Víctor Guillot
A sus 87 años, Gonzalo Suárez aún
persiste en la búsqueda de tierras vírgenes nuevas. Después de más de cincuenta
años dedicado al cine y a la literatura recibe un galardón honorífico del
Festival Internacional de Cine de Xixón en su 59ª edición. La permanencia de su
vida a la literatura y al cine se alimentan día a día porque Suárez entiende el
arte como un juego cuyas reglas cambian y logran hacer que la imaginación lo
envuelva todo en un halo espectral e imprevisible. Su cine y sus relatos son
una enmienda a la realidad, cualquier cosa que signifique la realidad. De
alguna manera, ese misterio último de la imaginación despierta el libido de un
director que también fue otro, un tal Martin Girard, periodista y
entrevistador. Esto no es una entrevista, es lo más cercano a una conversación.
Tengo que reconocer que tu vínculo con
Sam Peckinpah me hacía pensar que eras un tipo sin mucho sentido del humor y,
sin embargo, me encuentro a un director de cine muy risueño.
Peckinpach tenía un sentido del humor
especial, no era nada vanidoso ni hablaba de sus películas. Tenía mucha
humildad con respecto a sí mismo. En el fondo, cuando trabajaba con él
entonces, no tenía la impresión de estar con un artista, más bien con un personaje
muy humano, eso sí, alcohólico. Estaba bebido permanentemente, pero con una
lucidez mantenida salvo en momentos muy puntuales.
¿Hubo momentos de sobriedad?
Si no bebía, desaparecía y se volvía
decrépito. Es verdad… De hecho, yo creo que al final lo que le jorobó no fue la
bebida, porque el alcohol era realmente su gasolina, como un coche. Lo que le
jorobó al final de su vida fue la coca. Nunca se había drogado y en la última
etapa recurrió a la coca que le daba unos aldabonazos…pero tengo de él un gran
recuerdo y sí, lo añoro como a tantos otros desaparecidos. Eso sí que me
entristece. Por ejemplo, llego a Gijón y no veo a Quirós, a Juan Cueto. Es una
pena.
¿Te consideras un beduino en el
desierto?
Más que un beduino, un explorador con
saracof. Las influencias de los primeros libros de la infancia han sido
decisivos.
Antes de saber sobre Gonzalo Suárez,
quiero saber qué fue de Martín Girard según Gonzalo Suárez.
Está ahí latente, esperando nuevas
ocasiones, porque a veces detecto que me entran ganas de volver a hacer
entrevistas. Y digo entrevistas porque muchas veces se ha dicho que Martín
Girard era un periodista deportivo, pero no era así porque nunca he hecho
crónicas, sólo he hecho informes para el Inter, y mi género era la entrevista.
La entrevista es una columna de opinión
enmascarada entre signos de interrogación.
Ah, es muy bueno, pero eso no es mío.
Efectivamente, es mío.
(Risas y carcajadas)
¿Ha habido algo de eso en las
entrevistas de Martín Girard?
Yo diría que prevalece, inevitablemente,
la mirada del entrevistador y eso es, a veces, intangible, no está
estrictamente descrito en palabras, pero siempre es como una posición de cámara
que revela algo del entrevistador más allá de las palabras del entrevistado.
La entrevista propicia grandes
encuentros.
Es una forma de conversar y llegar a
personas que de otra manera uno no hubiera llegado a conocer. A parte de las
entrevistas deportivas, escojo a los boxeadores, y está claro que las de Buñuel
o al presidente Batista durante la crisis de los misiles, entrevistas
importantes por coincidentes con momentos o personas que recuerdo como una
experiencia con personajes que no hubiera podido dar sin el motivo de la
entrevista.
¿Recuerdas aquella época con nostalgia?
¿La nostalgia invade tus pensamientos?
