Todos
los caminos del PP van a dar a Isabel
Díaz Ayuso, que mientras luchaba por ser la presidenta del
partido en Madrid se ha encontrado con un poder que quizá no esperaba y que la
ha convertido en alguien temido, a quien el resto de los dirigentes de la
formación considera una rival
peligrosa, un enemigo de cuidado: si acabó con la carrera
política ni más ni menos que del secretario general, es que puede dar al traste
con la de cualquiera, deben de pensar; y todos, desde el nuevo mandamás, Alberto Núñez Feijóo, hasta el
último de los barones territoriales, se andan con pies de plomo en su
presencia, miden sus palabras y sus declaraciones, se muerden la lengua y
evitan molestarla. No es una lideresa porque la sigan, sino porque les asusta
que les pueda perseguir ella. Al fin y al cabo, es la abanderada de la línea dura, aunque
el tiempo dirá si eso fortalece a los suyos o se los entrega en bandeja a la
ultraderecha, que no ha venido a auparlos sino a sustituirlos.
El alcalde de la capital, por ejemplo, apostó por el caballo perdedor en
la guerra entre Ayuso y Casado, y ahora le presentan la factura, que es dejarlo prácticamente solo en el asunto siniestro
de las mascarillas y los comisionistas que aprovecharon
que el Yang-Tsé pasaba por la Puerta del Sol para irse a China y volver con los
bolsillos llenos, y que al regidor le han acarreado sospechas y acusaciones de
haber cometido tráfico
de influencias en beneficio de algún familiar o, como mínimo, de
haberse dejado estafar millones sin que el ayuntamiento se enterase
absolutamente de nada y soltar alegremente el dinero público sin ningún control, sin hacer
ningún estudio ni sondear el mercado. La disculpa de que eran momentos confusos y en los que
había que actuar sin perder tiempo, conlleva una confesión: él y Ayuso estaban tan obsesionados por puentear al
Gobierno central y adelantársele, por evitar que el adversario
se pusiera medalla alguna, que pagaron a
precio de oro material sanitario en gran medida defectuoso y siempre a unos precios
desmesurados. Puede que a los oportunistas que se enriquecieron
de forma intolerable con ese negocio los reclutaran ellos o se presentasen
voluntarios, lo que no es discutible es la bajeza moral que supone aprovecharse
del sufrimiento que causaba la pandemia para llenar sus garajes de coches de
alta gama y sus embarcaderos de yates. Alguno de ellos todavía se permite dar lecciones de patriotismo.
Pero es que el a Dios rogando y con el mazo dando es el pan
nuestro de cada día con demasiada gente que pontifica mientras roba, que habla
de la España que
madruga y la cultura del esfuerzo pero se dedica a meter
la mano en las cajas fuertes ajenas. Y casi siempre ocurre lo mismo: se hace
algo que parece raro o turbio y al final se demuestra que lo era. ¿No daba la
impresión de no tener ni pies ni cabeza que la Supercopa de España de fútbol se
disputase en Arabia Saudí? Pues, según las últimas informaciones, el defensa Gerard Piqué y el presidente de la Real Federación Española de
Fútbol le sacaron a las autoridades de Riad una recompensa
de veinticuatro
millones de euros para el futbolista del Barcelona, que al parecer medió
en el asunto. Hay que ver qué cosas ocurren en el mismo país donde tanta gente
protesta porque el salario
mínimo llegue a los mil euros. O, por seguir en el ámbito
sanitario, en la misma región donde para algunos los billetes crecen en los
árboles de la Real Casa de Correos y, de forma simultánea, más de 5.000 profesionales de la
medicina firman ya el manifiesto para exigirle a Ayuso que acabe con la temporalidad del sector en los hospitales públicos, donde el 52% de los contratos son eventuales. Si no los hacen fijos
antes del uno de junio, irán a los tribunales. A muchos de ellos, estando en la
situación laboral que están y dejándose la vida como se la dejaron en los
momentos más duros de la pandemia, los acusó ella misma de no esforzarse lo suficiente y
de desatender a las y los enfermos.
Según las encuestas, sondeos y demás, que ya sabemos
que no se hacen a menudo para pronosticar lo que va a ocurrir, sino para
intentar que suceda, las sombras
iluminan a Isabel Díaz Ayuso, y ni lo ocurrido en las
residencias de ancianos, al menos a día de hoy, le ha afectado; ni le restan
apoyos y seguidores las investigaciones que
se siguen en la Unión Europea y
en España sobre
el presunto trato de
favor a su hermano y a otros conocidos suyos que también utilizaron el
coronavirus como trampolín. Al contrario,
se estima que las acusaciones la han robustecido. Un auténtico fenómeno
sociológico que, tal vez, explique por qué la derecha manda en Madrid desde hace décadas.
En el polo contrario, la figura de Almeida da la impresión de que se debilita,
se ha quedado sin apoyos fiables. Si en algún momento se plantea la obligación
o necesidad de elegir entre Ayuso y él, o mucho cambian las cosas o perderá la
apuesta. En política
todo depende de los resultados, pero también de las camarillas, que manejan muchos hilos
desde la oscuridad, o a veces a plena luz del día, tal y como lo han hecho con Casado y lo hicieron en el PSOE para quitarle a Pedro Sánchez el cargo que
luego recuperaría, porque se lo devolvieron las y los militantes. Menos mal que siempre le quedará Ciudadanos… de momento. Con ellos
ya se sabe que todo es de momento.
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