sábado, 27 de noviembre de 2021

ASÍ NOS HABLABA ALMUDENA GRANDES DE SU ENFERMEDAD Y AUSENCIA

 Hoy ha fallecido en Madrid, a los 61 años de edad, la escritora Almudena Grandes, colaborada habitual del diario El País, en en el que publicó el pasado 10 de octubre este artículo: Tirar una valla. Mi más sentido pésame para su marido, el poeta, escritor y director del Instituto Cervantes Luis García Montero, y toda su familia. Todos sus lectores tenemos hoy motivo para apenarnos por su definitiva ausencia y los libros pendientes. "Desde Max Aub, nadie ha novelado, contado, incorporado documentalmente a la historia de nuestra cultura, la vida y muerte de los republicanos que lucharon por la Libertad, aunque perdieran, nadie, digo, como lo ha hecho Almudena Grandes. Perdieron la Libertad, pero la dignidad sigue intacta, y a esa conservación ha contribuido como nadie esta escritora, de timbre y conciencia civil. Sus columnas del periódico son de lo mejor del periodismo de nuestro tiempo. Solidaridad en el duelo con todos" (Félix Maraña).

Como el cuerpo de un hombre derrotado en la nieve,/ con ese mismo invierno que hiela las canciones/ cuando la tarde cae en la radio de un coche,/ como los telegramas, como la voz herida/ que cruza los teléfonos nocturnos/ igual que un faro cruza/ por la melancolía de las barcas en tierra,/ como las dudas y las certidumbres,/ como mi silueta en la ventana,/ así duele una noche,/ con ese mismo invierno de cuando tú me faltas,/ con esa misma nieve que me ha dejado en blanco,/ pues todo se me olvida/ si tengo que aprender a recordarte.

(Luis García Montero)


Almudena Grandes

He tenido que escribir algunos artículos muy complicados a lo largo de mi vida. Ninguno como este.

Todo empezó hace poco más de un año. Revisión rutinaria, tumor maligno, buen pronóstico y a pelear. En aquel momento no quise dar la noticia porque necesitaba estar tranquila, confabularme con mi cuerpo y conmigo misma, pero en un año pasan muchas cosas. Tendría que habérseme ocurrido, pero no reaccioné a tiempo.

El cáncer, que es una enfermedad como otra cualquiera, desde luego un aprendizaje, pero nunca una maldición, ni una vergüenza, ni un castigo, me ha acompañado desde entonces. Y me encuentro muy bien en general. Estoy en las mejores manos, segura, confiada, fuerte, y sin embargo, hace unas semanas tuve un tropiezo, tiré una valla, como les ocurre hasta a los atletas keniatas en las carreras de obstáculos de larga duración. Mientras los altavoces de la Feria del Libro de Madrid lanzaban a los cuatro vientos los nombres de los autores que estaban firmando en las casetas, entre ellos el mío, yo estaba en el hospital con una complicación intestinal, que no era grave pero sí pesada de resolver. Así comprendí que mi silencio había tenido un precio.

Yo ya sabía que soy una mujer afortunada porque hay mucha gente que me quiere. Ahora lamento que algunas de esas personas hayan estado tan preocupadas por mí, por una ausencia que debería haber explicado antes para ahorrarles el mal rato. He llegado a percibir su inquietud desde mi cama del hospital, y quiero pedirles perdón, contarles cómo me siento. Y disculparme de paso, de antemano, por mi silencio y mis ausencias futuras. Porque no me gustaría que alguien pudiera volver a preocuparse por no encontrarme en un lugar donde hayamos coincidido otras veces.

Mis lectores y lectoras, que me conocen bien, saben que son muy importantes para mí. Siempre que me preguntan por ellos respondo lo mismo, que son mi libertad, porque gracias a su apoyo puedo escribir los libros que quiero escribir yo, y no los que los demás esperan que escriba. También saben que la escritura es mi vida, y nunca lo ha sido tanto, ni tan intensamente como ahora. Durante todo este proceso he estado escribiendo una novela que me ha mantenido entera, y ha trazado un propósito para el futuro que me ha ayudado tanto como mi tratamiento. Ahora necesito devolverle todo lo que me ha dado, encerrarme con ella, mimarla, terminarla, corregirla. Por eso voy a seguir desaparecida una buena temporada, y no devolveré mensajes, no contestaré llamadas, no daré noticias. Imagino que muchas personas lo comprenderán. Supongo que otras quizás no lo hagan, pero confío en que respeten mi decisión. Hasta que vuelva, aunque sólo sea para mirar frente a frente el cielo de Madrid una vez más, antes de volver a esconderme.

No sé cuándo será. Tal vez reaparezca con pelo, quizás sin pelo, con una melena rizada o con el peinado de mi querida Josefina Báquer, como la llamaba mi abuela, aquella que la vio bailar con una falda de plátanos cuando las dos eran jóvenes. Pero prometo solemnemente que volveré a sentarme en una caseta para firmar ejemplares y mirar a los ojos de mis lectores, de mis lectoras. Entre todos los personajes que existen, mis favoritos son los supervivientes, y no voy a defraudarme a mí misma, mucho menos a mis propios protagonistas.

Y seguiré estando aquí, escribiendo un artículo en esta misma página cada dos semanas, y en la contraportada del diario todos los lunes. Ese espacio, sagrado para mí, porque me permite mantener el contacto con mis lectores en cualquier circunstancia, nos permitirá encontrarnos, saber de nosotros, permanecer juntos.

En este artículo tan raro, tan difícil de escribir, tal vez no haya cabido todo lo que me hubiera gustado decir, pero al menos me ha permitido contar algunas cosas que necesitaba explicar.

A partir de ahora, seguiré escribiendo sobre los pájaros de Finlandia y otros libros memorables, sobre lo que pasa en el mundo, sobre la ficción y la realidad, lo justo, lo injusto, la vida de tantas personas que tienen mucha menos suerte que nosotros, o más, vete a saber. Pero no quiero despedirme sin agradecerles que hayan leído este artículo que es tan importante para mí.

Dentro de dos semanas, nos vemos por aquí.

     DdA, XVII/5020     

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