David M. Rivas
Hoy fuimos a comer a un
puertecito muy mono, pero estaba lleno de turistas. Deberían organizar un poco
mejor esto. Encontrar aparcamiento era muy complicado. Tuvimos que dejar el
coche a casi trescientos metros del restaurante. ¡Trescientos metros! Al llegar
vimos una rampa donde no había coches, una rampa en el centro del pueblo, que
caía para el mar. Había una señal de prohibido aparcar pero era completamente
absurda. Por allí no pasaba nadie ni se entorpecía el tráfico. Pero no me fié
mucho porque aquí todo es muy raro y lo mismo te multan por cualquier tontería.
El caso es que cuando llegamos al restaurante nos encontramos con una familia
que era de nuestro barrio. ¡Qué casualidad! Habían aparcado en la rampa, tan
ricamente. "Si es que hay que saber imponerse", me dijo Sarai, que
así se llamaba la señora. Me sentí como un tonto. ¡Aparqué a trescientos
metros! "Si es que eres muy bueno", me dije. Cuando estábamos en los
postres llegaron unos municipales preguntando por un par de coches con
determinadas matrículas. Sarai y su marido se levantaron de golpe porque uno de
los coches era el suyo. Resultó que había subido la marea y el agua había
cubierto completamente los coches. ¿Pero es que aquí nadie es responsable de
nada? ¿Quién le paga ahora la catrástrofe a esta familia? Porque es que el
seguro parece ser que no cubre estas contingencias. Y lo más indignante es que
la gente del pueblo se reía como si aquello fuera un circo. ¡Menos mal que fuí
prudente! Hasta mañana. Cayetano Español.
*Es mi pueblo, lo cuentas bien aunque un poco exagerado, sí que es muy difícil aparcar y no hay transporte alternativo, esto afecta a farmacia, bancos, negocios y restaurantes. No me parecería difícil organizar un minibus regular y gratuito entre la parte alta y el aparcamiento grande, creo que los negocios lo notariían en positivo. Germán Antonio Lastra
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