Carlos Arribas
El alma del artista, dicen los artistas, solo tiene un
límite, el que fija su imaginación, y así parece el alma de Alejandro Valverde, que
artista es, y ciclista longevo, y en el Muro de Huy, su jardín
privado, a los casi 42 años que cumple el lunes 25, se exalta y
hace un prodigio de fantasía, curvas y deseos de la Flecha Valona, la
clásica más cuadriculada, 200 kilómetros llanos, un muro de 1.300 metros,
un sprint de forzudos. Y el corazón a 200. Y en 300 metros,
los últimos 300 metros de un camino vertical, el camino de las Capillas, el del
calvario, mejor, siete capillas en la ladera, y cirios ardientes brillan, en 56
segundos de apnea, pues la afición, hipnotizada, se olvida de respirar 20
veces, condensa en pedaladas, de pie sobre la bicicleta, y en el dolor de los
brazos que tiran del manillar, todo lo que ha sido, lo que es, el ciclismo, y
lejos de él los aspavientos de la modernidad: la ciencia de la carrera, la espera,
la persecución, la aceleración, el adelantamiento que no se consuma, la
victoria que le grita, vamos, en la que cree, el dedo que cambia de piñón, las
piernas que intentan acelerar más, pegadito a la valla, los músculos que se
rebelan, el ay del agotamiento, la mirada hacia atrás, la mirada al suelo, la
derrota. Todo.
Termina segundo y el mundo, boquiabierto, aplaude.
Puede con Tadej Pogacar, el canibalito, el nuevo ciclismo, la faz irracional,
que dice que creyó en todo hasta que a 300 metros del final se apagó la luz, y
sigue sin entender al muro de Huy, una subida que, dice el nuevo Merckx,
siempre le empuja más allá de sus posibilidades. Puede con Julian Alaphilippe, el
hombre del arcoíris, su heredero, que, cuando termina, suspira y dice, qué
alivio que esto haya terminado, y se ríe y dice que simplemente ha llegado no
hasta donde su imaginación le guiaba sino solo hasta donde las piernas le han
permitido.
Puede Valverde, el rey de Huy, 16 Flechas disputadas,
cinco ganadas (más que nadie en la historia), tres segundos puestos, un
tercero, con los favoritos, con todos, pero, y al ciclismo le guía más que nada
una suerte de justicia poética, de esperanza recompensada, de deseos cumplidos,
no logra superar a un belga tenaz y veterano que gana en el Muro, por fin, su
obsesión, al octavo intento.
Se llama Dylan Teuns. Es un especialista en muros
imposibles. Ha podido dos veces con la Planche
des Belles Filles en el Tour, ha brillado en el Balcón de
Bizkaia en la Vuelta. Ha ganado la etapa de los Alpes que le dio a Pogacar el
Tour del 21. Acaba de cumplir 30 años. Hace cinco, estuvo ya a punto de ganar
en Huy. Se movió igual. Y también le persiguió Valverde. Entonces, el murciano
le adelantó, y también el irlandés Dan Martin. Fue entonces, 2017, la última
victoria de Valverde en la carrera a la que no volverá más.
“Dylan ha arrancado muy bien, muy continuo; quizás
haya sido la subida más rápida de la historia, o al menos de las que llevo en
la Flecha Valona” dice el murciano. “Hay días en que tienes la sensación de que
podías haber sufrido un poco más para lograr el triunfo, pero hoy lo he dado
todo”.
A 300 metros de la cima, la pendiente se suaviza, y ya
no es la cuesta imposible del 19% en la que Enric Mas, acelerando hasta no
poder más, ha llevado a su amigo Valverde al lugar que ama, delante de todos,
al lugar desde el que puede vigilar y decidir, y se siente como un general con
el campo de batalla a sus pies. Allí, al 13%, todos recuperan el pulso, y
Valverde amaga, y su movimiento es la señal que esperan Teuns y Vlasov, el ruso
paciente, para moverse, y su movimiento es lo que espera Valverde, que se pone
a rueda y espera. A 200 metros acelera más Teuns. Con Vlasov intentando solo no
perder su rueda, Valverde resiste. Espera el cartel de los 150 metros.
Pendiente del 9%. Y allí ataca, ataca, gana centímetro a centímetro. Podrá,
podrá. Su rueda delantera está a centímetros de superar a la del belga. La
afición cree. Necesita un prodigio. La afición le grita: tu límite no es tu
imaginación sino la nuestra, que es ilimitada, inabarcable. Absoluta. Su
límite, sino es la ley del envejecimiento, es la ley de la gravedad a la que
desafía, a la que tantas veces ha derrotado. Al final, es el final, le empuja
contra el sillín, le abate. Y él habla. “Es un segundo que vale como una
victoria. Da mucha felicidad. En cinco días cumplo los 42, era la última
Flecha…”, dice Valverde, que se retiró enfermo de su última competición, la
Volta a Catalunya, la última semana de marzo. “Quería comprobar el estado de
forma, yo veía que en casa estaba bien, pero en competición es otra cosa.
Llegar aquí, terminando bien, sufriendo pero terminando bien, me da mucha
esperanza para Lieja el domingo”.
El domingo, en Lieja, la 108ª edición de la carrera
más antigua, a Valverde, el ciclista antiguo, le espera Merckx, el caníbal que
fijó todos los límites del ciclismo. Ganó cinco veces la Decana. Valverde,
cuatro. “El desafío no me asusta por difícil que pueda parecer”, dice. “Lo que
no quiero es que llueva”. La imaginación no se agota nunca.
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