardeos". 

    DdA. XVIII/5.276     

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