Luis García Montero
Un
buen ejercicio cultural para vivir al día y orientarse entre las novedades es cultivar la costumbre de la relectura.
He vuelto a leer estos días Argentina:
años de alambradas culturales (Muchnik Editores, 1984), un
libro en el que Saúl Yurkievich reunió una colección de artículos de Julio
Cortázar. Me reencontré con este título cuando buscaba en mi biblioteca libros
editados por Mario Muchnik, en homenaje al amigo que acaba de fallecer.
Las meditaciones cortazarianas, filosóficas, literarias y
políticas al mismo tiempo, navegan por las preguntas que puede hacerse un
escritor comprometido con su tiempo. Los asuntos que tienen que ver con las
palabras y la identidad ocupan un lugar destacado. Las palabras
violadas fue el título de su discurso en la Comisión Argentina
de Derechos Humanos, reunida en Madrid, el 26 de marzo de 1981. Después de
analizar de qué
modo fueron manipuladas algunas palabras como patria, cultura, derecho o
libertad por los dictadores, sobre todo en la Alemania nazi,
Cortázar escribe: “Eso sucedía en los años cuarenta, pero la distorsión del
lenguaje es todavía peor en nuestros días, cuando la sofisticación de los
medios de comunicación la vuelve aún más eficaz y peligrosa puesto que ahora
franquea los últimos umbrales de la vida individual, y desde los canales de
televisión o las ondas radiales puede invadir y fascinar a quienes no siempre
son capaces de reconocer sus verdaderas intenciones”.
Cortázar
quería pasar del nazismo al golpe de Estado de su país en 1976,
cuando Videla extendió la consigna “Los argentinos
somos derechos y humanos” para distraer con un juego de palabras y
un humor canalla las denuncias sobre sus asesinatos, desapariciones y torturas.
Recuerdo aquel golpe de Estado, recuerdo aquella Comisión y aquel discurso de
Cortázar…, y recuerdo también cómo vivíamos y nos comunicábamos en España estas
cosas hace ahora 40 años. La Historia es
un no parar. Aquella sofisticación comunicativa de principios
de los ochenta, “eficaz y peligrosa” a la hora de franquear las vidas
individuales, es un juego de niños si la comparamos con la realidad actual. La
verdad de los hechos parece haber pasado a mejor vida y el poder íntimo de
manipulación se ha multiplicado por mil en una dinámica que convierte a la
ciudadanía en un conjunto de consumidores para sustituir el orden de los
derechos por una mercadería de deseos.
Si las dictaduras juegan con la mentira y el miedo, la dinámica neoliberal juega con la libertad
como ley del más fuerte a la hora de jerarquizar la
pulsión de los deseos individuales. Es un modo de fragmentar y violar la
convivencia. Una convivencia necesita el contrato social que articule en un
espacio público los intereses privados. El poder siempre ha querido pasar de lo público a lo privado para
controlar la sociedad hasta sus raíces más íntimas. La historia de la poesía es
el esfuerzo de comprender qué decimos cuando decimos soy yo y qué poderes
históricos o qué rebeldías definen nuestra educación sentimental.
Pero la sociedad neoliberal ha
comprendido que también ofrece ventajas la dirección contraria. Es decir:
borrar el pudor, el sentido de la vergüenza, y hacer que las obsesiones
privadas y sus debates invadan lo público. La convivencia se viola por la conversión de un ámbito público en
un ambiente doméstico.
Es verdad que los discursos de extrema derecha se alimentan del desprestigio de una política que
deja desamparados a muchos ciudadanos para favorecer el
enriquecimiento sin mesura de las élites. Pero hay algo más, algo que puede
explicarnos por qué barrios obreros miran con simpatía a quien degrada su
salario, su sanidad y su educación para bajarle impuestos a los ricos. Me
parece conveniente tomar conciencia de algunos efectos del impudor
comunicativo.
El asunto da para mucho. Propongo sólo, al calor de las
meditaciones de Julio Cortázar, dos perspectivas de actualidad:
1) ¿Qué
repercusión pueden tener los escandalitos familiares del corazón (que si
Rocío, que si David, que si Belén), escándalos a los que se han acostumbrado
nuestras audiencias, cuando se trata de
valorar desde el pudor y la responsabilidad política los casos de corrupción
con un hermano o un primo por medio?
2) ¿Qué pasa cuando la élite económica, acostumbrada a buscar títeres que gobiernen en su nombre, descubren que resulta más eficaz y más simpático ofrecerle a la comunidad una mascota en vez de una marioneta?
Son preguntas que merecen una respuesta meditada, porque los latidos irracionales de corazón y las degradaciones de la política suelen desembocar en un poder que deja poco a poco de sonreír para volver al miedo sin escrúpulos.
InfoLibre DdA, XVIII/5159
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