domingo, 24 de octubre de 2021

LA VOZ DE LAS SARDINERAS EN LAS CALLES

 

 

Félix Población

Las generaciones más maduras, entre las que me cuento, saben que un paseo tan entrañado en los hábitos peripatéticos de esta histórica villa como el del Muelle siempre evocará en quien lo disfruta, relajada y gustosamente, el tiempo en que el puerto interior de Gijón olía a pesca. Mi remontada retrospectiva me traslada a los lejanos días en que mi abuelo me llevaba de la mano al atardecer hasta la Rula, al tiempo que llegaban los barcos cargados de lo que el ferroviario Teófilo Población Ruiz llamaba la cosecha del mar.

Pocas veces quien esto escribe podrá evadirse de esa memoria de niñez, así como de la que guardo de las sardineras, a las que los más corridos en el tránsito de la vida incluso recordarán como las muyeres de la paxa, por la que pesaba sobre sus cabezas para el transporte, con la preciada mercancía en su interior. En mi caso recuerdo a las sardineras tal como aparecen en la fotografía, al pie de sus carros, posando en el escenario que les dio vida y familia un día de verano de 1970.

Los rostros y la hechura física de todas las que aparecen en la instantánea me quieren sonar en lo más hondo de mi retentiva visual. Por su edad media en el año de la imagen, en torno a la cuarentena, muy posiblemente fueran estas mismas sardineras las que escuchaba de guaje en torno al Mercado del Sur, pregonando la frescura de la cosecha marinera. Lo hacían al alto la lleva, mientras se trasladaban hasta el centro de la ciudad, o bien, ya ubicadas en sus lugares de venta, dirigiéndose personalmente a las potenciales clientas con una espontaneidad familiar y afectuosa a base de piropeos que daban al trato comercial una singularidad única. 

Con el paso del tiempo, las nuevas normativas municipales establecieron la prohibición de la venta de pescado ambulante, si bien las sardineras mantuvieron unos años de resistencia, esquivando como mejor podían la persecución y vigilancia a las que eran sometidas por los agentes. A su acabamiento le seguiría más tarde el del Muelle como puerto pesquero y su reconversión en puerto deportivo, desalojando para siempre de su atmósfera la húmeda frescura del pescado cuando era desembarcado para su subasta en la lonja.

En localidades marineras como Candás, la cultura pesquera o sardinera se remonta a la Edad Media y fue especialmente boyante en el siglo XIX con la industria de salazón, tal como ocurrió en Gijón y otros puertos del Cantábrico. Recordando la historia que dio vida a aquel pueblo, todos los años se celebra en la capital del concejo de Carreño un festival de la sardina que homenajea, en cierto modo, a quienes fueron protagonistas de aquella vida que algunos llegamos a conocer y muchos agradecieron, por ser la sardina un preciado alimento en tiempos de hambre.



Desconozco si entre los historiadores y cronistas de Gijón hubo alguno al que se le ocurriera la idea de grabar en las calles de esta histórica villa no solo el grito de las sardineras voceando su mercancía, sino también el desparpajo, la sandunga y singularidad con la que conversaban entre ellas y se dirigían a los posibles compradores. Sería esta una página fonográfica impagable que posiblemente nunca nadie llegó a proponerse como material de archivo.

Lo que sí aseguro al curioso lector de estas recordaciones es que muchos daríamos algo por contar hoy con esas voces, además de con esas fotografías de las sardineras de Cimavilla a las que conocimos en la niñez y cuyos rostros se ha quedado extraviados en el fondo de nuestra memoria. Si sus figuras representan una personificación visual lejana y desvaída de un tiempo en el que la ciudad todavía tenía vocación de mar y pesca, la escucha de sus voces sería una página sonora con una impronta vivencial indudable y muy valiosa para que esa vocación no corriese el riesgo de habitar alguna vez en el olvido.

SARDINERA DE GIJÓN: CARLOS RUBIERA



MiGIJON.COM DdA, XVII/4989


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