Marcelo Noboa Fiallo
Una vez al mes, por las
tardes, suelo despedirme de mi mujer con un animoso: “Hoy voy a pecar”. Mi
“pecado” mensual es tomarme un chocolate con churros que está de “vicio” en la
cafetería, cerca de mí casa, a la que acudo mensualmente con devoción irredenta.
El pecado (sin comillas) es
un constructo ideológico vinculado a las religiones. El pecado (del latín peccatum) es la transgresión voluntaria
y consciente de los que creen en la ley
divina. Pero, muchos antes de la imposición del Nuevo testamento, los griegos lo entendían como “fallo de la meta,
no dar en el blanco” (hamartia) al
referirse a los arqueros, pero por extensión se aplicaba también al vivir al
margen de un código moral o intelectual, tenido por meta ideal dentro de la polis.
La tradición judeocristiana
acotó el concepto de pecado, como el alejamiento del hombre de la voluntad de Dios. Esta voluntad está
representada por la Torah. (La Ley
judía) en la que aparecen los preceptos, supuestamente dados por Dios al pueblo
de Israel.
El Nuevo Testamento y el
triunfo del cristianismo (brillantemente desarrollado por la escritora e
historiadora británica, Catherine Nixey
en su libro, “La Edad de la Penumbra”) terminaron por condenar y reducir
al hombre a su primera transgresión, a la de sus “padres”, Adán y Eva. Emerge
así la naturaleza pecaminosa del ser humano que sólo puede ser redimida dentro
de su verdadero hogar, su verdadera casa, la iglesia.
Y que tiene que ver todo
esto con mi chocolate con churros. Lo cierto es que esta mañana me he
despertado con esta obsesión al escuchar en la SER, un debate al hilo de las
palabras del papa Francisco sobre el pecado de la carne. ¡vaya teme, me dije a
mí mismo! Pensé que alguien me había movido el dial y que la COPE o Radio María,
se había introducido en mi hogar.
Francisco, me cae bien.
Especialmente cuando habla de temas sociales y denuncia al capitalismo salvaje
que padecemos, pero no me interesan las “cuitas” vaticanas y la doble moral que
practican una gran parte de la cúpula eclesiástica en relación con sus pecados
de la carne y que, por cierto, llevan dos mil años disfrutando de la misma, como
yo de mi chocolate con churros (aunque menos años)
Al parecer, Francisco, había
sorprendido a los periodistas con unas declaraciones sobre los “masajes” que el
arzobispo de París, Michel Aupetit, había “consagrado” a su secretaria y que le
llevó a presentar su dimisión al jefe de la Iglesia Católica. “Los pecados de
la carne no son los más graves” ha dicho Francisco.
Supongo que los creyentes de
la iglesia católica se sentirán aliviados. Especialmente aquellos que practican
la doble moral que les permite su iglesia a través de lo que ellos llaman “la
confesión”. Instrumento mediante el cual quedan redimidos de toda culpa…hasta
el siguiente pecado. Francisco les ha quitado un peso de encima. Pero para
aquellos que en su día fueron niños y los “pecadores de la carne” les jodieron
su infancia, las palabras de Francisco, habrá sonado a una nueva violación.
El informe de la comisión
independiente, facilitada por la Conferencia Episcopal francesa, se encuentra ya
en el despacho de Francisco en el Vaticano. Siete décadas de perversiones a más
de 300.000 inocentes, tuvieron un “carácter sistémico” bajo la más absoluta y
“cruel indiferencia” de los responsables de la iglesia católica francesa. Es
solo uno más de los aberrantes capítulos que han ido saliendo a la luz en los
últimos años (EE.UU, Canadá, Gran Bretaña, Irlanda, Polonia…), menos en España.
En palabras de su máximo responsable, “se puede contar con los dedos de las
manos los casos que se han producido en España” (¡toma ya!)
DdA, XVII/5034
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