lunes, 25 de abril de 2022

ANTONIO PEREIRA ENCANDILABA AL CONTAR HISTORIAS...



Antonio Merayo

El primer poeta que yo conocí fue Antonio Pereira. Era de Villafranca del Bierzo. Allí me lo presentó mi padre. Yo tendría unos doce años. No me perdí palabra, silencio ni gesto de aquel señor de conversación fascinante. En un momento de la conversación mi padre se refirió al balsaín como acaso la fruta más exquisita, tan delicada que debía tomarse poco después de cogerla del árbol. El poeta extrajo de un bolsillo interior de la chaqueta una libretita y un bolígrafo y le dijo a mi padre “permíteme que anote la palabra balsaín.” Y siguieron conversando como buenos amigos que eran dando pie a que yo dijera algo. Poco tiempo después leyó algunos de mis renglones con ínfulas de versos. Sus comentarios fueron benevolentes, pero entreverados de orientaciones que no he olvidado nunca y sigo teniendo en cuenta.

Tuvo la deferencia de asistir a uno de mis primeros recitales. Días después, en la revista “Aquiana”, que se editaba en Ponferrada, gracias a una nota enviada por él, se noticiaba que “en el salón de actos de la Biblioteca Pública de León había recitado sus versos el joven poeta corullonés Antonio Merayo”. Fue una de las primeras consideraciones para conmigo.
Humana y literariamente, las ocasiones en que tuve la fortuna de compartir tiempo y palabra con mi ilustre tocayo, disfruté y aprendí.
Las ocasiones en que tuve la fortuna de compartir tiempo y palabra con mi ilustre tocayo fueron para mí, humana y literariamente, instructivas y deleitosas.
Pereira encandilaba al contar historias absolutamente reales por muy inventadas que fueran. Las palabras pronunciadas o escritas por él fluían de manera armoniosa y solían dibujar una sonrisa en el oyente o lector. Quien lee un texto de Pereira está leyendo reflexivas pulsiones de un hombre perspicaz y de natural afable y generoso, dotado de manera especial para el humor refinado y el uso de la elipsis que propicia al lector libertad interpretativa y acaso le haga sentirse más inteligente al potenciar su capacidad deductiva.
La escritura la cultivaba como un labrador sabio su parcela; los frutos literarios que obtenía han sido y siguen siendo de los más deleitosos que he leído en mi vida. Notario lírico de sentimientos y actitudes, era de esas personas que contribuyen a que el mundo sea más saludablemente respirable. Ejercía la amistad con maestría, era capaz de atemperar una tormenta con solo pronunciar una frase soleada. A diez años de su ausencia, sigue siendo para mí un luminoso referente humano y literario.

DdA, XVIII/5150

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