jueves, 4 de agosto de 2022

MARTA DE LA ALDEA Y ANTONIO TOLEDO EN GALILEO



Valentín Martín

Mi padre tuvo una vida corta y un amor muy largo. Tenía su haciendita, pero no dejó su trabajo como aperador de Anguas, una dehesa salmantina que hoy está muerta bajo las aguas. La ventaja del aperador sobre los demás criados es que él dormía en el escaño de la cocina y ellos en el suelo. A siete kilómetros de la vida, ninguno tenía tiempo de volver a casa por las noches. El aperador estaba obligado a llevar reloj de bolsillo, para decir cuando empezaba y terminaba la jornada de trabajo. Yo conservo ese reloj de mi padre, junto al chisquero.
Sólo una vez en mi vida, dejé atrás nuestra huerta, nuestra noria, nuestro cerezo, y nuestro melocotonero, y llegué a la casona del ama. Frente a ella, en una explanada con sol, se pavoneaban los pavos reales. Para un niño, un pavo real es un milagro repentino. Qué hermosura más extraña.
Luego, cuando me hice grande he visto a mucha gente pavonearse en Facebook. Incluso cosas inglesas como un pavo real enamorado de un surtidor de gasolina. Y he visto la escapada de la mayoría de esos pavos reales cuando me llegó la invalidez y la enfermedad del olvido. Incluso la fuga de la literatura como negocio al convertirme sólo en una ladera.
Marta de la Aldea y Antonio Toledo son lo contrario a los pavos reales de Anguas y de Facebook. Por eso sé que casa mal con su estoicismo lo que estoy escribiendo. Su compromiso con la sociedad no se discute. Su cálida cercanía con los que nos aproximamos al precipicio la conozco yo que he recibido una ración en canciones que me enviaban en MP3 a diario. A veces amar a los demás es algo tan sencillo como ese gesto de dos tan grandes.
El 9 de Agosto, cuando llegue la noche, yo habré dejado atrás las rosas dormidas de mi pueblo solitario y fresco y estaré en Galileo.
Aquí no hay cambalache sentimental alguno ni la perfidia de un quid pro quo tan literario, sino las ganas que tengo de ellos, el ansia de estar en el mismo lugar y en el mismo minuto que ellos.
Vamos, que estoy loco pero no tonto.

DdA, XVIII/5.237

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