Las recuerdo con cierta añoranza, pero
con nostalgia tampoco. En mi libro, La suela de mis zapatos, que creo que es
uno de mis mejores libros, recojo esas entrevistas y creo que es uno de los
mejores por aquello que tiene de vida recuperada.
¿A la manera de Proust como una búsqueda
del tiempo perdido?
No, no soy muy Proust. Más que recuperar
el tiempo, me interesa volverlo a hacer. En ese aspecto, creo que a través de
la literatura o el cine sí está a mi alcance. No es una cosa que considere
irremisiblemente perdida.
Tanto en tus relatos como en tus
películas, tengo la impresión de que necesitabas que se despertara cierta
libido para que se encendiera el motor de la literatura y el cine.
Efectivamente, echo de menos en la
literatura que haya que escribir sentado. Lo que quiero decir es que lo que más
me gusta del cine es lo que tiene de acción, de desarrollo con la materia, con
lo físico, los encuentros. Una vez más es lo que hablaba de las entrevistas y
los reportajes. Eso me gusta más del cine que la literatura, pero la literatura
crea el universo, el estilo, la forma, ofrece una independencia del
acontecimiento y todas conducen a un sentimiento de excitación
Decía Julio Cortázar de ti que eras un
tránsfuga de las artes, que pasabas de la literatura al cine y del cine a la
literatura, comparándote con Boris Vian. ¿Era entonces aquello una manera de
desintoxicarse o era una manera de dominar con ambición o gula el mayor número
de registros para poder contar historias?
Creo que la segunda hipótesis se
aproxima más. Siempre he querido experimentar y avanzar territorios
inexplorados, a ver si descubría algo. Ya anticipo que en los primeros 87 años
no he encontrado nada, salvo la posibilidad de seguir buscando y creo que eso
es lo más interesante. También es verdad que, si encontrara algo definitivo,
entonces ya no sé qué haría al día siguiente cuando me levantase, aunque
desayunar siempre es un buen proyecto.
¿A tus 87 años ya has superado el
momento de las relecturas o te exiges leer otra vez obras propias y ajenas para
confirmar que hubo malos entendidos con el pasado?
La tentación de volver a leer los libros
de otros que ya fueron leídos, ciertamente me pasa por la cabeza, aunque luego,
vuelvan a prevalecer proyectos propios que no me dejan espacio para esas
relecturas. De joven he leído mucho, muchísimo, de la biblioteca de mi padre,
indiscriminadamente. Ahora ya no voy a la novedad. Me cuesta más trabajo, más
pereza, aventurarme y, en esa medida, tengo la tentación de leer o mal leer
libros que como antiguos amigos te reencuentras en el bar de la esquina. Eso ha
prevalecido más. Por otra parte, también creo que me he quedado muy atrás con
las novedades literarias, excepción hecha del que voy a publicar yo, que se
supone que lo he leído, aunque no antes de haberlo escrito.
¿Y con el cine sucede lo mismo? ¿Te has
vuelto a reencontrar con los clásicos del cine o mantienes una disciplina
gimnástica para mantenerte atento a las nuevas miradas cinematográficas?
De entre las nuevas miradas
cinematográficas, siempre prevalece la mía. En este momento, el corto que he
hecho, Alas de tiniebla, expresa mucho lo que me gustaría pedirle al cine y
hacer del cine. 10 minutos en esta ocasión.
De animación.
No, de des-animación, porque los dibujos
no se mueven. He querido hacer una poética que se aproximara más a una
confluencia de diferentes artes. La animación vuelve a reinterpretar un aspecto
de la teatralidad del cine. Aquí, en esta película corta, el resultado se
parece más a un cuadro. Trato de que sea una alternativa al cine sin por ello
dejar de ser una posibilidad del cine.
¿No deja de ser una enmienda a uno
mismo?
En mi caso no, porque desde mis primeras
películas, como El extraño caso del Dr. Fausto, eran esencialmente una búsqueda
de otro cine, cohabitando con otras miradas. Aquí se verá el cortometraje junto
a Don Juan en los infiernos. La he elegido como complemento porque tiene un
final que me gusta mucho, con la laguna estigia.
