domingo, 9 de enero de 2022

HA MUERTO FRANCISCO GARCÍA MARQUINA

Francisco Caro

Escribo a vuelapluma. Ha muerto Francisco García Marquina. Escribo desde el mismo temblor de muchos, escribo desde la amistad que me dio a beber, también desde el acantilado donde el dolor acecha. Ha muerto un amigo al que conocí tarde, pero intensamente. En él hallé a un poeta, a un sabio, a un ser generoso. Paco Marquina vivió sin saber todo lo que era. Lo que los demás le devolvíamos no hacía sino aumentar sus sospechas. Hace apenas siete días me dijo que su ironía, su sentido del humor o su sarcasmo a veces, no eran sino máscaras, tapaderas para evitar que trasluciese un yo confuso que le había acompañado durante toda su vida. El no sabría quien era realmente, pero es la paradoja que nosotros sí: era lo que hacía. Lo que hizo. Sepan que hizo el mundo mejor por donde sus pies y su inteligencia pasaron. Lo firmo. Hablábamos sin parar de las cosas del campo, siempre me dijo que él era un campesino de alquiler, que su juventud urbanita le obligó a aprender fijándose, que admiraba intensamente las maneras del hombre curtido por los soles, sus decires, sus manos. Abandonó, tras leer a Cela, la ciudad –y no como pose retórica– para habitar el campo, parar preñar el río Ungría, para recorrer la soledades y las gentes de la campiña alcarreña. Este ha sido su tercer infarto. Del segundo salió débil, muy débil, y él sabía. Tenía prisa. Biólogo comprometido, fue capaz de alternar su ejercida pasión académica con las otras, con las sobrevenidas. Hace poco visitamos con él la exposición fotográfica de la que se sentía orgulloso. Él y su cámara recogieron los últimos momentos de una España despiadadamente mísera en sus abandonos rurales; aquella de la primera gran huida del campo a mediados de los 60. Hombre también de mundo, hombre de la amistad con Cela y sus variantes, y a quien dedicó varios estudios y la mejor biografía del nobel español, quería ser recordado como poeta. Ha llegado hasta aquí, hasta este siete de enero, con 24 libros de poesía publicados, desde aquel Cuerpo Presente de 1970 hasta No sé qué buen color, que presentamos el pasado año, con gran contento suyo, en el café Comercial. Tal vez por eso estaba tan animado, y tan presuroso, preparando la antología que de su obra se está trabajando; nacida a sugerencia de Rafael Soler y bajo el cuido de José Luis Morales y de quien esto escribe. Los tres le queríamos, como tantos otros, los tres le querremos siempre, los tres hemos disfrutado juntos de su conversación, de su chispa, de su abrazo y de su compañía durante muchas jornadas. Los cuatro formábamos el autodenominado Grupo GT. Ahora puede decirse. Sepan que siento un inmenso orgullo de haber sido su amigo y de que él me aceptase como tal. Ha dado mucho y bueno. Ha dejado. Va hacia lo oscuro con las manos llenas. Ha sido alegre y ha contagiado. La tierra, el agua, el sol, el aire, el fuego lo recibirán como a quien fue, como a su amigo.

Traigo a modo de homenaje el poema con que cierra su futura antología.

La cuenta, por favor

En los tiempos adversos me contemplo
como un recién llegado a donde nunca
desearía haber ido.
 
Y en las horas propicias, en este santuario
vivo la confortable simplicidad de estar
sin la penosa obligación de ser
 
La tarde se ha ido lejos,
donde volver no puede y el porvenir se anuncia
caducado de fecha.
 
En este Gran Café, he inventado una vida
que es civilmente grata, pero fugaz y ajena
como un amor de paso que tuviera
poco que ver conmigo. Sin embargo,
en las horas paganas vengo al templo
lleno de soledades compartidas
para beber con una lenta urgencia
aquello que me pasa
y yo desconocía.

DdA, XVIII/5061

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