sábado, 19 de febrero de 2022

EL VOLCÁN DE LA CAMPA TORRES GIJONESA EN 1880


Hernán Piniella

Fotografía de don Constantino Suarez, tomada medio siglo después de un Gijón con la Campa Torres como telón de fondo, lugar este, que en 1880, fue foco de atracción de los gijoneses de la época cuando entró en erupción, el grandioso volcán artificial allí dispuesto, la noche del 17 de agosto de 1880. Dentro del marco de los festejos de Begoña. Lamentablemente, que fuera de noche impidió que los hábiles fotógrafos locales como los Cuesta y los Truan, entre otros, nos dejaran como legado una imagen de aquella noche espectacular.
No fueron pocos los hijos de la niebla que se desplazaron hasta la Campa de Torres, aquella tarde noche, para ver de cerca el espectáculo de la erupción del volcán artificial, se había puesto de moda pocos años antes en Paris, y luego el espectáculo lo celebró con sensacional éxito las ciudades de Barcelona, San Sebastián y Vigo, llegando a Gijón dentro de los festejos que hacían cada vez más grande las fiestas de Begoña, que ahora dicen la semanona o semana grande y antaño duraban todo un mes con su correspondiente propina septembrina.
Lo del volcán artificial fue muy celebrado porque el espectáculo en sí, además de novedoso, era llamativo en exceso, los encargados de su realización consumían más de cinco mil pesetas (un jornal alto rondaba las dos pesetas), que era lo que el ayuntamiento gastaba en adornar la ciudad y presentarle al vecindario las verbenas, desfiles y demás galas a manera de los Cesares de Roma, el consumo de cera para iluminación la noche del volcán ascendió a 56 pesetas.
Desde mediados del mes de julio, se comenzó a preparar aquel montículo de arcilla con colorante para que luego la lava tuviera aspecto real, en el centro del montículo se dispusieron fajinas de leña, árgomas, y ciertas secretas sustancias, que formaran parte del magma, que a una hora señalada, explosionaran de manera controlada, elevándose hacia el cielo de Gijón una impresionante llamarada, para que luego comenzara a fluir por las laderas del montículo, los ríos de aquella lava que dejaron a los abuelos con la boca más abierta, que el cráter de tan ingenioso volcán.
Por entonces el pirotécnico local vivía y tenía su taller por los lados de la calle Libertad o Isabel II y pocos años después, una inoportuna cerilla ocasionó allí una impresionante y no tan gratuita noche de fuegos de artificio, que se extendió a las viviendas vecinas, afortunadamente la oportuna intervención del cuerpo de bomberos local, el más antiguo de España, extinguió aquel conato de volcán urbano, sin que hubiera que lamentar víctimas humanas, porque todo lo que se pueda pagar con dinero, al final siempre será barato.
En los colegios y escuelas nacidas a Gijón en los albores del siglo siguiente, era imperativo que los alumnos se familiarizaran con la física y la química, para intentar comprender parte de la vida y de la muerte, uno de los ejercicios era construir en clase o en casa un volcán en sus variedades terrestre y subacuático, total solo hacía falta un poco de arcilla que sobreabundaba en cualquier zona de Gijón, algún colorante llamativo para darle verosimilitud a la lava, detergente líquido, para los gases, bicarbonato, vinagre y algo de imaginación.
De hacer en casa los escolares aquel experimento del volcán artificial, corría peligro de encenderse también el volcán natural de la indignación momentánea de las madres y abuelas por dejarles la casa hecha una llaceria.

DdA, XVIII/5088

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