La recuerdo perfectamente, con un
Fernando Guillen Cuervo espectacular. Esa película creo que fue una excusa para
hacer cine fantástico. En el fondo creo que todo tu cine tiende a lo espectral,
a un sentido de lo siniestro y espectral desde lo español.
Sobre el mito, creo que es una reflexión
más que tiene su sitio. Yo en el cine no pido una clasificación de la realidad,
no busco que se parezca a la verdad que, en general, es lo que se hace en el
cine. Yo parto del hecho de que el cine no es real y no es tampoco una
reconstrucción. Es un proceso artístico. Me gusta atacar la realidad porque no
sé lo que es, probablemente sea tan solo el aquí y ahora, por eso no me gusta
el cine cuando lo observo como el ejercicio de un taxidermista en una pantalla.
No me gusta que el cine se parezca a la realidad.
Me gusta pensar que el cine de Gonzalo
Suarez trataba de establecer unas nuevas reglas del juego de la realidad.
Entiendo que lo que hago es jugar y, a
lo mejor, con suerte, descubrir algo. No he alcanzado a entender todavía la
realidad, salvo cuando me cae un ladrillo en la cabeza.
Uno de los pilares de tu poética se
sustancia en eso. Convertir el cine, ya sea un noir, una recreación
de La Regenta o una visión literaria de la misma realidad literaria, en un juego
ingenuo, en el que nadie sabe hacia dónde va a llegar. Posiblemente en eso
reside la gracia de ese juego.
Es así. No sé realmente a dónde voy a
llegar, ni siquiera después haber escrito el guion. Es un juego, un juego al
que ni siquiera le pongo reglas. A veces, hay encuentros afortunados y otras
no. Me siento menos cómodo con las adaptaciones con excepción de algunas de
ellas como La Parranda, Los Pazos de Ulloa. La Regenta no me gusta. Es como una
adaptación muy ortodoxa. En aquel entonces, me avergonzaba haber accedido a un
cine español tan clásico. Todas tienen un atisbo emocional o algún resquicio
que me identifica.
Hay una idea muy literaria que subyace
en tu obra literaria y cinematográfica. Está muy presente, casi como una
sombra, la idea del otro, o al menos, una representación del doble y la
otredad, en títulos como El extraño caso del Dr. Fausto, Ciudadano Sade,
incluso me atrevería a decir Remando al viento, lo que, de alguna manera, te
vincula a la posmodernidad. Lynch ha tenido esa misma pretensión. Quien es el
otro y si el otro, realmente soy yo.
Tienes razón. Hay una relación con David
Lynch en ese sentido. No por influencia de David Lynch sobre mí, ni por
supuesto viceversa. Creo que hay concomitancias ontológicas. El lado ontológico
de quién es quién. La idea del monstruo o del otro, eso de que por lo menos
somos dos de Jekyll y Hyde en el relato de Stevenson siempre me ha perseguido.
Por lo menos, somos mucho más que dos. Por eso me siento como un navegador por
mares procelosos.
Casi al final de su carrera, Sartre
advirtió que había llegado el momento de escribir contra sí mismo. ¿Con 87 años
le sucede lo mismo?
Indudablemente, a medida que pasan los
años, percibes que alguien te persigue y que te alcanza y ese alguien no dejas
de ser tú. Es difícil, pero sería apetecible explorar un territorio nuevo y
sentirte otro, pero el contexto condiciona y cada vez más. Es muy difícil.
Lo dices por la veteranía o por el
contexto externo.
Lo digo por el contexto. La veteranía me
empuja a adentrarme más en la jungla, a perderme más.
A qué estarías dispuesto a renunciar
para alcanzar ese propósito.
A estas alturas, me imagino que a muy poco, a la familia no. Entonces ya estoy jodido
NORTES DdA, XVII/5015
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