jueves, 31 de marzo de 2022

UCRANIA RENUNCIARÁ A LA OTAN, PERO EUROPA ESTÁ HOY MÁS A LOS PIES DE EE.UU.


Pablo Iglesias (Politólogo)

Las portadas de casi toda la prensa nacional e internacional anuncian hoy la disponibilidad del Gobierno ucraniano de renunciar a que su país forme parte de la OTAN. No es la primera vez que el Gobierno de Zelenski lo plantea, pero la unanimidad mediática a la hora de definir sus titulares, señalando que es esta una de las claves para que cese la guerra, sí es una novedad.

Ayer mismo el ministro de Exteriores de Pedro Sánchez escribía en Twitter: “La próxima Cumbre de la #OTAN que se celebrará en Madrid los días 29 y 30 de junio permitirá reforzar el vínculo transatlántico, nuestra unidad y nuestros valores”. El pasado mes de enero, a propósito de esta cumbre, la ministra de Defensa de Sánchez le ponía aún más entusiasmo a la cosa y afirmaba que la cumbre de junio marcará las bases de una OTAN sustentada en los valores de libertad, democracia y sobre todo de paz en el mundo. Robles añadía además que no pensaba que la OTAN pudiera ser objeto de crítica u oposición por parte de ningún demócrata que creyera en esos valores. Vamos, que si estás a favor de la libertad, la democracia y la paz en el mundo te tiene que gustar la OTAN, nos venía a decir. Pero resulta que un mes después de que Rusia invadiera Ucrania, Zelenski está dispuesto a negociar una paz sobre la base de renunciar a la entrada de su país en la OTAN, a cambio de otro tipo de garantías de seguridad y está también dispuesto a negociar el estatus de territorios y áreas estratégicas bajo control o influencia rusa como el Donbás, Crimea, el Mar de Azov y el Mar Negro.

La agresión rusa está provocando una catástrofe humanitaria para Ucrania en forma de muertos, refugiados y destrucción de infraestructuras. Rusia parece que ha perdido muchos más millares de soldados de los previstos (digo parece porque encontrar información fiable no es sencillo, en un contexto en el que la propaganda lo ocupa todo) y es indudable que las sanciones harán notar sus efectos devastadores sobre su población. En lo que respecta a la calidad democrática en Rusia y en Ucrania, la información disponible es inequívoca. Si ya era evidente que el régimen político ruso construido por Yeltsin y Putin, en nombre de la libertad capitalista, que recibió el aplauso entusiasta y unánime de “Occidente”, dejaba mucho que desear en términos de libertades civiles, limpieza electoral y justicia social, la dinámica de guerra no parece augurar nada bueno. Lo que vemos, de momento, es represión y cárcel para los defensores de la paz, más pobreza y una lógica geopolítica que no deja espacio para nada más. En Ucrania, el “cambio de régimen” tras el Maidán de 2014 trajo un gobierno neoliberal tanto o más corrupto que el de Viktor Yanukovich, la ilegalización de buena parte de los partidos de izquierdas, la prohibición de varios medios de comunicación ucranianos en lengua rusa, la exclusión de amplios sectores de la población del Este del país, el inicio de la guerra civil en el Donbás y la normalización de los neonazis banderistas como escuadristas tolerados y protegidos por el nuevo Estado (sin ellos no habría habido cambio de régimen en la revuelta del Maidán) y como ingrediente ideológico principal de un nacionalismo que reivindica sin complejos a sus colaboracionistas nazis que se destacaron en el asesinato de judíos. La invasión rusa no solo está destruyendo el país, también está destruyendo la escasísima democracia que quedaba. Se han seguido ilegalizando partidos y las redes nos muestran cada día cómo se reprime en la retaguardia a civiles ucranianos de etnia gitana o acusados de saqueos: hombres, mujeres y niños atados a postes semidesnudos, golpeados por escuadristas de uniforme y por otros ciudadanos. Pero menos mal que está cerca la OTAN que, como dicen Margarita Robles y José Manuel Albares, defiende nuestros valores. 

Sin embargo la OTAN no ha intervenido en Ucrania, ni siquiera para imponer una zona de exclusión aérea como pedía Zelenski. Y menos mal, porque parece que una guerra entre potencias nucleares no mejoraría las expectativas democráticas del planeta. La OTAN, eso sí, llevó la democracia a Serbia en 1999, a Libia en 2011, a Afganistán en 2001 y a Iraq en 2004. Allí sí se invocó a una interpretación generosa del artículo IV de la Carta de la Alianza que permite extender su paraguas protector a quien se considere oportuno. Por suerte para la humanidad hoy Serbia, Libia, Afganistán e Iraq son democracias liberales consolidadas donde los ciudadanos disfrutan de prosperidad y justicia social. Y cualquiera que lo niegue, como diría Robles, debe de ser que no es demócrata. Pero, como decimos, la OTAN no ha intervenido en Ucrania y Ucrania está dispuesta a renunciar a su entrada en la OTAN para llegar a un acuerdo con Rusia. 

El lunes en la Cadena Ser, poco antes de empezar el Ágora, comentaba con José Manuel García Margallo el devenir de la guerra y las perspectivas de un acuerdo de paz. Margallo me dijo algo así: “Si lo que al final van a pactar es que Ucrania no entre en la OTAN y un acuerdo sobre el estatus del Donbás y Crimea, lo podrían haber pactado perfectamente en diciembre”.

Lo que me decía Margallo es una evidencia para cualquiera que haya leído un poco. Pero en diciembre la OTAN era mucho menos poderosa en Europa. Todavía entonces Macron podía pensar que la OTAN estaba “en muerte cerebral”, como llegó a decir. Todavía entonces se podía pensar que Europa (Francia, Alemania y el resto) tuviera su propia política exterior y su propia relación con Rusia. Hoy es evidente que Europa está aún más a los pies de los EE.UU. política, económica y militarmente. Y hoy los ministros del partido de Sánchez compiten por ver quién dedica más elogios a la OTAN. Hoy la democracia y “nuestros valores” son más fuertes en Rusia, en Ucrania, en Europa y en España. Y quien lo niegue no es un demócrata.

CTXT  DdA, XVIII/5125

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